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El ponente hacía pantomimas sobre el escenario intentando hacer que el mando a distancia pasara las diapositivas de su presentación. La gente se reía con sus gestos. Ahora como si estuviera apuntando con una pistola, ahora como si tirara un gancho de baloncesto, ahora por debajo de las piernas.

--Una charla en la que no funciona la presentación. Es tan típico... --dijo el hombre, que arrancó de nuevo alguna suave carcajada más con su comentario.

Miré de manera alterna al ponente y al público desde una esquina. Me sudaban las manos, pero no me las quería secar en la falda. Con mi suerte, la tela se arrugaría o se decoloraría o a saber qué otra cosa y saldría al escenario (y en las fotos de después) con un manchurrón horrible. Ya me parecía oír las carcajadas de mis compañeros de trabajo al ver las fotos o el vídeo de la presentación.

A mi lado, una chica con el pelo corto y alborotado y una camisa vaquera algo roída susurraba al walkie-talkie mientras dirigía la mirada hacia la cabina que había sobre la platea.

--Pues pasa tú las diapositivas, que no es tan difícil --dijo con la boca pegada al aparato.

Deseé que no funcionara el proyector. Que cortocircuitara de tanto insistirle y se incendiara, y una chispa saltase al patio de butacas y todo comenzara a arder, y los asistentes saliéramos ordenadamente, pero con cierto temor ante la situación, hacia el exterior donde lamentaríamos la cancelación del congreso e iríamos directamente al networking. Los networking se me dan bien. Las presentaciones no. Las presentaciones hacen que entre en pánico, me suden las manos, se me pongan ronchas en el cuello y me tiemble la voz. Me acaricié el cuello y lo noté caliente.

Mi jefa insiste en que haga presentaciones, que sabe que tengo potencial, pero que tengo que quitarme los miedos, y eso sólo se consigue con charlas, charlas y más charlas. Y algún curso de oratoria. Y otro de coaching. Y un par de sesiones de psicólogo para vencer mi miedo a hablar en público. Casi nada. Pero ella insiste en mí porque trabajamos en un entorno muy masculino y quiere que vayamos ganando presencia femenina.

--Todos hemos estado como tú, Gema. Te lo juro --me dijo con su mirada clavada en la mía y una mano apoyada en mi hombro--. Hombres y mujeres. Ahora te toca a ti.

Todavía resonaban sus palabras: --Es tu turno. Tu turno--. Quizá demasiado insistente--. Tu turno. Te toca...

Alguien me había agarrado el brazo y me agitaba con cierta virulencia.

--Que te toca, tía... --me dijo la chica del walkie-talkie.

Salí de mi ensimismamiento y, sin darme tiempo a prepararme mentalmente, me vi empujada al escenario.

Charlie Alfa TangoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora