Prólogo

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Fortes Fortunes Adiuvat

Era una linda tarde de verano en las afueras de Londinium, de esas en las que irías con tus amigos a las afueras de la ciudad o de vacaciones al campo a disfrutar del aire limpio.

Hacía calor, calor que era aliviado por suaves y delicadas brisas que refrescaban a las vacas y el ganado que por ahí pastaban, sin alejarse mucho de la relativa seguridad que les brindaba una modesta granja que se erigía sobre una de las muchas colinas que salpicaban aquel extenso campo.

En la misma granja, una humilde familia trabajaba en sus quehaceres diarios, el padre y sus dos hijos mayores trabajaban juntos para excavar una zanja donde posiblemente clavarían estacas para ser posteriormente una valla que evitaría que las mismas vacas que ya pastaban se volvieran a escapar.

—No sé para qué los dejé solos— murmulló el padre.

Los hermanos se miraron con complicidad y respondieron al unísono:

—¡No tenemos la culpa!— exclamaron con energía.

—No creímos que Cindy correría contra la parte sin terminar— dijo el menor de los hermanos.

—Ni tampoco creímos que el resto la seguiría— añadió el mayor de los hermanos.

—Ya —suspiró cansado— les dije que metieran a las vacas al granero antes de hacer esto.

—Nos hubiéramos tardado mucho y dijiste que querías que termináramos rápido—exclamó el mayor de los hermanos.

De pronto, un ruido empezó a llamar la atención del niño.

—¿Eh?— el menor de ambos se giró ante el extraño y lejano ruido.

Sonaba como decenas de tambores pequeños de sonido grave sin orden alguno, luego de uno segundos el ruido se intensificó y el suelo comenzaba a vibrar, las vacas empezaron a mugir y a correr hacia la relativa seguridad del granero.

—¡Padre! ¡¿Qué sucede?!— gritó asustado el pequeño hermano.

—Tranquilo, son solo caballos...—suspiró mientras los ponía detrás de si—No digan nada y no levanten la mirada— añadió.

Tras unos minutos, unos hombres medianamente armados y montados sobre recios caballos empezaban a asomar sus cabezas a medida que galopaban para subir la colina. El hermano mayor se concentró en detallar a estos hombres: armados con lanzas de al menos tres metros de largo, corazas de cuero curtido, una espada larga amarrada al lado izquierdo de la cintura, un escudo plano ovalado colocado en la espalda, protegían sus cabezas con un casco dorado que cubría muy bien las mejillas pero que descubría el rostro para mejor visibilidad y de los cuales solo tres hombres, que iban al frente, tenían plumas blanca añadidas al mismo; sólo con ver esto, sumado a que tenían caballos, podías fácilmente intuir que eran de clase privilegiada.

—Padre ¿Vienen a por nosotros?— preguntó con voz temblorosa el hermano menor.

—No, todo va a estar bien, tranquilo—respondió con total seguridad. 

De pronto, un grito femenino llamando al padre se oye desde atrás: era la madre junto a su niña pequeña que corrían hacia ellos

—¡¿Qué pasa?! ¡¿Por que vienen hacia acá?!—gritó la mujer mientras trataba de controlar su aliento.

— ¡Tranquila!— respondió inmediatamente—No nos pasará nada, vamos a estar bien— concluyó.

Al oír estas palabras, la madre se coloco al lado de su marido y, al cabo de unos momentos, los jinetes se detuvieron a unos cuantos metros de la familia. A esta distancia, el hermano mayor detallaba aún más la armadura del sujeto que mas plumas tenía en su casco, claramente era el líder del grupo, su armadura era mucho mas llamativa. A su vez, pudo contar bien la cantidad de jinetes, a lo lejos llego a contar 13 o 14 pero ahora son 12 hombres; los caballos estaban bien fornidos, su pelaje era tan tercio y suave que podían reflejar la luz del sol con tenue intensidad, quedaba claro que estos tenían los recursos adecuados para darle un cuidado de primera a estos bellos animales.

Nova Roma: Ad Urbe ConditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora