Prólogo

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            Recuerdo el frío, el frío y la lluvia, recuerdo como inundaban toda el aula, recuerdo lo extraño de aquel clima en pleno octubre. El sopor de aquel momento y el sonido de los miles de litros de agua, empapando las calles que se perdían más allá de mi vista, me mantenían demasiado alejado de la realidad como para poner atención a algo tan aburrido y rutinario como una entrega de exámenes.

         Era como un oasis en el desierto, un momento frío y oscuro en una época calurosa, brillante  y desagradable.

                                    —Lía! —exclamó una voz y volví a la realidad de aquel frío salón.

                                    —Excelente trabajo! Como siempre —dijo la profesora, con ese tono tan cómplice que había entre ellas dos.

                                    —"Excelente trabajo" —repetí en mi mente con bastante sarcasmo y debo admitir que con un poco de envidia.

            Lía era la inteligente, la popular, la perfecta, la clase de persona que sabes de antemano que su vida esta totalmente arreglada y libre de problemas. Nunca había visto ojos tan confiados y arrogantes, no los soportaba, la actitud de aquella chica era todo aquello que me decepcionaba en una persona.

                                    —Nico... —La profe Fran me miraba con un aire solemne y un dejo de decepción— Sé que puedes hacerlo mejor que esto.

           Realmente no me esforzaba demasiado en los estudios, me bastaba con aprobar y no necesitaba de mucho esfuerzo para hacerlo, supongo que tengo ese "privilegio".

          Luego de recibir mi examen tuve libertad de perderme en el sonido ahogado de la lluvia afuera una vez más, pensando en lo ideal que estaba el día para llegar a casa, arrojar hacia algún rincón el uniforme y comenzar a escupir letras y párrafos en el teclado.

          Pasó la tarde y las clases terminaron, no así la tormenta perpetua que se había alzado sobre la pequeña ciudad, y que ahora azotaba el suelo aún más fuerte que antes, era una gran oportunidad, caminar en una lluvia tan intensa me ponía las ideas en orden, posiblemente cuando llegue a casa mi madre me regañará, pero lo vale, momentos así son esquivos en el año. Me despedí de mis amigos y eché a andar.

          Al cabo de 15 minutos me encontraba corriendo de vuelta a la escuela luego de darme cuenta que había olvidado completamente el portátil bajo mi escritorio, aquel aparato era mi vía de escape, no podía dejarlo a merced de algún idiota oportunista o de la humedad del antiguo salón que de seguro sería mayor gracias al agua que caía sobre mis hombros y sobre toda la ciudad.

          Llegué al frontis casi sin aliento y muy nervioso, el edificio se veía desierto, a excepción de una tenue luz proveniente del despacho de la secretaria, entré, rogando para que aún no hubiesen cerrado con llave los salones, para mi suerte no lo habían hecho, aquella puerta de madera pintada de verde estaba entre abierta, pero, alguien estaba dentro, una pequeña figura se alzaba espaldas a mí, mientras que en la ventana frente a ella, golpeaban con furia incontables gotas, la cabellera negra y brillante de la chica temblaba ligeramente al compás de sus hombros, en una mano apretaba con fuerza una hoja de papel, con la otra cubría su rostro en un intento por ahogar débiles sollozos.

La perfecta, la arrogante, altanera Lía estaba llorando.

Gris y TurquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora