2. Una vez más: la rutina

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Eran las 8:30 de la mañana cuando un susto lo despertó, siendo la voz estridente de su madre regañándolo por levantarse «tarde»:

-¡Vago de... el diablo! -exclamó Doña Sandra, una mujer de 42 años, la cual vestía ropa de cocinar-. ¿A qué hora de... el diablo es que te vas a levantar, cara de...?

-Ya, mami, voy -respondió el recién despertado joven, de 20 años y con un despeinado cabello, antes de exhalar un aire de disgusto.

-Más te vale, muchacho. Prepara la vaina pa' comer...

-¿Qué «vaina pa' comer»? -interrumpió Cristóbal, extrañado.

-El desayuno, loco de... el diablo -contestó molesta la Doña.

-Ay, vieja, usted amaneció caliente, ¿verdad? -saltó diciendo el joven, levantándose de su cama y dirigiéndose al armario, donde estaba su ropa de pobre.

-Manín, ¿tú no entiendes que yo tengo hambre, eh...? -preguntó con más rabia la Doña.

-¡Ya, carajo, no me grite...! Uno ni puede hablar bien aquí -gritó el joven en respuesta a su madre, contagiado del disgusto de su madre.

La madre se tranquilizó, procurando salir del lugar en donde hizo el habitual «pleito de boca», o discusión, para sentarse a esperar el salami con mangú que su hijo le iría a preparar. Estaba que «chispeaba» del enojo, pero prefirió mantenerse pasiva para no perder el control.

Es extraño ver a un hijo cocinando, cuando hay una madre que sabe más y mejor que él de eso. Su hijo tomó las riendas de los quehaceres de la casa cuando su madre adquirió diabetes y problemas cardiovasculares, algo que este lo consideró grave. Cristóbal se sintió algo arrepentido de haberle gritado a su madre luego de recordar su enfermedad; lo cierto es que no le pidió disculpas, porque aun así a él no le gustó su forma de hablarle.

En 10 minutos estaban los platos de ambos con contenido comestible en la mesa del comedor (era rápido como cocinaba Cristóbal, eso sí), acompañados de vasos de jugo de manzana. La comida era deliciosa, en contraste con la frialdad silenciosa con la que se degustaron tal desayuno. Luego, Cristóbal se levantó a llevar su plato a la cocina para lavarlo (o, como dicen en su país: fregarlo) y así dirigirse a contemplar el amanecer, que tenía una frescura inusual.

Antes de abrir la puerta para salir a andar, su madre lo llamó:

-Oye, tú...

-Creí que me llamaba Cristóbal...

-¡Como sea! -exclamó la Doña Sandra, sacando dinero como para mandarle a traer algo del mercado.

-¿Qué quieres? -preguntó curioso Cristóbal, dirigiéndole una mirada igual.

-Tráeme 20 pesos de carne salada -dijo en respuesta su madre, quien le entregó la susodicha cantidad de dinero-. Hoy voy a cocinar yo.

Luego de un breve suspiro, él aceptó comprar lo ordenado y se despidió cerrando la puerta.

Su casa no tenía pintura en su exterior, pareciendo una chatarrería, aunque allí se hallaban las mejores comidas que jamás nadie ha podido probar, como aquel frío desayuno. Mientras se alejaba de su humilde hogar, recordó a su padre, quien desapareció cuando nació, según la versión de su madre. Como ella odiaba a su padre por haberlos abandonado, Cristóbal suponía que ella le estaría mintiendo durante 20 años, algo que supondría la ruptura segura de la pequeña familia. Recordó a su padre porque se vio en el reflejo de un charco que había más adelante, y ahí mismo recordó verse en un espejo hace dos años, cuando su madre le dijo que se parecía mucho a su padre, y luego de preguntarle dónde estaba, le contó lo anteriormente dicho con relación a él.

Lo primero que hizo el individuo fue ir al mercado a comprarle la carne a su madre para que hiciera el futuro almuerzo. No dudó en ir rápido, para salir de la orden. En unos minutos el joven apuesto llegó y pidió lo mismo que su madre le dijo, y le depositaron eso en una funda. Al salir..., se encontró con...:

-Alexito..., el «delincuentico» -dijo algo bromista Cristóbal-.

-Cállate, loco -respondió el citado muchacho-, no me haga'...

-Ya, ya, ya, manín -le interrumpió Cristóbal-. Dime, ¿qué es lo que tú quieres?

-Deja de habla' como un licenciado, como si tú fuera' una vaina del otro mundo.

Soltó una breve carcajada el hijo de Sandra, como burlándose de esa leve estupidez, y prosiguió con la conversación:

-No me diga', locrio -contestó él.

-Manín... -dijo, y siguió luego de suspirar levemente-, necesito habla' contigo de algo muy «impoltante».

-Diablo, ¿otra ve' con la mi'ma vaina? -preguntó disgustado Cristóbal en la misma jerga callejera dominicana en la que hablaba Alexito-. Me voy de aquí, coño...

-No, no, no, loco..., aguántate -se apresuró en halarlo por su hombro y evitar que se largase-. Te conviene. Ven, vamo' a allí; yo te llevo si quiere' a tu casa.

Relato de CristóbalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora