Última carta

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Robin arrugó la carta entre sus manos y la arrojó al suelo antes de entrar a la celda donde el prisionero aguardaba a su llegada. El lugar era oscuro y sombrío, cubierto por un manto de moho adherido a las paredes. En el umbral de la puerta se encontraban: Luciano, un joven soldado de cabello castaño, y Cinthya, una teniente con cabello negro, ambos aguardando a las órdenes de su comandante.

Tras abrir la puerta, logró distinguirse al fondo de la habitación una silueta masculina, cuya respiración agitada daba a entender que había estado luchando por librarse de las cadenas que lo ataban a la pared.

—Así que por fin despertaste, Davis —susurró el comandante acercándose con precaución al muchacho quien, al levantar la cabeza, reveló una mirada desafiante—. Me sorprende que consiguieras entrar aquí y acabar con casi todos los guardias.

—No debería, se supone que me conoces —respondió el joven, desviando la mirada con desinterés—. Además sabías que vendría, ¿no es así?

Robin guardó silencio unos segundos, atento a la expresión seria y decidida que ahora le ofrecía el joven. El hombre negó con la cabeza. No tenía el valor para hablarle con la verdad ahora que estaba seguro de que lo odiaba y no podría cambiarlo.

—Sí, lo sabía. —Se resignó a decir luego de suspirar—. Y también sé por qué estás aquí. Yo...

—Leíste mis cartas.

Robin guardó silencio de nuevo, sintiendo una creciente culpa en el pecho. Pensó en disculparse por ello pero ¿era correcto hacerlo frente a sus soldados? Si bien Luciano, Vicky y Cinthya también eran sus amigos, sentía que mostrar un mayor rastro de debilidad ante ellos lo desacreditaba como líder, así que prefirió no decir nada más.

—Espero que no estés pensando en chantajearme con ellas. Porque ¿sabes? Ya no tienen ningún valor para mí. Lo único que me interesa de ti, es tu cadáver —le dijo el muchacho en un susurro.

Davis sonrió de medio lado por la expresión en el rostro de Robin ante sus palabras, aunque en el fondo comenzaba a preguntarse por qué de pronto parecía estarse forzando a guardar silencio. Le angustiaba de no saber qué estaba planeando hacerle comenzaba a desesperarlo.

—¿Qué harás conmigo ahora? ¿Pedirles a tus soldados que me torturen porque tú no tienes el valor para enfrentarme? —lo retó el muchacho—. Al menos deberías ser menos cobarde y pelear conmigo de hombre a hombre.

Robin se llevó ambas manos a la espalda todavía sin decir una sola palabra, solo soportando la mirada de ira y odio en el muchacho. Merecía su desprecio después de lo que había hecho, aunque le dolía notar cómo había destruido ese espíritu tierno y valiente que tiempo atrás lo cautivó.

—Suéltame y terminemos con esto así como lo empezamos: a solas. —Volvió a retar Davis, pero Robin solo negó con la cabeza. El muchacho sintió que la rabia le ardía en el estómago casi al borde de hacerle perder el control—. ¿¡Por qué no, traidor maldito!?

Cartas a un traidor [Novela gráfica y epistolar] (COMPLETA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora