Fruta Prohibida

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Fruta podrida.

Acto 1.

La luna brillaba con intensidad en la inmensa oscuridad que teñía las calles de aquel poblado abandonado en medio de la nada. Uno muy pequeño, donde los demonios del pecado hacían de las suyas envolviendo a sus habitantes en una danza de morbosos pasos.

Cuando llegaba la noche, el olor a tabaco se mezclaba con el olor a gula y codicia. A vanidad, envidia y lujuria.

Un único hombre encaminaba sus pasos al sur de aquel poblado preguntándose en qué momento aquella ciudad había sido abandonada por Dios.

No.

No era culpa de Dios. Eran los seres humanos quienes habían rechazado las enseñanzas sagradas y habían optado por entregarse a sus más bajas pasiones.

Aquel hombre podía recitar de memoria en su mente aquella cita.

"El pecado es la trasgresión a la ley de Dios (Juan 3:4)".

Cerró los ojos con fuerza al notar que, en plena calle, una pareja daba muestras de una pasión desenfrenada. Pudo visualizar a un hombre que por su semblante parecía de clase noble y a una mujer cuyos ropajes la delataban como una mujerzuela ejerciendo su profesión.

El aire se llenó de un olor desagradable que inundó sus sentidos. Una mezcla del hedor del sudor y otros fluidos conocidos. Olores que le hacían sentir una enorme culpa. Una culpa que debería ser castigada cuando regresase a su Iglesia.

Después de dar un centenar de pasos más, finalmente llegó a su destino. Un local viejo con puertas de madera desgastada. Abrió la puerta saludando al dueño del lugar con extremada educación y se aproximó a una de las habitaciones del interior, entró a uno de los cuartos para encontrar la silueta de lo que habría pasado por una mujer excesivamente maquillada, con ropas tan finas y tan ceñidas al cuerpo, que cualquiera habría deducido su profesión.

- ¿Otra vez estás aquí, Karamatsu? -Habló aquella figura con una voz profunda mientras continuaba acomodándose lo que parecía una peluca con un tono verde brillante y se daba una repasada en el espejo.

- Choromatsu. -Le llamó con un semblante melancólico, desviando la mirada cuando notó que aquella figura procedía a colocarse un par de medias sin ningún reparo en el otro.

- Te dije que aquí no hay ningún Choromatsu, soy Choromi. -Dijo ignorando la petición del sacerdote.- Y si no vas a pagar por mis servicios no entiendo el motivo de tu visita.

- ¿Qu-...? ¿Qué estás diciendo? No puedo hacer algo tan indigno... ¡Soy un siervo del señor! -Exclamó escandalizado.- A-además de que eres un hombre... y mi hermano...

Un suspiro de exasperación salió de entre los aquellos labios cubiertos de un color rosa.

- Deberías saber que lo dije en broma. Bueno, la mitad fue una broma porque sigo sin saber qué haces aquí.

- Vine a pedirte que regreses... -Tragó en seco al sentir como si tuviese algo atorado en su garganta. Su pecho fue oprimido.

El ahora travestido hombre dio unos pasos hacia su dirección sin titubear, le miró fijamente sin ninguna expresión y al final soltó un chasquido con la lengua. Aquello oprimió aún más el pecho del sacerdote quien estaba preparado para el rechazo.

- ¿Eres estúpido? Ya te lo dije decenas de veces. No hay forma alguna, ni manera posible de que pudiese regresar a la iglesia. Todos en la ciudad saben quién soy, y eso sólo manchará la reputación de tu distinguida institución.

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