Surgió del suelo de un mar, allí ni las mil sogas del frio lo pudieron ahogar. Inocente agua en oscuridad, barcos hundidos y pasillos perdidos fueron su hogar. Dormía muy tranquilo mientras sus pesadillas buscaban algún brillo, cerca de setecientos lustros tardaron en vislumbrar una superficie, y lo guiaron como a un niño.
Aire gélido cobijando al agua y su vaivén, ahora él olvidaba la idea de que había monstruos por doquier. Atestiguó a las constelaciones por primera vez, se asombró y las siguió. La luna nueva y celosa, de reojo, lo vigiló. Nadó usando de cama al océano, estaba acostado y muy relajado, le daba la espalda a la profundidad e inmensidad, observaba enamorado al cielo negro y estrellado, se imaginaba él siendo su invitado.
Llegó a una orilla y memorizó el rumbo de un astro fugaz. Escribió sus huellas en la arena, mas fueron ahogadas por la ola que le seguía detrás. Caminó de pie y se extravió, la noctambula neblina lo guio mal y lo tragó. Tardó él casi toda la noche en salir. Al final, cuando su lío logró eludir, el cosmos ya lo empezaba a descubrir.
Se acurrucó bajo un muelle, y escuchó susurros de historias narradas de muerte. Quienes las compartían eran personas reunidas y entre ellas amigas, él se levantó y oculto tras un puente, observaba la luz danzante de la fogata al centro de esa gente. Le pareció lo más seductor. Y se preguntaba si eran verdades esas leyendas, o solo anécdotas que mienten.
Dado que la noche mantenía dormido al día, nadie dio cabida a la idea de que él tras ellos deambularía. Era invisible y nadie lo veía. Tocó la nuca de una de ellos, la humanidad finalmente al miedo conocía. Él deseaba preguntarle sobre la veracidad del relato que exponían, y el humano temeroso no respondía. Él se dio cuenta que en esa mujer solo era un sentimiento enfriándole la piel. A partir de ese instante, aunque supiera que no era cierto, ella se creía lo que cada crónica le decía.
Él adoptó la rutina, después de hacerse a la luna amiga, de merodear las recamaras solitarias y acompañar a quienes deseen habitarlas. Para él es solo un juego emboscar con velas tenues y su fuego. Contra él sirve de nada cualquier ruego. Su vida ya no es de color negro, su vista es glacial como hielo.
Su venganza por lo que le hizo la niebla en la orilla del mar, fue volver a aquel humo blanco y en ella morar. Su labor ahora es nunca claudicar, y sus compañeros son un demonio y la oscuridad. Hoy él levita en la bruma de los bosques verdes y oscuros. En la noche derrumba sueños y sus muros. El miedo vigila tras la luz al valor que lo quiera confrontar. Y a la cobardía que lo desea evitar, le suelta una burla que grita lo absurdo de ese plan. ¿Será que el miedo jamás vuelve a su abismo, y si va, al final siempre decide regresar?