Azúcar Amargo
Los almacenes de barrio en Buenos Aires, en la década de los cincuenta, antes y algunos años después, no eran locales improvisados con estanterías agregadas. Era muy difícil entrar a un local destinado a almacén y confundirlo con otro tipo de negocio. El almacén tenía un diseño general para ese fin, distribución y mobiliario específico, obras de carpintería, útiles para ese destino.
El mueble de los fideos, estaba diseñado y construido para contener fideos, del modo que se fabricaban y vendían por entonces, detalles que dejaremos para otro cuento.
Los tanques con bomba para el kerosén, podían verse en los almacenes, en alguna ferretería en la entrada de los garajes como se denominaba a los estacionamientos comerciales.
El mostrador no difería mucho de otros, salvo por el olor a cloro con que se lo aseaba y los cajones con tapa semicilíndrica que se veían detrás paralelos al mostrador. Uno de esos cajones contenía azúcar molido, el otro azúcar en terrones, denominada entonces azúcar de refinería o simplemente refinería.
-Anda y comprá un kilo de azúcar para el mate y un kilo de refinería que los tomates están baratos para dulce- dijo mi madre dándome un billete de cinco pesos.
-No pierdas el vuelto-
A los chicos los comerciantes nos entregaban el vuelto envolviendo las monedas en los billetes y con un caramelo dentro del paquete. Por buscar el caramelo sembrábamos las monedas en la vereda y alguna se perdía.
La mayoría de los almacenes y casi todos los comercios estaban en las esquinas porque esos terrenos habían sido destinados en el loteo original y además pagaban mayor contribución municipal, que los destinados a vivienda con frente sobre una sola calle. Aunque no parezca por los resultados, alguna planificación, alguna vez, la ciudad tuvo.
Parecía que algunas cosas, como los almacenes se habían hecho una vez y para siempre. Si un negocio se vendía o se jubilaba o moría el dueño, a nadie se le ocurría pensar que nuevo destino tendría el local, era un almacén, no podía ser otra cosa.
En cierto modo era así, porque las instalaciones eran de una calidad que resistía el paso de los años sin inmutarse, requerían muy poco mantenimiento y las ordenanzas que regulaban cada rubro tan específicas y exigentes que cualquier modificación parecía absurda y onerosa.
El almacén no era un mero comercio, tenía algún rasgo institucional. El almacenero ordenaba y ayudaba a administrar los recursos de algunas familias y el fiado y la libreta de pago semanal, quincenal o mensual constituían un verdadero crédito sin más interés que conservar el cliente.
El sistema de crédito con libreta era muy simple, cada uno almacenero y cliente compraba su libreta en la librería y el almacenero anotaba en ambas con lápiz las compras de cada día, luego se incorporó el lápiz de tinta que era imborrable por algún avivado, se descontaban los pagos y al liquidar la cuenta se tachaba todo.
El almacenero oficiaba también de banquero,cambiaba los billetes grandes, pagaba las facturas de electricidad o gas, cuando el vecino no se encontraba en su domicilio y el cobrador había pasado más de una vez, algún préstamo de emergencia ante algún accidente o desgracia . No todos eran iguales algunos eran jodidos pero duraban poco, el almacén era un rol social no un mero comercio.
No quiero hacer un tonto juego de palabras pero el almacenero era entonces el alma del barrio. En algunos casos particulares esto persistió hasta los ochenta.
-El supermercado es más barato pero don Ramón si lo necesito me banca y eso cuanto vale.- dije alguna vez ya grande.
Cuando niño, el almacenero era un personaje muy importante en la trama social que yo empezaba a percibir. No era un mero comerciante, era un vecino cuyo trabajo consistía en proveer al resto. Cuando algún producto escaseaba, y fueron muchos en sucesivas oleadas de turbios manejos de los de arriba. El almacenero trataba de distribuir equitativamente.