CATACLISMO UNIVERSAL

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  Cuando pude recobrarme, me sentí casi ahogado, chapoteando en una noche completa entreuna masa de tierra que rodeaba pesadamente sobre mí y amenazaba sepultarme.Profundamente aterrorizado por esta idea, procuré tenerme de pie y al fin lo conseguí.Quedé inmóvil durante algunos instantes tratando de comprender lo que me había sucedidoy de indagar dónde estaba. A poco oí un gemido no lejos y luego la voz sofocada de Petersque me suplicaba por Dios que fuese a socorrerlo. Di uno o dos pasos con trabajo y caíjunto a la cabeza y los hombros de mi compañero que estaba enterrado hasta medio cuerpoen una masa de tierra blanda, y luchaba desesperadamente por librarse del peso que looprimía. Arranqué la tierra en torno suyo con toda la energía de que podía disponer, hastaque logré sacarlo de aquella situación.Luego que repuestos del susto y de la sorpresa pudimos hablar, dedujimos que las paredesde la grieta por la que habíamos penetrado , por alguna convulsión de la naturaleza o másprobablemente por su propio peso, se habían desplomado sobre nosotros , sepultándonosvivos, y que estábamos perdidos. Durante algún tiempo nos abandonamos cobardemente aldolor y a la desesperación que no podrán comprender los que no se hayan encontrado enuna situación análoga. Creo firmemente que ningún suceso es más propio para producir elparoxismo del dolor físico y moral que el de ser enterrado vivo. Las tinieblas que rodean ala víctima, la opresión terrible de los pulmones, las exhalaciones sofocantes de la tierrahúmeda se agregan a la consideración de que el enterrado se encuentra al otro lado de losconfines más lejanos de la esperanza, y llenan el corazón de un terror frío e incontrolableque es imposible de concebir. Peters fue de opinión que ante todo debíamos reconocer hasta dónde se extendía nuestradesgracia y andar palpando por aquella cárcel, pues podía ser que descubriéramos unaabertura por donde huir. Con esta esperanza recobré la energía y trate de abrirme paso porentre aquel montón de tierra. Apenas había dado un paso, cuando llegó hasta mí un rayo deluz suficiente para convencerme de que en todo caso no moriríamos por falta de aire.Cobramos algún ánimo y nos esforzamos por persuadirnos mutuamente de que nossalvaríamos.Habiendo trepado por un banco de escombros que obstruía el paso en la dirección de la luz,pudimos andar con menos trabajo y experimentamos algún alivio a la excesiva opresión denuestros pulmones. Pronto distinguimos los objetos que nos rodeaban y vimos que noshallábamos casi al extremo de la parte de la grieta que se extendía en línea recta, esto es, enel sitio donde formaba algún ángulo hacia la izquierda. Después de algunos esfuerzosllegamos al recodo donde vimos con indecible alegría una larga hendidura que se extendía auna vasta distancia hacia la región superior, formando generalmente un ángulo como decuarenta y cinco grados. Nuestra vista no podía recorrer toda la extensión de aquellaabertura; pero la luz entraba lo bastante para que pudiéramos abrigar la seguridad deencontrar arriba camino que condujera al aire libre.Entonces me acordé de que éramos tres los que habíamos dejado al garganta principal paraentrar en la abertura, y como Allen no estaba con nosotros, retrocedimos en su busca.Después de una larga pesquisa muy peligrosa a causa de la masa de tierra superior quepodía hundirse sobre nosotros. Peters me dijo que acababa de tocar uno de los pies denuestro compañero, y que todo su cuerpo estaba sepultado hasta tal punto bajo losescombros, que era imposible sacarlo. No tardé en convencerme de que Peters no seengañaba y que el pobre Allen era cadáver. Lleno el corazón de tristeza, abandonamos anuestro desdichado compañero y volvimos al ángulo del corredor.Lo ancho de la hendidura era apenas suficiente para pasar nuestro cuerpo, y después de unao dos tentativas infructuosas para subir, empezamos a perder las esperanzas de conseguirlo.Ya he dicho que las paredes de uno y otro lado de la garganta principal era de una especiede roca parecida a la galaxia o piedra de jabón, y debo añadir que las de la abertura por lascuales procurábamos trepar eran de la misma sustancia, tan resbaladizas y húmedas, quenuestros pies no podían encontrar apoyo, y , en algunos puntos, como la pared se levantabacasi perpendicularmente, la dificultad era mucho más grave y creímos que seríainsuperable. Sacamos, sin embargo, fuerzas de la desesperación, y habiéndosenos ocurridola idea de abrir escalones en la roca blanda con nuestros cuchillos, nos suspendimos, conriesgo de matarnos, de las prominencias hechas de una especie de arcilla algo más dura quesalían aquí y allá de la masa general, y llegamos a una plataforma desde donde se veía unespacio de cielo azul al extremo de una quebrada llena de árboles.Mirando detrás de nosotros y examinando más detenidamente el pasaje por el cualhabíamos salido, vimos claramente por el aspecto de sus paredes que era de formaciónreciente, y dedujimos que la sacudida que tan inopinadamente nos sepultara, nos habíaabierto aquella vía de salvación. Rendidos de fatiga y sin fuerzas para tenernos de pie ni pronunciar una palabra, se leocurrió a Peters dar la señal de alarma a nuestros compañeros descargando las pistolas queaún llevábamos en el cinto, pues los fusiles y machetes los habíamos perdido entre losescombros del fondo del abismo. Los sucesos subsiguientes probaron que si hubiésemoshecho fuego nos abríamos arrepentido amargamente; pero como concebí sospechas de lainfame conducta de los salvajes para con nosotros, procuramos no dar a conocer a losindígenas el lugar en que nos hallábamos.Después de haber descansado cosa de media hora nos dirigimos lentamente hacia lo alto dela quebrada, y a los pocos pasos oímos una espantosa gritería. Llegamos al cabo a lo queya podíamos llamar superficie del suelo, porque nuestro camino hasta allí, desde quedejamos la plataforma, había serpenteado bajo una bóveda de rocas altas y de follaje a unagran distancia sobre nuestras cabezas. Con la mayor cautela nos metimos en una angostaabertura desde la cual nos fue fácil abarcar con la vista toda la comarca alrededor, y dondeconocimos el terrible secreto del temblor de tierra de que habíamos sido víctimas.Nuestro punto de observación estaba cerca de la cumbre del pico más alto de aquellacadena de montañas de galaxia. La garganta por la que entrara nuestro destacamento detreinta y dos hombres se hallaba a cincuenta pies a nuestra izquierda; pero en una extensiónde cien yardas, a los menos, el lecho de la garganta estaba completamente lleno de despojoscaóticos de más de un millón de toneladas de tierra y piedras, verdadero alud artificialdiestramente precipitado. El método empleado para derrumbar aquella vasta masa era tansencillo como evidente, pues se veían aún huellas inequívocas de la obra homicida. Enalgunos parajes a lo largo de la cima del lado oeste de la garganta se veían postes clavadosen tierra. En aquellos parajes el suelo no se había hundido; pero a lo largo de la pared delprecipicio de donde a masa se había desprendido se veían señales parecidas a las de la zapaque indicaban que otros postes semejantes a los que aún subsistían habían sido clavados acierta distancia unos de otros a lo largo de unos trescientos pies y en una línea situada adiez aproximadamente del borde del precipicio. En los postes de la colina estaban atadosfuertes sarmientos, y era evidente que con éstos se habían hecho cuerdas que luego fueronatadas a cada una de las demás estacas. Ya he hablado de la singular estratificación deaquellas colinas de piedra blanda, y la descripción que acabo de hacer de la estrecha yprofunda hendidura por la que habíamos escapado de nuestra huesa, puede servir para quese comprenda perfectamente la naturaleza de aquella peña. La primera convulsión naturaldebía hender el suelo en capas perpendiculares o líneas divisorias paralelas unas a otras, yun esfuerzo muy moderado del arte podía bastar para obtener el mismo resultado. Deaquella estratificación particular se habían valido los salvajes para conseguir el objeto de suabominable traición. No puede dudarse que, gracias a la línea de postes, a una profundidadde uno o dos pies, un salvaje colocado a cada uno de los extremos de las cuerdas, tirando deellas, obtuvo una enorme potencia de palanca capaz de precipitar, a una señal dada, toda lapared de la colina al fondo del abismo. Tampoco cabía ya duda acerca del destino denuestros pobres camaradas. Nosotros éramos los únicos que habíamos escapado de aquelcataclismo artificial: en la isla no había más hombres blancos vivos que nosotros.XXII. TEKELI-LI Nuestra situación no era entonces más ventajosa que cuando nos habíamos creídoenterrados. No se nos ofrecía otra perspectiva que la de ser muertos por los salvajes o la dearrastrar entre ellos un miserable cautiverio. Podíamos, es verdad, escapar durante algúntiempo a su atención en los repliegues de las colinas y en un caso extremo en el abismos deque acabábamos de salir; pero en este caso moriríamos de frío y de hambre durante el largoinvierno polar, o con nuestros esfuerzos para obtener recursos acabaríamos pordescubrirnos.Todo el país en torno parecía un hormiguero de salvajes, y nuevas bandadas, que vimosentonces, habían llegado en balsas formadas de tablas, de las islas sitas al sur, sin duda paraayudar a apoderarse y saquear la goleta.Esta se mantenía tranquilamente fondeada en la bahía; los hombres de a bordo no podíanfigurarse que corrían peligro. ¡ Y cómo deseábamos en aquel momento estar con ellos, yapara auxiliarlos en su fuga, ya para morir juntos defendiéndonos! No disponíamos de medioalguno para advertirles del riesgo sin atraernos inmediatamente la muerte, y aun en estecaso, teníamos pocas esperanzas de serles útiles. Un pistoletazo habría bastado paraanunciarles que nos había sucedido una desgracia; pero este aviso no podía hacerlesentender que su salvación consistía en levar anclas inmediatamente , que el honor ya no losobligaba a quedarse y que sus compañeros habían desaparecido de entre los vivos. Aunqueoyeran el tiro, no podían preparase más de lo que lo estaban y de lo que lo habían estadohasta entonces para resistir un ataque. Ninguna ventaja podía resultar de la alarmaproducida por la detonación y podían resultar muchos males; así fue que después de unamadura deliberación, nos abstuvimos de disparar las pistolas.Tratamos enseguida de precipitarnos hacia el buque, apoderarnos de una de las canoasamarradas a la entrada de la bahía, y abrirnos paso hasta la goleta; pero muy luego vimosque era imposible que esta tentativa desesperada tuviera buen éxito.Toda la isla, como ya he dicho, era un hormiguero de salvajes que se escondían detrás delas breñas y en los repliegues de las colinas para no ser vistos desde la goleta. No lejos denosotros y ocupando el único camino por el cual podíamos llegar a conveniente punto de lacosta, se hallaban apostados los hombres de pieles negras, Too-Wit al frente, y parecíanaguardar refuerzos para emprender el abordaje de la Jane. Las canoas estaban a la entradade la bahía montadas por salvajes sin armas, pero que sin duda las tenían muy cerca. Apesar de nuestro deseo, nos vimos obligados a permanecer simples espectadores ocultos dela batalla que no tardó en desarrollarse.Al cabo de media hora vimos sesenta o setenta balsas hechas con tablas o con balancines depiraguas llenarse de salvajes y doblar la punta sur de la bahía. Al parecer no llevaban otrasarmas que pequeñas mazas y piedras amontonadas en las balsas. Luego después otrodestacamento aún más considerable se acercó en dirección opuesta, con armas análogas.Las cuatro canoas se llenaron rápidamente de una multitud de indígenas que salían de lascolinas, dirigiéndose a la entrada del puerto, y que avanzaron vivamente con objeto de reunirse con las demás tropas . En menos tiempo del que he necesitado para contarlo ycomo por magia, la Jane se vio sitiada por una multitud inmensa de furiosos, resueltos aapoderarse de ella a toda costa.Ni un solo instante dudamos de que les saldría bien la empresa. Los seis hombres quehabíamos dejado en el buque, por más decididos que estuviesen a defenderse, no bastabanpara el servicios de las piezas y eran incapaces de sostener un combate tan desigual. Nopodía creer que hiciesen la menor resistencia; pero me equivoqué, pues los vi anclar contrael viento para no virar, y ponerse de manera, por el lado de estribor, que toda la andanadaalcanzase las canoas que se hallaban entonces a tiro de pistola, y las balsas a un cuarto demilla a barlovento. A consecuencia de alguna causa desconocida, probablemente por laagitación de nuestros pobres amigos, viéndose en trance tan desesperado, la descarga no dioresultado alguno. No alcanzó ninguna canoa, no hubo ni un salvaje herido, el tiro erademasiado corto y la carga pasó por encima de sus cabezas. El solo efecto producido en losindígenas fue un gran asombro al oír la detonación inesperada y al ver la humareda,asombro tan grande, que por un momento creí que iban a abandonar su designio y aregresar a la costa. Así hubiera sucedido si nuestros compañeros hubiesen sostenido laandanada con una descarga de fusilería, porque las canoas estaban tan cerca de ellos que nohabrían dejado de causarles algunas pérdidas, que, cuando menos, hubieran impedido quese acercaran más y habrían dado tiempo para soltar otra andanada contra las balsas. Perocorrieron a babor para defenderse de estas últimas y dieron tiempo a los de las canoas pararecobrarse de su pánico y averiguar que no habían recibido daño alguno.La andanada de babor produjo el efecto más terrible. La metralla y las balas encadenadas delos cañones cortaron, completamente siete u ocho bolsas y mataron treinta o cuarentasalvajes, echando al agua a un centenar, la mayor parte cruelmente heridos. Los quequedaban emprendieron atropelladamente la retirada, sin cuidarse de los heridos queandaban aquí y allá gritando y pidiendo socorro. Este buen resultado fue, sin embargo,tardío para salvar a nuestros valientes compañeros. Los de las canoas estaban ya a bordo dela goleta en número de más de ciento cincuenta hombres, muchos de los cuales habíantrepado por los portaobenques, aun antes de que las mechas fuesen aplicadas a los cañonesde babor. Nada podía contener la rabia de aquellas fieras. Nuestros compañeros fueronderribados, pisoteados y hechos pedazos en un instante.Al ver esto, los salvajes de las balsas se recobraron de su terror y se dirigieron al buquepara saquearlo. En cinco minutos la Jane fue teatro de una devastación y de un desorden sinejemplo. Hendieron el puente y lo arrancaron; los aparejos, las cuerda, las velas, todo cayó,como por magia; empujado por la popa y remolcado por las canoas, después fue encalladoen la playa y puesto al cuidado de Too-Wit , que durante la batalla, como un generalconsumado, se había mantenido en su puesto de observación en medio de las colinas, peroque, viendo tan completa victoria, acudió con su estado mayor velludo a recoger su parte debotín.La idea de Too-Wit nos permitió dejar nuestro escondite y practicar un reconocimiento enla colina inmediata a la quebrada. A unas cincuenta yardas de la entrada vimos unmanantial en el que apagamos la sed que nos abrasaba, y no lejos de él, algunos avellanoscomo los de que ya he hablado. Probando las avellanas, las hallamos parecidas por su sabor a las ordinarias de Inglaterra. Llenamos de ellas los sombreros, las dejamos en la quebraday volvimos a recoger más. Durante nuestra tarea, vino a alarmarnos un ruido entre lasbreñas, e íbamos ya a escondernos cuando se levantó lenta y pesadamente de los arbustosun gran pajarraco negro, parecido al avestruz. Yo estaba tan sorprendido que no sabía quehacer; pero Peters tuvo bastante serenidad para correr hacia el ave antes de que pudieraescaparse y cogerla por el cuello. El animal luchaba con todas sus fuerzas y lanzaba talesgritos que ya tratábamos de soltarlo, temiendo que con ellos alarmara a los salvajes que talvez aún emboscados en los alrededores. Al fin un buen navajazo acabó con él y loarrastramos a la quebrada, contentos de haber dado con esta provisión bastante para unasemana.Salimos de nuevo para mirar en torno nuestro y nos aventuramos hasta una distanciaconsiderable en la pendiente sur de la montaña, pero no encontramos más provisiones.Recogimos una buena cantidad de leña seca y nos volvimos, viendo una o dos cuadrillas denaturales que se dirigían a su pueblo cargados con el botín del buque, y que al pasar al piede la colina podían descubrirnos fácilmente.Nos ocupamos en seguida en hacer lo más seguro posible nuestro retiro y con este objetocolocamos unas zarzas en la abertura por la cual habríamos visto un espacio de cielo azul,cuando al subir del abismo llegamos a la plataforma . Dejamos un pequeño orificio parapoder ver la bahía, sin correr riesgo de ser descubiertos, y terminada esta tarea, nosfelicitamos de la seguridad de nuestra posición, porque mientras no saliéramos a la colina ypermaneciéramos en la quebrada, estábamos al abrigo de toda observación.No vimos señal alguna que indicara que los salvajes hubiesen entrado alguna vez en aquelagujero; pero cuando reflexionamos que la hendidura por la que habíamos llegado a élhabía sido ocasionada recientemente y según todas las probabilidades por la caída de lavertiente opuesta, y que no podíamos descubrir ninguna otra vía para llegar a aquel punto,temblamos viendo que nos era absolutamente imposible bajar. En esto determinamosexplorar enteramente la colina hasta que se nos ofreciera una buena ocasión, vigilando sinembargo por el orificio todos los movimientos de los salvajes.Estos habían devastado ya enteramente el buque y se preparaban a pegarle fuego. Al pocorato, vimos levantarse el humo en densos torbellinos por entre la escotilla mayor, y luegosalió del castillo de proa una espesa masa de llamas. Los aparejos , los mástiles y lo quequedaba de las velas ardieron enseguida, y el incendio se propagó rápidamente a toda lacubierta. A bordo seguía una multitud de salvajes arrancando con piedras, hachas y balas decañón los pernos, herrajes y planchas de cobre. En la costa, las canoas y las balsas había entotal unos diez mil insulares, sin contar las cuadrillas de los que ya se habían vuelto alinterior o a las islas vecinas cargados de botín.Entonces creímos que iba a tener lugar una catástrofe y no nos equivocamos. Como primersíntoma, se dejó sentir una fuerte sacudida, semejante a la descarga de la pila voltaica, perosin señales subsiguientes de explosión. Los salvajes quedaron atónitos e interrumpieron porun momento su tarea y sus gritos; luego el entrepuente vomitó una masa súbita de humoparecida a una pesada y tenebrosa nube eléctrica; después, como saliendo de sus entrañas,se levantó una larga columna de fuego brillante a la altura como de un cuarto de milla; en seguida se observó una repentina expansión circular de la llama, toda la atmósfera fueacribillada en un instante por un espantoso caos de madera, de metal y de miembroshumanos, y por último se produjo la sacudida suprema en toda su furia, derribándonosimpetuosamente, mientras las colinas repetían los ecos multiplicados de aquel trueno y unalluvia espesa de fragmentos imperceptibles caía por todos lados a nuestro alrededor.Los insulares recogieron en abundancia los frutos de su traición; el estrago entre ellossuperó toda nuestras esperanzas. Unos mil hombres fueron víctimas de la explosión, y otrosmil quedaron horriblemente mutilados. Toda la superficie de la bahía y de la playa estabacubierta de aquellos miserables luchando y ahogándose. Los insulares estaban aterrorizadospor aquella rápida e inesperada destrucción y no hacían esfuerzo alguna para socorrersemutuamente. Luego observamos un cambio total en su conducta: de un estupor completo,pasaron de pronto al apogeo de la excitación; se precipitaron aquí y allá en desorden,corriendo hacia un punto determinado de la bahía y huyendo enseguida con las másextrañas expresiones de rabia, de terror y de ardiente curiosidad pintadas en sus semblantes,y vociferando con toda la fuerza de sus pulmones: «¡Tekeli-lí! ¡Tekeli-lí! ».Una gran multitud se retiró a las colinas de donde volvieron a salir poco después provistosde estacas, y las llevaron al punto donde el grupo era más compacto, abriéndose éste comopara revelarnos el motivo de tan grande agitación. Entonces vimos una cosa blanca en elsuelo, y a poco observamos que era el cuerpo de aquel animal extraño de dientes y garrasencarnados que la goleta había pescado el día 18 de enero. El capitán Guy lo habíamandado conservar para embalsamarlo y llevarlo a Inglaterra, y a este fin, poco antes dellegar a la isla, lo habían bajado y encerrado en un cofre. La explosión acababa de arrojarloa la costa; pero en vano tratábamos de descubrir la razón de por qué causaba semejantetumulto. Aun cuando los insulares se agrupaban alrededor del animal, ninguno de ellosquería acercarse del todo y se mantenían a distancia respetuosa. Los hombres armados deestacas las clavaron en torno del cadáver y , terminada esta tarea, aquella multitud seprecipitó hacia el interior de la isla vociferando: «¡Tekeli-lí! ¡Tekeli-lí! ».XXIII. EL LABERINTOLos seis o siete días siguientes nos mantuvimos en nuestro escondite de la colina, nosaliendo sino de vez en cuando y siempre con la mayor cautela, para proveernos de agua yavellanas. Habíamos establecido en la plataforma una especie de tejadillo o cabañaamueblado con una cama de hojas secas y con tres grandes piedras que nos servían ya dechimenea , ya de mesa. Con poco trabajo obtuvimos fuego frotando uno contra otro dostrozos de madera. El ave que habíamos cogido tan oportunamente nos proporcionó unalimento exquisito, aunque un tanto correoso. No era un ave oceánica, sino una especie deavestruz de plumaje negro como el azabache; salpicado de gris, y de alas muy pequeñasrelativamente a su tamaño. Más tarde vimos en las inmediaciones de la quebrada otros tresde la misma especie que al parecer iban buscando al que habíamos capturado; pero comono se posaron nunca, no pudimos apoderarnos de ellos. Mientras duró el animal, fue soportable nuestra situación; pero una vez consumido, se hizonecesario buscar otras provisiones. Las avellanas no nos bastaban para aplacar el hambre, ynos producían crueles diarreas y fuertes dolores de cabeza, cuando las comíamos enabundancia. Habíamos visto algunas tortugas cerca de la costa al este de la colina, de lascuales nos era fácil apoderarnos , como pudiésemos llegar allí sin ser descubiertos por losindígenas, y resolvimos hacer una tentativa para conseguir nuestro objeto.Observando que la pendiente su presentaba pocas dificultades empezamos a bajar por ella;pero a las cien yardas nos vimos detenidos, como temíamos, por una encrucijada en lagarganta donde habían perecido nuestros compañeros. Anduvimos a lo largo de aquellaquebrada durante un cuarto de milla, a poca diferencia, y nos detuvo de nuevo un precipiciode profundidad inmensa, por cuyas paredes era imposible bajar, de modo que tuvimos queretroceder siguiendo la quebrada principal.Echamos entonces a andar hacia el este y nos sucedió lo mismo. Después de una hora decamino y expuestos a perdernos, observamos que habíamos bajado a un vasto abismo degranito negro, cuyo fondo estaba cubierto de un polvo fino, y del cual no podíamos salirsino por el camino escabroso que habíamos seguido para bajar a él. Nos deslomamos denuevo por aquella vía peligrosa y nos aventuramos hacia la cima norte de la montaña,donde tuvimos que obrar con las mayores precauciones, porque la más ligera imprudenciapodía descubrirnos a los salvajes. Nos arrastramos por el suelo y por entre los arbustosdurante algún tiempo, pasado el cual, llegamos a otro abismo, aún más profundo que losque acabábamos de ver y que conducía directamente a la garganta principal. Quedabanconfirmados nuestros temores; nos hallábamos completamente aislados y sin paso pordonde llegar al terrero situado debajo de nosotros. Agotadas las fuerzas, volvimos contrabajo a la plataforma, y echándonos en la cama de hojas secas, dormimos durante algunashoras un sueño profundo y bienhechor.Después de aquella pesquisa infructuosa, nos ocupamos por espacio de algunos días enexplorar en todos sentidos la cumbre de la montaña para averiguar los recursos que podríaofrecernos. Vimos que era imposible encontrar en ella alimento alguno, salvo lasperniciosas avellanas y una especie muy dura de coclearía que crecía en una pequeñaextensión de terreno y que pronto hubimos consumido.El 15 de febrero, si no me engaño, ya no quedaba vestigio alguno de aquella planta y lasavellanas se iban haciendo raras, de modo que nuestra situación era cada vez másdeplorable.El 16 volvimos a recorrer los alrededores de nuestra prisión con la esperanza de encontrarsalida; pero en vano. Bajamos de nuevo al agujero en que habíamos sido enterrados, conobjeto de descubrir paso hacia la quebrada principal; pero no encontramos más que un fusilque recogimos.El 17 salimos del escondite resueltos a visitar más detenidamente el abismo de granitonegro a que habíamos bajado cuando nuestra primera expedición. Nos acordamos de que no habíamos examinado una de las grietas abiertas en las paredes y estábamos impacientespor explorarla, aun cuando no abrigábamos grandes esperanzas de descubrir una salida.Con poco trabajo llegamos al fondo de aquella cavidad, y pudimos examinarla despacio.Era un lugar de los más singulares del mundo y no podíamos creer que fuese solamenteobra de la naturaleza. El abismo tenía de este a oeste unas quinientas yardas, contandotodas las sinuosidades que había de un extremo a otro; en línea recta tendría cuarenta ocincuenta yardas, según cálculos aproximados. Al principio de nuestro descenso, esto es, aunos cien pies de la cumbre de la colina, las paredes del abismo no se asemejaban sino muypoco y parecían no haber estado unidas nunca; una de ellas era de piedra de jabón y la otrade marga granulada de cierta sustancia metálica. La anchura media o intervalo entre las dosparedes era de sesenta pies aproximadamente en varios puntos; pero en otros desaparecíatoda regularidad de formación. Bajando más allá del límite indicado, la anchura seestrechaba rápidamente y las paredes empezaban a ser paralelas, aunque hasta ciertadistancia fuesen diferentes por la materia y el aspecto de la superficie. Al llegar a unoscincuenta pies de fondo comenzaba la regularidad perfecta. Las paredes erancompletamente uniformes, en cuanto a la sustancia, el color y la dirección lateral, siendo degranito muy negro y muy brillante, y de veinte yardas el intervalo entre ambos lados.El fondo estaba cubierto con tres o cuatro pulgadas de un polvo casi impalpable, debajo delcual encontramos un pavimento de granito negro. La grieta que tratábamos de examinarestaba obstruida por un masa de espinos que arrancamos, y, después de apartar unosguijarros agudos, entramos por ella, animándonos una débil claridad que procedía delinterior. Recorrimos penosamente un espacio como de treinta pies y descubrimos que laabertura era una bóveda baja de forma regular, con un fondo cubierto de polvo impalpablesemejante al del abismo principal. La luz nos iluminó entonces vigorosamente; y doblandoa un lado, nos encontramos en otra galería alta parecida en todo, menos en su formalongitudinal , a la que acabábamos de dejar. En este nuevo abismo descubrimos otra grietacomo la primera, llena también de espinos y guijarros amarillentos, puntiagudos comoflechas. Nos introdujimos por ella, y a una distancia de cuarenta pies aproximadamentevimos que desembocaba a un tercer abismo parecido exactamente al primero menos en laforma longitudinal. En una de sus paredes había una ancha abertura que profundizabaquince pies en la roca y terminaba en una capa de marga; más allá no había otro abismo. Ibamos a dejar esta abertura en la que la luz penetraba apenas, cuando Peters me hizoobservar una hilera de entalladuras extrañas abiertas en la superficie que cerraba el paso.Mediante un ligero esfuerzo de imaginación se habría tomado la entalladura de la izquierdapor la imagen groseramente esculpida de un hombre en pie y con el brazo extendido. Lasotras parecían caracteres alfabéticos y esta opinión fue la de Peters que la adoptó sin másexamen. Yo lo convencí de su error dirigiendo su atención hacia el suelo de la grieta dedonde recogimos pedazo por pedazo los que a consecuencia de alguna convulsión habíansaltado de la superficie en que aparecían las entalladuras y que conservaban todavía puntossalientes que se adaptaban exactamente a los huecos de la pared.Después de habernos convencido de que aquellas cavidades no nos ofrecían ningún mediopara salir de nuestra prisión, emprendimos de nuevo nuestro camino, abatidos ydesesperados, hacia la cumbre de la colina. Durante las veinticuatro horas siguientes no nos sucedió nada que merezca contarse. Diré,sin embargo, que en el tercer abismo descubrimos dos agujeros triangulares muy profundos, cuyas paredes eran también de granito negro. Creímos inútil bajar a ellos, porque notenían salida y parecían pozos naturales.XXIV. ¡EVADIDOS!El día 20, viendo que nos era absolutamente imposible vivir más tiempo comiendoavellanas, resolvimos hacer una tentativa desesperada para bajar a la falda meridional de lacolina. Por aquel lado la pared del precipicio era de una especie de piedra de jabón muyblanda, pero casi perpendicular en toda su extensión y de ciento cincuenta pies de altura.Después de un detenido examen, vimos una peña saliente a veinte pies de borde delprecipicio; Peters saltó encima ayudándole yo todo lo posible por medio de una cuerda quehicimos con nuestros pañuelos. Lo seguí con alguna dificultad, y entonces observamos queera posible llegar al fondo valiéndose del mismo medio que habíamos empleado para treparde la huesa a la plataforma, esto es, haciendo escalones en la piedra con nuestros cuchillos.Se concibe apenas el gran peligro de la empresa; pero como no había otro recurso, nosdecidimos a emplearlo. En la peña saliente se elevaban algunos avellanos; a uno de ellossujetamos por un extremo la cuerda de pañuelos y agarrado del otro bajó Peters a lo largodel precipicio sostenido al mismo tiempo por mi. Luego abrió un agujero de ocho o diezpulgadas, quitando la piedra de la parte superior con objeto de clavar con la culata de unapistola una clavija suficientemente fuerte en la superficie. En seguida abrió otro agujeromás arriba, y obtuvo así un punto de apoyo para los dos pies y las dos manos. Desatéentonces los pañuelos del arbusto y le eché el extremo superior que ató a la primera clavija;luego descendió otros tres pies y practicó otro agujero, clavando otra estaca. Después selevantó por sí solo para apoyarse en el agujero que acababa de abril agarrándose a la clavijasuperior.En aquel momento observó que había practicado los agujeros a demasiada distancia uno deotro y que no podía desatar la cuerda para sujetarla más abajo. Siendo inútiles y peligrosassus tentativas por deshacer el nudo, resolvió cortar la cuerda, dejando un pedazo de seispulgadas en la estaca. Atacando entonces la cuerda de nuevo, bajó otro escalón, procurandoguardar la conveniente distancia entre ellos. Gracias a este medio, que nunca se me hubieraocurrido, y que era tan arriesgado como ingenioso, mi compañero, ayudando alguna queotra vez de los puntos salientes de la pared, llegó sano y salvo al pie de la colina.Necesité algún tiempo para reunir la energía necesaria para seguirle, hasta que al fin meatreví. Peters se había quitado la camisa antes de bajar, y, juntando a ella la mía, hizo unacuerda. Después de haber echado el fusil hallado en el abismo, sujeté aquella a los arbustosy bajé rápidamente, tratando de desterrar mi horror con la viveza de mis movimientos. Hasta los cuatro o cinco primeros escalones todo fue bien, pero pensando luego en lainmensa altura que aún tenía que recorrer, en lo frágil de las clavijas y en lo resbaladizo delos agujeros, por más que traté de mirar fijamente la pared, sentí que no podía sostenermemás. Sucedió a mis reflexiones la crisis de la imaginación, tan temible en casos de estanaturaleza, la crisis en que llamamos a nosotros las impresiones que deben hacernos caer,figurándonos el dolor de estómago, el vértigo, la resistencia suprema, el síncope y todo elhorror de una caída perpendicular y precipitada. Yo veía entonces que estas imágenes setransformaban por sí mismas en realidades y que todos los horrores evocados pesaban sobremí. Me temblaban las rodillas y mis manos soltaban la cuerda; me zumbaban los oídos yme decía : «Este es el frío de la muerte». Sentí un deseo irresistible de mirar debajo de mí;no quería, no podía condenar mis ojos a no ver más que la pared, y por una emociónextraña, indefinible, de horror y de opresión, miré al abismo.Por un instante mis dedos se agarraron convulsivamente a la cuerda, y como una levesombra cruzó otra vez por mi mente la idea de salvarme; pero un momento después mialma estaba poseída de «de un inmenso deseo de caer». Era una ternura hacia el abismo, unpasión del todo invencible. Solté de repente la clavija, di media vuelta hacia la pared, yquedé vacilante un momento; luego se me desvaneció la cabeza, una voz engañosa yestridente gritó a mis oídos, una figura negruzca, diabólica, vaporosa, se levantó debajo demí, exhalé un suspiro, me faltaron las fuerzas y me dejé caer en brazos del fantasma.Me había desmayado y Peters me sostuvo al caer. Desde el pie de la colina había observadomis movimientos, y viendo el peligro en que me encontraba, trató de infundirme ánimo portodos los medios posibles; pero yo estaba tan turbado que no pude oír lo que me decía, nisiquiera creí que me hablase. Viéndome vacilar, acudió en mi auxilio, llegando a tiempopara sostenerme . Si hubiese caído a plomo, la cuerda se habría roto y yo hubiera ido aparar al abismo; pero gracias a Peters quedé suspendido y sin recibir daño hasta que merecobré del desmayo, que fue a los quince minutos. Entonces me sentí libre de terror, mevolvieron las fuerzas y con ayuda de mi compañero, llegué al fondo sano y salvo.Nos hallamos a corta distancia de la quebrada donde habían perecido nuestros amigos y alsur del paraje en que la colina había caído. Este sitio presentaba un aspecto de devastaciónextraña que me recordó las descripciones que hacen los viajeros de los lúgubres lugaresdonde existió Babilonia. Prescindiendo de los escombros de la colina arrancada queformaban una barrera por la parte del norte, la superficie del suelo estaba sembrada devastos montes de tierra que parecían despojos de algunas gigantescas construccionesartificiales; pero examinados detenidamente, era imposible descubrir señal alguna de arte.Grandes trozos de granito negro estaba confundidos con otros de marga también negra (enla isla no vimos ninguna sustancia de color claro) , todos graneados de metal. En toda laextensión que abarcaba la vista, no se veía planta ni arbusto alguno, la desolación eracompleta. Vimos algunos escorpiones enormes y varios reptiles que no se encuentran en lasaltas latitudes.Como el alimento era nuestro objeto principal, nos dirigimos a la costa situada a mediamilla, con la idea de coger algunas tortugas que habíamos visto desde nuestro escondite dela colina. Unos cien pasos llevábamos andados con la mayor cautela detrás de las rocas y delos montones de piedras, cuando al volver un recodo, se arrojaron sobre nosotros cinco salvajes salidos de una caverna inmediata y de un mazazo derribaron en tierra a Peters. Alverlo caer, todos se echaron sobre él para asegurarlo y me dejaron tiempo para volver de misorpresa. Yo llevaba el fusil, pero por efecto del golpe que recibiera al caer de la cima de lacolina, estaba inservible, y preferí valerme de las pistolas que también llevaba y que sehallaban en buen estado. Me adelanté hacia los indígenas, y disparando mis armas, cayerondos de ellos, y otro que iba a herir a Peters con su lanza, dio un salto y se detuvo. Libre yami compañero, aunque también llevaba dos pistolas, consideró prudente no hacer uso deellas, y acudiendo a sus fuerzas hercúleas, se apoderó del palo de uno de los salvajes,arremetió a los otros tres, y los mató a golpes, quedando para nosotros el campo de batalla.Todo esto había pasado con tanta rapidez que apenas podíamos darlo por cierto, yestábamos junto a los cadáveres en una especie de contemplación estúpida, cuando noshicieron volver en nuestro acuerdo unos gritos lejanos.Era evidente que los disparos acababan de alarmar a los salvajes y que corríamos inminentepeligro de ser descubiertos. Para ganar la montaña nos era preciso dirigirnos por el lado enque sonaban las voces, y aun cuando hubiéramos logrado llegar al pie, no hubiéramospodido subir sin ser vistos. Nuestra situación era muy peligrosa, y no sabíamos adóndedirigirnos, cuando uno de los salvajes a quienes yo había disparado y que creía muerto selevantó de un salto y trató de escaparse. Lo detuvimos a algunos pasos, e íbamos a matarlo,pero a Peters se le ocurrió que podría sernos de alguna utilidad, obligándolo a que nosacompañara en nuestra fuga, y lo arrastramos con nosotros dándole a entender que lomataríamos si hacía la menor resistencia. Al cabo de algunos minutos se hizo muy dócil ynos acompañó corriendo por entre las rocas en dirección a la costa.Hasta allí las desigualdades del terreno nos habían ocultado el mar; y cuando lo vimos,estaba a una distancia de doscientas yardas. Al llegar a la bahía quedamos al descubierto, yvimos con espanto una multitud de indígenas que desde el pueblo y de todos los puntos dela isla venían corriendo hacia nosotros, gesticulando con furor y aullando como fieras.Ibamos ya a retroceder para buscar un asilo en las irregularidades del terreno, cuandoobservamos dos canoas medio escondidas detrás de una peña rodeada de agua. Echamos acorrer hacia ellas, y al llegar vimos que estaban provistas de remos y ocupadas por trestortugas enormes. Sin pérdida de tiempo tomamos posesión de una, y echando nuestrocautivo a bordo, bogamos con todas nuestras fuerzas.A alguna distancia de la playa, más serenos ya, comprendimos que era una torpeza haberdejado la otra canoa en poder de los salvajes que seguían corriendo hacía la bahía. No habíatiempo que perder. Nuestra esperanza tenía pocas probabilidades de éxito, pero no nosquedaba otra. Era dudoso que aun haciendo los mayores esfuerzos pudiésemos coger lacanoa antes que los salvajes; pero si lo lográbamos , podíamos salvarnos, al paso que si nolo intentábamos, teníamos que resignarnos a una muerte inevitable.Nuestra canoa tenía la proa igual a la popa, y en vez de virar, ciamos. Al observarlo lossalvajes, redoblaron sus gritos y su correr; sin embargo, nosotros avanzábamos con toda larapidez de la desesperación, y al llegar al punto disputado, solo un insular nos habíaprecedido. El indígena pagó cara su agilidad; Peters le descargó un pistoletazo en la cabeza.Los más inmediatos se hallaban a veinte o treinta pasos cuando nos apoderamos de la canoa. Al principio tratamos de ponerla a flote, pero viendo que estaba fuertementeencallada y no teniendo tiempo que perder, Peters con la culata del fusil le hizo variosagujeros. Entonces volvimos a remar, haciéndosenos preciso acudir a nuestros cuchillospara librarnos de dos insulares que se habían agarrado de la canoa y se empeñaban en nosoltarla.Sin temer ya la persecución, hicimos mar adentro, y oímos que al llegar los salvajes a laplaya y al observar la canoa destrozada, lanzaron los más espantosos gritos de rabia y dedesesperación. Según he podido conocer, aquellos miserables pertenecían a la raza másperversa, más hipócrita, más vengativa y más sanguinaria que jamás haya habitado elglobo. Era claro que no podíamos esperar misericordia de ellos si hubiésemos caído en susmanos. Hicieron una tentativa insensata para seguirnos con la canoa inutilizada; mas viendoque no podía servirles exhalaron nuevas exclamaciones y se volvieron precipitadamente asus colinas.Quedábamos libres de todo peligro inmediato; pero nuestra situación seguía siendo difícil.Sabíamos que cuatro canoas como la nuestra estaban en poder de los salvajes, eignorábamos (más tarde lo supimos por el prisionero) que dos de ellas habían sidodestrozadas por la explosión de la Jane-Guy. Calculamos, pues, que nuestros enemigos nosperseguirían luego de haber ido por las canoas que estaban a tres millas de distancia de labahía. Con este temor, procuramos dejar atrás la isla y avanzamos rápidamente maradentro, obligando al prisionero a manejar un remo.Al cabo de media hora aproximadamente, cuando llevábamos cinco o seis millas de caminohacia el sur, vimos una inmensa flota de balsas que salían de la bahía, sin duda con objetode perseguirnos ; pero al poco rato se volvieron desesperando de alcanzarnos.   

Aventuras de A. Gordon PYMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora