LA SUERTE, A PAJAS

39 0 0
                                    


  Tiempo hacía ya que había pensado que nos veríamos reducidos a este espantoso extremoy tenía resuelto secretamente soportar cualquier clase de muerte antes que acudir asemejante recurso. Esta resolución no había logrado vencerla el hambre que meatormentaba.Augustus y Peters no habían oído la proposición. Llamé a Parker a un lado y , rogandomentalmente a Dios que me concediese bastante elocuencia para disuadirlo de suabominable proyecto, le hice muchas reflexiones , le supliqué ardientemente, le imploré ennombre de todo lo que tenía por sagrado , le insté con cuantos argumentos me sugirióaquella situación suprema para que abandonase su idea y no la comunicara a los otros.Escuchó cuanto le dije sin tratar de refutar mis razones, y ya empezaba a confiar quelograría dominarlo, cuando me respondió que ya sabía que era cierto todo lo que acababa dedecir y que acudir a semejante medio era la alternativa más horrible que puede presentarseal hombre; pero había sufrido tanto como la naturaleza puede soportar; que no era útil que muriésemos todos cuando era posible y hasta probable que la muerte de uno solo salvara alos demás; que podía ahorrarme el trabajo de hacerlo desistir de su proyecto, porque éstaera la resolución definitiva que había tomado antes de que se presentase el buque y que laaparición de éste había motivado que no la manifestara antes. Entonces le supliqué que ya que no podía obtener mi intento, por lo menos difiriera supropósito hasta otro día, puesto que aún podía venir algún buque en nuestro socorro:empleé cuantos argumentos se me ocurrieron y los que consideré más convenientes parainfluir en una naturaleza ruda como la suya. Me respondió que para hablar de esto habíaesperado todo el tiempo posible hasta el instante supremo; que ya no podía vivir sin comer,y que aplazada su idea para otro día, sería ya muy tarde, al menos para él.Viendo que nada le hacía mella y que no le vencería con la dulzura, empleé un tonodiferente, y le dije que debía saber que yo había sufrido menos que ninguno, que por lotanto le aventajaba en fuerzas y salud no sólo a él, sino también a Peters y Augustus; queemplearía la fuerza en caso necesario, y que se intentaba de cualquier manera comunicar alos otros su horroroso proyecto propio de un caníbal, no vacilaría en arrojarlo al mar.Al oír esto, me agarró por la garganta, y sacando un cuchillo , hizo algunos esfuerzosinútiles para herirme en el estómago , atrocidad que sus escasas fuerzas le impidieronconsumar. Por mi parte, lleno de cólera, lo empujé hacia el borde del buque con la firmeintención de echarlo al agua; pero lo salvó la intervención de Peters, que se acercó asepararnos y nos preguntó el motivo de la riña. Parker se lo dijo antes de que yo tuviesemedio de impedirlo y el efecto de sus palabras fue aún más terrible de lo que yo esperaba.Augustus y Peters, que por lo visto hacía ya tiempo que alimentaban en secreto elpensamiento que Parker había sido el primero en emitir, lo aceptaron e insistieron en que seejecutara inmediatamente.Yo había presumido que uno de los dos tendía aún bastante valor y sería dueño de sí mismolo suficiente para ponerse de mi parte e impedir la ejecución de este horroroso proyecto,pues con ayuda de uno de ellos me creía capaz de evitarlo. Viendo defraudada estaesperanza, me era indispensable atender a mi propia seguridad , pues la resistencia de miparte podía ser considerada por aquellos hombres exasperados por su situación como unaexcusa para negarme a representar mi papel en la tragedia que iba a ejecutarse.Les dije que me adhería , pues, a su proyecto y que sólo pedía un hora de tiempo para quese disipara la niebla que nos rodeaba, porque entonces tal vez podríamos volver a ver elbuque de antes. Después de muchas dificultades obtuve la promesa de que esperarían hastaentonces , y como creía, gracias a la brisa que se levantó rápidamente, la niebla se disipóantes de espirar el plazo; pero no viendo buque alguno en el horizonte, nos dispusimos aechar suertes.Paso a referir con excesiva repugnancia la escena espantosa que siguió, escena que ningúnotro acontecimiento posterior ha logrado borrar de mi memoria, que conservo grabada enella con sus más minuciosos detalles y cuyo recuerdo envenenará todos los instantes de mi vida. Séame permitido referir esta parte de mi historia tan brevemente como exige elcarácter de los incidentes.El único medio de que podíamos disponer en aquella terrible lotería en que todos corríamosriesgo de perder era el de echar pajas.Algunas astillas pequeñas podían llenar el objeto y se convino en que las tendría en elmano.Me retiré a un extremo del buque mientras mis pobres compañeros tomaron posiciónsilenciosamente en el otro extremo, volviéndome la espalda. El momento más cruel de esteterrible drama, el más angustioso fue aquel en que estuve ocupado en arreglar las astillas.Hay pocas situaciones decisivas para el hombre en que no le inspire un profundo interés supropia conservación, interés que crece de minuto en minuto, con la fragilidad del lazo quesostiene nuestra existencia; pero entonces el carácter silencioso , positivo, riguroso de latarea que me habían impuesto, tan diferente de los tumultuosos peligros de la tempestad o elos horrores progresivos del hambre, me hizo reflexionar en las pocas probabilidades quetenía de escapar de la más espantosa de la muertes, de una muerte de horrible utilidad , ycada partícula de la energía que por tanto tiempo me sostuviera huía entonces como plumasarrebatadas por el viento, dejándome impotente a merced del más abyecto y lastimosoterror.No tuve al pronto fuerzas bastantes para arrancar y reunir las astillas; los dedos se meresistían y las rodillas me temblaban. Mil medios absurdos se me ocurrieron rápidamentepara evadirme de tan horroroso juego: ya pensaba echarme a los pies de mis compañeros ysuplicarles que me permitieran sustraerme a aquella necesidad; ya intentaba precipitarmesobre ellos por sorpresa, matar a uno y hacer por este medio superflua la decisión de lasuerte; ya ... en todo pensaba menos en hacer lo que me habían encargado. Al cabo, despuésde haber perdido mucho tiempo en esta conducta imbécil, me hizo volver en mi acuerdo lavoz de Parker que me daba prisa para los sacase de la terrible inquietud en que los tenía.Ni por esto pude resignarme a disponer en seguida las astillas. Me puse a discurrir sobretodos los medios para alcanzar que la suerte me favoreciese y para inducir a uno de miscompañeros de infortunio a sacar la astilla más corta, pues habíamos convenido que el quesacase ésta moriría para salvar a los demás. Si hay quien quiera condenarme por estaaparente infamia, colóquese en una posición parecida a la mía.Ya no era posible tardar más, y sintiendo que el corazón iba a rompérseme, me dirigía hacíael castillo de proa donde mis compañeros me esperaban. Extendí la mano con las astillas yPeters tiró inmediatamente. ¡Estaba libre! . Al menos su astilla no era la más corta; habíapues una probabilidad más contra mí. Reuní todo mi valor y presenté la mano a Augustus;tiró inmediatamente y quedó libre; cualquiera que fuese la suerte que me aguardaba , eraniguales las probabilidades de vivir o morir.En aquel momento se apoderó de mi corazón toda la ferocidad del tigre y sentí contraParker, mi semejante, mi desgraciado compañero, el odio más intenso y más infernal; pero este sentimiento duró poco, y luego estremeciéndome convulsivamente y cerrando los ojos,le presenté las dos astillas restantes.Cinco minutos transcurrieron antes de resolverse a sacar la suya y durante aquel siglo deindecisión capaz de desgarrar el alma, no abrí una sola vez los ojos. Al cabo me quitaron dela mano vivamente una de las astillas: la suerte quedaba decidida , pero yo ignoraba si mehabía sido favorable o adversa.Nadie decía una palabra y yo no me atrevía a aclarar mis dudas mirando la astilla que mequedaba. Peters me estrechó entonces la mano y procuré mirar, observando en seguida en elsemblante de Parker que yo me había salvado y que él era la víctima condenada. Respiréconvulsivamente y caí desmayado.Me recobré a tiempo para ver el desenlace de la tragedia y asistir a la muerte del que, comoautor de la proposición, era, por decirlo así, su propio asesino. El desdichado no hizoninguna resistencia, y herido en la espalda por Peters, cayó muerto del golpe.No hablaré del terrible festín que siguió inmediatamente; el lector puede figurárselo, laspalabras no tienen la virtud suficiente para describir todo el horror de la realidad; sólo diréque después de haber aplacado nuestra sed con la sangre de la víctima, echamos al mar lospies, las manos y la cabeza, así como las entrañas, y devoramos el resto del cuerpo durantelos cuatro días de eterno recuerdo que siguieron; esto es , 17, 18, 19 y 20 de julio.El 19 sobrevino un abundante aguacero que duró quince o veinte minutos y nos permitióreunir alguna agua por medio de un trapo que con la daga habíamos pescado en la cámarapoco después de la tempestad. La porción que recogimos era muy escasa, pero bastórelativamente para reanimar un tanto las fuerzas y la esperanza.El 21 nos vimos reducidos de nuevo al último extremo.La temperatura se mantenía alta y agradable, con alguna niebla y ligeras brisas quevariaban generalmente de Norte a Oeste.El 22 , estando solos los tres, muy cerca uno del otro y pensando melancólicamente ennuestra lamentable situación, cruzó por mi mente una idea brillante como un rayo deesperanza. Me acordé que después de haber cortado el palo de mesana, Peters me habíadado una de las hachas, encargándome que la pusiese en un lugar seguro si era posible, yque unos minutos antes del último golpe de mar que inundó el bergantín, la había encerradoen el castillo de proa, dejándola en uno de los catres de babor. Creí que si podíamosapoderarnos de ella , tal vez lograríamos abril el puente por el sitio que caía encima de ladespensa y nos procuraríamos de este modo provisiones fácilmente.Cuando comuniqué este proyecto a mis compañeros, lanzaron un débil grito de júbilo , ynos dirigimos inmediatamente al castillo de proa. Allí la dificultad de bajar se presentabamucho mayor que en la cámara que tenía la abertura más ancha, pues, como recordará ellector, todo el maderamen que rodeaba la entrada de la escalera había sido arrebatado por el mar, mientras el agujero del castillo de proa era una simple escotilla de unos tres piescuadrados que había quedado intacta.No vacilé, sin embargo, en hacer una tentativa, y después de haberme atado una cuerda a lacintura, como antes, me zambullí de pies, dirigiéndome rápidamente al catre y regresandocon el hacha que fue saludada con éxtasis y gritos de alegría y triunfo , siendo consideradala facilidad con que la encontramos un presagio de salvación.En seguida, comenzamos el ataque contra el puente con toda la energía y la esperanzarecobrada, ocupándonos sucesivamente en esta tarea Peters y yo, pues Augustus no podíaayudarnos a causa de las heridas del brazo. Como estábamos aún muy débiles paramantenernos en pie sin comer, y no podíamos por consiguiente trabajar un minuto o dos sindescansar, nos convencimos muy pronto de que necesitábamos algunas largas horas paralograr el éxito deseado, esto es, para practicar una abertura bastante ancha que nos facilitarael paso a la despensa. Esta consideración, empero, no nos desalentó, y trabajando toda lanoche a la luz de la luna, al despuntar el día 23 habíamos conseguido nuestro objeto.Peters se ofreció a bajar, y, hechos los preparativos necesarios, se sumergió, volviendo muypronto con un bote afortunadamente lleno de aceitunas. Nos las repartimos y las devoramoscon la mayor avidez; luego volvimos a bajar a Peters, y esta vez el éxito superó nuestrasesperanzas , pues subió inmediatamente con un jamón grande y una botella de Madera.Bebimos una corta cantidad de vino, sabiendo por experiencia propia los peligros que habíaen beber sin moderación. El agua salada había podrido casi todo el jamón, pero quedabasana una parte como de dos libras, de la que hicimos tres trozos. Peters y Augustus , nopudieron dominar el apetito , se comieron en seguida su parte; yo fui más prudente, puestemiendo la sed que debía producirme, me contenté con comer un pedacito. Entoncesdescansamos un poco de nuestro trabajo que había sido muy rudo.A eso del mediodía, sintiéndonos un tanto repuestos, volvimos a emprender el ataque a lasprovisiones , sumergiéndonos alternativamente Peters y yo, con más o menos éxito, hasta lapuesta del sol. Durante este intervalo tuvimos la fortuna de sacar cuatro botes de aceitunas,otro jamón, una gran botella de mimbres, llena de excelente Madera, y una tortuga pequeñade la familia de los galápagos. El capitán Barnard en el momento de darse a la vela elGrampus, había recibido a bordo alguna de la goleta Mary-Pitts que volvía de un viaje alPacífico a la pesca del buey marino.En otro lugar de esta historia tendré con frecuencia ocasión de hablar de esta especie detortuga. Como saben la mayor parte de mis lectores, se la encuentra principalmente en elgrupo de las islas llamadas de los «Galápagos», que toman su nombre de este animal, yaque la palabra española galápago significa emidido de agua dulce. Por su forma particular ypor su aspecto se le da a veces el nombre de tortuga-elefante. Las hay de tamaño enorme;yo he visto algunas que pesaban de mil doscientas a mil quinientas libras francesas, bienque no recuerdo que ningún navegante haya hablado de tortugas de esta especie que pesenmás de ochocientas libras. Su aspecto es singular y hasta repugnante; tienen el andar muylento, mesurado y grave, y levantan el cuerpo alrededor de un pie del suelo. Su cuello eslargo y delgado, y he matado una que de la espalda a la cabeza tenía tres pies y diez pulgadas. Esta es notablemente parecida a la de la serpiente. Pueden vivir sin comer tantotiempo que parece increíble, y se citan casos de haber echado tortugas de esta especie en lacala de un buque, donde han permanecido dos años sin ningún alimento, siendo halladasdespués de este tiempo tan sanas y gordas como al principio. Por una particularidad de suorganismo, estos singulares animales se parecen al dromedario o camello del desierto, yllevan siempre una provisión de agua en una bolsa que tienen en el nacimiento del cuello.Si se las mata después de haberlas privado de todo alimento por espacio de un año, seencuentra a veces en la bolsa de algunas una cantidad considerable de agua dulce y fresca.Comen perejil silvestre y apio y también verdolaga , sosa e higuera de Indias, sirviéndolesmucho este vegetal que abunda en la vertiente de las colinas cerca de la costa en que seencuentra este animal. Es un alimento excelente y de los más sustanciosos , y ha servidopara conservar la existencia de millares de marinos ocupados en la pesca de la ballena yotros animales en el Pacífico.La que tuvimos la suerte de sacar de la despensa no era muy gruesa y pesaría sesenta ycinco o setenta libras. Era hembra, en un estado excelente, excesivamente gorda y con unagran cantidad de agua potable en la bolsa. Esto era todo un tesoro, y postrándonos derodillas dimos gracias a Dios por tan oportuno alivio.Mucho trabajo nos costó pasar el animal por la abertura, pues se resistía con furia y teníauna fuerza prodigiosa. Iba ya a escapar de las manos de Peters y caer al agua, cuandoAugustus, echándole al cuello una cuerda con un nudo corredizo, pudo sostenerla hasta quebajé por el agujero a ayudar a Peters para sacarla del puente.Trasladamos alegremente el agua que contenía la bolsa de la tortuga a la vasija que anteshabíamos sacado de la bodega; en seguida rompimos el cuello a la botella, procurándonospor este medio un vaso que contenía poco menos de un cuarto de pinta, y bebimos un vasocada uno, resolviendo limitarnos a esta cantidad por día para que el agua durase todo eltiempo posible.Como el tiempo se mantuvo sereno y apacible durante los dos o tres días anteriores, sesecaron completamente los cobertores que habíamos extraído de la cámara, así comonuestros vestidos, de suerte que pasamos la noche del 23 en un bienestar relativo y gozamosde un tranquilo sueño, después de habernos regalado con aceitunas, jamón y un poco devino.Temiendo que durante la noche, si el viento se levantaba, algunas de nuestras provisionescayesen al mar, las sujetamos como mejor pudimos a los restos del molinete con unacuerda. En cuanto a la tortuga que tratábamos de conservar viva todo el tiempo posible, lavolvimos de espalda y la atamos además con mucho cuidado.XIII. POR FIN 24 de julioLa mañana del 24 nos encontró muy restablecidos en fuerzas y en valor.A pesar de nuestra peligrosa situación, ignorando el punto donde estábamos, lejos de todocontinente, sin más alimento que para quince días escasos, enteramente privados de agua yflotando aquí y allá a merced de las olas y del viento, las angustias y los peligrosinfinitamente más terribles de los que acabábamos de escapar por milagro nos hacíanconsiderar los padecimientos que en dicho día aquejaban como cosa muy común. Tan ciertoes que la felicidad y la desgracia son puramente relativas.Al amanecer, nos preparábamos a proseguir nuestras inmersiones para sacar algo de ladespensa, cuando sobrevino un fuerte aguacero que nos movió a recoger el agua con ellienzo que ya nos había servido para este objeto. No teníamos otro medio para recoger lalluvia que colgar el lienzo por el centro con un hierro del portaobenques de mesana , y elagua reunida en dicho punto goteaba en la vasija. Casi la habíamos llenado, cuando unafuerte ráfaga del norte nos obligó a abandonar la tarea, pues el buque empezó a balancearsetanto, que ya no podíamos tenernos en pie.Entonces nos dirigimos a la proa, nos amarramos sólidamente al molinete, como habíamoshecho antes, y esperamos los sucesos con mucha más calma de la que hubiéramos creídoposible en semejantes circunstancias.Al mediodía había arreciado el viento y por la noche reinaba una gran marejada; pero comola experiencia nos había enseñado el mejor método para arreglar las amarras, soportamosaquella triste noche sin mucha inquietud, por más que a cada minuto nos veíamosinundados y en perpetuo peligro de que el mar nos arrebatase. Felizmente, el tiempo muycaluroso hacía casi agradable el agua.25 de julioPor la mañana la tempestad había calmado y el mar bajó tanto, que pudimos andar en secopor el puente; pero vimos con gran pesar que las oleadas nos habían arrebatado dos botes deaceitunas y todo el jamón, a pesar del cuidado con que los atamos. Resolvimos no mataraún a la tortuga y nos contentamos por entonces con almorzar algunas aceitunas y una cortaración de agua mezclada con vino. Esta mezcla nos sirvió para fortalecernos y apagar lased, y evitamos de este modo la dolorosa embriaguez producida por la botella de Oporto.La mar estaba aún muy encrespada para que pudiéramos continuar nuestros ataques a ladespensa. Durante el día, varios artículos, sin importancia para nosotros en aquellasituación, subieron a la superficie por la abertura y resbalaron inmediatamente al mar.Observamos también que el casco del bergantín se inclinaba a la banda cada vez más, demodo que no podíamos tenernos de pie por un instante sin agarrarnos. El día fuemelancólico y penoso para nosotros. A las doce apareció el sol casi encima de nuestras cabezas, y no dudamos que los repetidosvientos del norte y noroeste nos habían empujado cerca del ecuador.Al anochecer vimos algunos tiburones, y nos alarmó en extremo uno de ellos muy enormeque se acercó a nosotros con mucha audacia. Hubo un instante en que habiéndose hundidoconsiderablemente el buque, el monstruo nadaba encima de nosotros; se agitó algunosmomentos junto a la escotilla y azotó a Peters con la cola. Una fuerte oleada lo hizo rodar almar con gran satisfacción nuestra. De estar sereno el tiempo, nos hubiéramos apoderadofácilmente de él.26 de julioEl viento ha cesado, y no estando muy gruesa la mar, hemos resuelto continuar pescandoprovisiones de la despensa. Después de un duro trabajo de todo el día, vimos que nadapodíamos esperar por este lado, porque los tabiques se habían hundido durante la noche ylas provisiones habían rodado a la cala. Este resultado, como puede presumirse , nos llenóde desesperación.27 de julioMar casi unidad, ligeras brisas del norte o del oeste como hasta aquí. Siendo muy ardienteel sol por la tarde, nos hemos ocupado en secar nuestros vestidos. Encontramos bastantealivio en la sed y un bienestar general bañándonos en el mar; pero nos ha sido precisamucha prudencia, porque teníamos miedo de los tiburones por haber visto nadar algunosdurante el día alrededor del bergantín.28 de julioContinuó el buen tiempo. El bergantín empezaba entonces a inclinarse de una manera tanalarmante, que temimos que se tumbara completamente, la carena para arriba, y nosdispusimos a esperar este resultado.La tortuga, la vasija de agua y los dos botes de aceituna que nos quedaban fueronasegurados de un modo que no pudiéramos perderlos. Mar unida todo el día con poco o ningún viento.29 de julioContinuación del mismo tiempo. El brazo de Augustus empezaba a presentar síntomas degangrena. El pobre se quejaba de una modorra y de una sed excesiva; as no de ningún doloragudo.Nada podíamos hacer por aliviarlo, sino frotarle las heridas con un poco de vinagre de lasaceitunas, lo cual no le daba ningún consuelo. Hicimos por él cuanto estaba de nuestra partey triplicamos su ración de agua.30 de julioDía extraordinariamente caluroso y sin viento. Un enorme tiburón se ha mantenido pegadojunto al casco del buque durante toda la travesía. Hemos hecho varias tentativasinfructuosas para cogerlo con un lazo.Augustus estaba peor y se iba debilitando, así por la falta de alimento necesario, como porefecto de sus heridas. Nos suplicaba sin cesar, que lo librásemos de sus padecimientos,diciendo que sólo deseaba morir. Aquella tarde nos comimos las últimas aceitunas, yencontramos el agua de la vasija tan corrompida, que no podíamos beberla sin mezclarlacon vino. Decidimos que por la mañana mataríamos a la tortuga.31 de julioDespués de una noche de inquietud y de fatigas excesivas, debidas a la posición del buque,nos pusimos a matar y despedazar la tortuga. Era ésta mucho menos fuerte de lo quehabíamos creído y de buena calidad; la carne que pudimos sacar no pasaba de diez libras.Con objeto de conservar una porción todo el tiempo posible, la cortamos en pedazospequeños, llenamos los tres botes y la botella y vertimos en la carne el vinagre de lasaceitunas. De esta manera retiramos unas tres libras de tortuga, con ánimo de no acudir aellas sino después de haber consumido lo restante. Convinimos en limitarnos a una raciónde cuatro onzas diarias, y el total debía durarnos por lo tanto trece días. Al anochecer tuvimos lluvia densa acompañada de rayos y truenos; pero duró tan poco, quesólo logramos recoger una escasa cantidad de agua. De común acuerdo se la dimos toda aAugustus que cada vez estaba peor. Bebióse el agua del mismo lienzo a medida que larecogíamos , él acostado en el puente y nosotros sosteniendo el lienzo de manera que elagua le cayese en la boca, pues no podíamos recogerla a menos de vaciar el vino de labotella cubierta de mimbres o el agua de la vasija, aunque habríamos acudido a uno de esosmedios si la lluvia hubiese durado.Este remedio alivió escasamente al enfermo. Su brazo estaba negro desde la muñeca hastael hombro y tenía los pies helados. A cada momento creíamos verle exhalar el últimosuspiro. Estaba demacrado lastimosamente, hasta el punto de que pensando cientoveintisiete libras al salir de Nantucket, apenas pesaría entonces cuarenta o cincuenta a lomás. Tenía los ojos tan hundidos, que apenas se le veían, y la piel de las mejillas estaba tanfloja que no podía comer ni beber sino con mucha dificultad.1° de agostoEl mismo tiempo: calma chicha; un sol abrasador. La sed nos hizo sufrir horriblemente; elagua de la vasija se había corrompido y estaba llena de gusanos. A pesar de ello, logramosbeber un poco mezclándolo con vino; pero la sed no se calmó del todo. Más alivioencontramos bañándonos en el mar; pero no pudimos acudir a este recurso sino a intervalosa causa de la continua presencia de los tiburones.Entonces nos convencimos de que no había remedio para Augustus; evidentemente semoría y nada podíamos hacer para mitigar sus padecimientos que parecían horribles.Alrededor del mediodía expiró en medio de violentas convulsiones y sin haber proferidouna palabra en muchas horas. Su muerte nos infundió los más tristes presentimientos, yobró un efecto tan poderoso en nuestro espíritu, que permanecimos tendidos junto alcadáver todo el resto del día, sin hablar una palabra a no ser en voz baja.Hasta después de cerrada la noche no nos sentimos con valor para levantarnos y echar elcadáver al agua. Estaba tan sumamente descompuesto, que cuando Peters trataba delevantarlo, se le quedó en la mano toda una pierna.Cuando el cuerpo cayó al agua, descubrimos a la luz fosfórica que lo rodeaba, siete u ochotiburones cuyos terribles dientes rechinaron, mientras se dividían la presa, con un crujidotan siniestro , que podía oírse a una milla de distancia. Este fúnebre sonido nos dejóhorrorizados.2 de agosto Continuó el mismo tiempo; calma pesada; calor excesivo. El alba nos sorprendió en elmayor abatimiento y agotadas del todo las fuerzas. El agua de la vasija ya no era potable; sehabía convertido en una espesa masa gelatinosa, mezcla de fango y gusanos. Luego dehaber lavado la vasija en el mar, echamos en ella un poco de vinagre de las botellas en quehabíamos puesto a encurtir los trozos de la tortuga.Ya no podíamos soportar la sed por más tiempo, y en vano procuramos aplacarla con vinoque parecía aceite hirviendo y que nos embriagaba. Luego tratamos de aliviar nuestrossufrimientos mezclando el vino con el agua del mar; pero como nos causó violentasnáuseas, desistimos de volver a tomar este brebaje.Todo el día espiamos con ansiedad la ocasión de bañarnos , pero inútilmente, porquenuestro pontón estaba rodeado de tiburones, sin duda los mismos que habían devorado anuestro pobre compañero la noche anterior, y que esperaban recibir a cada momento unnuevo regalo de la misma clase.Esta circunstancia nos produjo el más vivo dolor y nos llenó de tristes presentimientos. Elbaño nos había procurado a un alivio inconcebible y no podíamos creer en la desgracia dever frustrado este recurso de una manera tan espantosa.No nos hallábamos, por otra parte, libres de todo temor, ni al abrigo de un peligroinmediato, ya que un resbalón o un paso en falso podían echarnos al alcance de aquellospeces voraces que venían nadando a favor del viento y nos perseguían directamente. Nigritos ni movimientos les asustaban ; uno de ellos, al que Peters diera un hachazo dejándolomuy herido, no desistió por esto de seguirnos.Al anochecer se levantó una nube; pero con sentimiento nuestro pasó sin descargar. Esimposible concebir lo mucho que nos hacía padecer la sed. A causa de estas angustias ytambién por miedo a los tiburones pasamos toda la noche sin dormir.3 de agostoNinguna esperanza de alivio. El bergantín se inclinaba cada vez más hacia el costado, demodo que no podíamos estar de pie y pusimos en seguridad el vino y los restos de latortuga, para que no los perdiéramos en caso de un tumbo. Arrancamos dos fuertes clavosde los portaobenques de mesana y con el hacha los fijamos en el casco por el lado delviento a unos dos pies distantes del agua y no muy lejos de la quilla. Amarramos a losclavos las provisiones , y , así , nos parecieron estar más en seguridad que en el puntodonde antes las habíamos puesto. Horribles padecimientos producidos por la sed durante todo el día. No tuvimos ocasión debañarnos a causa de los tiburones que no nos dejaron un solo instante. Tampoco pudimosdormir.4 de agostoPoco antes de amanecer, notamos que el buque echaba la quilla al aire y procuramos que elmovimiento no nos lanzara al mar. Al principio la revolución fue lenta y gradual yconseguimos trepar por el lado del viento, habiendo tenido la feliz idea de dejar arrastrarpor los clavos que retenían nuestras provisiones el extremo de una cuerda; peor nohabíamos calculado la celeridad de la fuerza impulsiva, y el movimiento era ya tal, que nonos permitía seguir trepando, de modo que antes de que lo advirtiéramos, nos vimosprecipitados impetuosamente al mar, luchando algunas brazas debajo del nivel del agua conel enrome casco encima de nosotros.Al caer al mar, me vi obligado a soltar la cuerda, y sintiendo que me hallaba completamentedebajo del buque, se me agotaron todas las fuerzas, renuncié a salvarme y me resigné amorir.También en esto me equivoqué; no había pensado en el rebote natural del buque por el ladodel viento, y el torbellino de agua que subía, causado por la revolución parcial del casco,me empujó a la superficie más aprisa de lo que había caído. Al aparecer me encontré a unasveinte yardas del pontón, según pude juzgar. El buque estaba vuelto, con la quilla al aire y se balanceaba de babor a estribor y de proa apopa, rodeado de espumosos torbellinos. Peters había desaparecido. Una barrica de aceite yalgunos otros artículos procedentes del bergantín flotaban aquí y allá a pocos pasos de mí.Mi principal terrero eran los tiburones que sabía no andaban lejos, y para ahuyentarlos, siera posible, moví el agua con las manos y los pies, según iba nadando hacia el casco,formando así una masa de espuma. Sin duda debí a esto mi salvación, porque antes de queel bergantín volcase, estaba tan poblado el mar de estos monstruos que de seguro estuvedurante mi trayecto en contacto con ellos.Afortunadamente llegué al borde del buque sano y salvo; pero tan agotadas las fuerzas, queno habría podido encaramarme sin el auxilio de Peters, que habiendo trepado hasta la quillapor el lado opuesto del casco, me echó un cabo de la cuerda que habíamos enganchado a losclavos.Habíamos apenas escapado de este peligro cuando nos encontramos con otro no menosinminente, el de morir de hambre. Todas las provisiones habían desaparecido, a pesar delcuidado que empleamos en asegurarlas; y no viendo ninguna posibilidad de procurarnos otras, nos entregamos ambos a la desesperación, sollozando como niños y sin procurarninguno de los dos reanimar al otro.Apenas podrá comprenderse semejante debilidad, y los que no se hayan encontrado en estasituación la juzgarán inverosímil; debe recordarse, empero, que nuestra inteligencia estabatan desorganizada por aquella larga serie de privaciones y terrores, que no gozábamos enaquel momento de la luz de la razón. En los peligros subsiguientes, casi tan graves comolos que he referido y tal vez más, he luchado con valor contrato todos los rigores de misituación, y Peters, como se verá, ha mostrado una filosofía estoica, casi tan inconcebiblecomo la debilidad de aquel día. El temperamento moral ha sido causa de esta diferencia.El vuelco del bergantín y la pérdida del vino y de la tortuga, aparte de la desaparición de lospaños y de la vasija en que conservábamos el agua, no habían hecho nuestra situaciónmucho más miserable que antes, porque encontramos la carena y la quilla cubiertas de unaespesa capa de cirrópodos que nos proporcionaron un alimento excelente y de los mássustanciales.El accidente que tanto nos había intimidado era para nosotros más bien un beneficio queuna desgracia. Nos había descubierto una mina de provisiones que no habríamos podido ,aun atacándolas sin moderación, agotar en un mes, y había contribuido a aliviar nuestraposición, porque nos encontrábamos más cómodamente y menos expuestos que antes.Sin embargo, la dificultad de procurarnos agua cerraba nuestros ojos a todos los beneficiosque debíamos al cambio de posición . Para poder aprovechar en lo posible la primera lluviaque cayese, nos quitamos las camisas para hacer con ellas lo que habíamos hecho antes conlos cobertores; pero no esperábamos recoger mucha por este medio, aun dadas lascircunstancias más favorables. Ni sombra de nube vimos en todo el día y la sed fue enaumento. Por la noche Peters logró dormir una hora con un sueño agitado: en cuento a mí,la intensidad de mis padecimientos no me permitió cerrar los ojos un solo instante.5 de agostoUna agradable brisa nos echó entre una masa de algas en las que tuvimos la suerte dedescubrir once langostas que nos proporcionaron una comida deliciosa. Como las conchaseran muy tiernas las comimos también; observamos que excitaban menos la sed que loscirrópodos. No viendo tiburones entre las algas, nos atrevimos a bañarnos y permanecimosen el agua cuatro o cinco horas, durante las cuales sentimos una notable disminución en lased. Un tanto repuestos y habiendo logrado conciliar el sueño, pasamos una noche menospenosa que la anterior.6 de agosto Este día fuimos favorecidos por una lluvia menuda y continua que duró desde mediodíahasta la caída de la tarde. Entonces deploramos amargamente la pérdida de la vasija y de labotella, porque a pesar de la insuficiencia de los medios que teníamos para recoger el agua,hubiéramos podido llenar una de ellas y tal vez las dos. Logramos, no obstante aplacar losardores de la sed, dejando que nuestras camisas se empapasen y exprimiendo luego en laboca el líquido bienhechor. En esta ocupación pasamos el día.7 de agostoAl salir el sol, descubrimos un vela al este, que se dirigía evidentemente hacia nosotros.Saludamos aquella espléndida aparición con un prolongado y débil grito de éxtasis, yempezamos inmediatamente a hacer todas las señales posibles , como tremolar las camisas,saltar tan alto como nos lo permitían las fuerzas y gritar con todo el vigor de nuestrospulmones, a pesar de que el buque estaba a una distancia de quince millas, por lo menos.Continuaba acercándose a nuestro casco, y comprendimos que si seguía gobernando en lamisma dirección, infaliblemente pasaría cerca de nosotros y no dejaría de vernos.Una hora después de haberlo descubierto, distinguimos fácilmente los hombres en elpuente. Era una goleta larga y chata , de arboladura muy inclinada hacia la proa y denumerosa tripulación. Experimentamos entonces una viva angustia, temiendo que noquisiera vernos y nos abandonara a nuestra suerte dejándonos morir en los restos de nuestrobuque, acto de barbarie verdaderamente diabólico, no nuevo en el mar, por más increíbleque parezca, y cometido por seres que se consideran como pertenecientes a la especiehumana. Por esta vez, gracias a Dios, estábamos destinados a engañarnos , porque muypronto vimos un movimiento repentino a cubierta del buque desconocido que izó elpabellón inglés y se dirigió derechamente a nosotros.Media hora después estábamos en la cámara . Aquella goleta era la Jane Guy, de Liverpool,capitán Guy, salida a la pesca del buey marino y al tráfico en los mares del sur y delPacífico.    

Aventuras de A. Gordon PYMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora