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Notas:
Kumichō: es la persona que es el jefe del clan yakuza.
Tebori: es la técnica de tatuaje ancestral japonés el cual es hecho con agujas unidas a una vaya de bambú (normalmente).
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Desde hace cinco generaciones, la familia Azumane había tomado el control de casi todo Japón; después de haber exterminado casi por completo al resto de los clanes. Entre desapariciones de los jefes de las demás organizaciones y asesinatos en residencias de miembros principales de cada uno de los clanes, fue lo que logró que la familia Azumane consiguiera el respeto y miedo de los demás dedicados al crimen organizado.

El quinto Kumichō del clan Azumane era conocido por lo cruel que podía llegar a ser contra sus enemigos, parecía emitir un aura de poder y fácilmente era admirado por sus seguidores; los cuales estaban dispuestos a dar su vida bajo cualquier circunstancia.

Un primero de enero, un manto blanco de nieve cubría toda la ciudad, el frío tan cruel que no perdonaba ni a la más hermosa flor, buscaba colarse en aquella enorme casa, donde la esposa del Kumichō del clan Azumane se paseaba acariciando su abultado vientre, sabía que en cualquier momento podría dar a luz a su bebé, pero temía que fuese un varón, no quería que su hijo o hija siguiera los pasos de su esposo, ni siquiera los de ella misma.

Caminó por el enorme jardín delantero, parecía un lugar fantástico y mágico, todo era color blanco, no había mucho sonido, incluso sus pasos eran ahogados contra la nieve. Su mirada siempre se paseaba hacía el camino que le llevaría a las enormes puertas que le mantenían en aquella jaula de oro, en más de una ocasión pensó en huir tras saber que estaba embarazada, alejar lo más que pudiera a su hijo o hija de esa vida de delincuencia y muerte, pero era consiente que el huir era imposible.

Frotó de nuevo su abdomen y suspiró, solo había una manera de saber si era posible salir de ese lugar y era intentarlo. Dio unos pasos decidida, comenzar a caminar había sido más fácil de lo que pensaba, pero lo importante era soportar el no detenerse; ignoraba a los que le saludaban haciéndole reverencia. Pensó en correr, pero se detuvo de golpe, retrocedió unos pasos para poder mirar la nieve que se encontraba bajo sus pies notando gotas rojas que resaltaban en aquel pulcro blanco; ese día supo que no podría escapar nunca.

La tarde del primero de enero nació el primogénito del clan Azumane y el sexto Kumichō del mismo.


Los primeros años de Asahi -como le había nombrado su madre- fueron bastante buenos; estuvo rodeado de lujos, atenciones y cariño de su madre. A su padre por otro lado, lo veía raramente y no era muy cariñoso, una caricia en la cabeza del menor parecía ser todo el cariño que podía ofrecerle.
Al cumplir diez años, Asahi fue llevado al “trabajo” con su padre, estaba emocionado y feliz de poder pasar más tiempo con él; no sabía a que se dedicaba, pero al llegar a un gran edificio supuso que se trataba de un asalariado como cualquier otro, al menos hasta que fue llevado a la planta baja. Había un elevador diferente, no parecía que cualquier trabajador pudiera entrar, su padre le había dicho que era un lugar “especial” al cual solo iban los “elegidos”.

Esas palabras le hacían sentir ansioso y emocionado, pero tenía que mantenerse en silencio, fue uno de los requerimientos que le ordenó el mayor para poder ir a ese lugar. Sus ojos veían con emoción como las puertas se iban abriendo lentamente frente a él; imaginaba mil y una posibilidades sobre aquel secreto lugar, quizás era el lugar donde su padre guardaba sus juguetes, pero se encontró con un largo pasillo y algunas puertas a los costados, confundido miró al mayor quien solo le indicó que le siguiera.

Aquel pasillo era frío y algo tenebroso, Asahi se acercó para tomar la mano de quien iba frente a él, pero su pequeña mano fue apartada de un leve golpe, entendió el mensaje y no lo intentó de nuevo, se detuvieron frente a una puerta la cual fue abierta por uno de los guardias del Kumichō. Se escuchaba a una persona sollozar y Asahi dudó en entrar, pero fue empujado por su padre; una vez ambos dentro la puerta fue cerrada, dejándoles cerca de una mesa, del otro lado de esta se encontraba un hombre severamente golpeado, uno de sus ojos estaba rojo y su labio estaba partido, algo de sangre corría de su frente e incluso se podía notar que más de un diente le había sido roto.

El menor se había quedado inmóvil y sorprendido ante tal escena, nunca había presenciado una cosa como esa, retrocedió, pero de nuevo fue empujado por su padre hasta sentarlo en la silla frente al golpeado sujeto, quien no dejaba de pedir disculpas, al menos hasta que un cuchillo fue puesto sobre la mesa. Asahi dio un brinco al ver como el arma blanca era rápidamente tomada y la mano del otro se golpeaba contra la mesa, tembló al escuchar el grito de disculpa antes de que presenciara como se amputaba el dedo pequeño de la mano, aquello era demasiado para él, ni siquiera soportaba ver ese tipo de cosas en películas y ahora lo veía frente a él.

Se puso de pie y salió corriendo de la habitación, solo quería alejarse lo más que pudiera de ese lugar, con una de sus manos cubrió su boca intentando aguantar las arcadas, pero terminó devolviendo el estómago en las puertas del elevador.

Ese día fue la primera vez que Asahi fue golpeado por su padre.


El cumpleaños número catorce del siguiente jefe de la familia Azumane no fue para nada grato, su padre decidió que tenía que comenzar a parecer más a él, por lo que fue llevado a un extraño establecimiento, se le ordenó desvestirse y recostarse boca abajo sobre unas mantas y una pequeña almohada, dudó al inicio, pero con su padre presente no es como si pudiera darse el lujo de negarse, con vergüenza se despojó de sus prendas y se recostó en aquellas cómodas mantas abrazando un poco la almohada que quedaba bajo su barbilla.

Su cuerpo se tensó de inmediato al sentir como unas agujas se clavaban sobre su espalda, miró de reojo al hombre que estaba sentado a su lado, sujetaba una vara de bambú que en la punta tenía atadas cinco agujas, las sumergía en la tinta para luego clavarlas repetidas veces en la espalda del menor. Asahi mordía la almohada intentando buscar consuelo a su dolor, ya que este iba en aumento, así como el ardor en su piel, sabía que su padre tenía tatuajes, pero él no estaba interesado en eso, por desgracia, ahora se encontraba en el proceso de tener uno; el sudor bajaba por su rostro y espalda, haciendo que las heridas por el tatuaje dolieran aún más, se negaba a gritar por miedo a que su padre le golpeara de nuevo y así soportó durante dos horas, hasta que la tortura terminó o al menos eso parecía, porque escucho como el tatuador le mencionaba a su padre que debía volver al segundo día para continuar.

El camino a casa fue en total silencio por parte de ambos, Asahi no quería hablar porque sentía que terminaría sacando todo el dolor que soportó, al llegar a casa se apresuró a alejarse de su padre, el cual no tomaba a mal ese tipo de acciones de su hijo, pensaba que mientras más alejado fuese de los lazos paternos, mejor jefe sería.


El menor buscó a su madre para contarle lo que había pasado, le abrazó con fuerza mientras sus lágrimas paseaban por sus mejillas, deseaba que su padre desapareciera o al menos poder escapar con su madre, dejar a ese hombre que tenía el rostro de su padre, pero que definitivamente no podría ser él, ni siquiera lo consideraba humano. Por desgracia para ambos, la cercanía que tenía con su madre no le parecía muy buena a su padre.

Un año después, Asahi perdió a su madre.


Tres años más le tomaría que el tatuaje estuviera terminado, ahora un tigre rodeado de bambú adornaba su espalda, en ese tiempo había entendido que la desaparición de cada persona que apreciaba era por su propia debilidad, tenía que ser fuerte, al menos frente a su padre y ser distante con cualquier persona con la que llegara a tener contacto.

Había tomado una rutina básica, su padre le había tenido entrenando judo desde que su madre no estaba, así que entrenaba por la mañana, luego iba al trabajo de su padre para involucrarse más en el negocio y ya en la noche regresaba a casa, aquella enorme jaula que le mantenía cautivo, al igual que a su madre hace años.

Aquella mañana parecía ser igual que las otras, se levantó un poco más temprano que la alarma, desde hace tiempo lo hacía, no importaba si dormía temprano o muy tarde, a las 4:55am se encontraba siempre sentado en su cama, las pesadillas en las que su madre le pedía ayuda y él caía a un abismo le obligaban a no volver a dormir. Se levantó de la cama y fue al baño, lavó su cara y la secó con una toalla de mano, siempre ignoraba al espejo, odiaba ver su cara, era como ver a su padre en su juventud y el confirmar que se parecía tanto a él le enfermaba.

Salió de su habitación tras haberse cambiado y se dirigió al dojo que había dentro de la enorme casa de su padre, su entrenador ya sabía que debía estar desde muy temprano en aquel lugar ya que a Asahi no le gustaba esperar a las personas.

Hizo una leve reverencia a su maestro y se puso en guardia, su padre siempre le había dicho a su entrenador que fuera lo más estricto posible y que no se contuviera, en más de una ocasión sufrió de un esguince en alguno de sus hombros y si su padre estaba presente, le obligaba a seguir, sin importarle el dolor que el menor podría llegar a sufrir.

Después del entrenamiento fue a darse una ducha, siempre tomaba su tiempo, era el único lugar en donde su padre no solía molestarle, aunque en ocasiones le “invitaba” a ir a onsen junto a sus socios, simplemente para presumirles como su hijo había soportado su tatuaje hecho con la técnica tebori. Se apresuró a cambiarse y atar su cabello en una coleta algo suelta, a diferencia de lo que al inicio imaginó, su padre no parecía estar en contra de que dejara crecer su cabello. Siempre llegaba en auto a las oficinas de su padre, a veces le mandaba al piso subterráneo a ver lo que sucedía con quien les faltaba el respeto y hoy sería uno de esos días.

Tomó aire y subió al elevador, no podía negar que le traía horribles recuerdos estar bajando, solo de pensar en lo que había pasado cuando era un niño le hacía temblar las manos. Las puertas se abrieron y con calma caminó hasta la habitación de siempre, cuando era enviado a ese lugar le era obvio lo que vería, esperó a que uno de los guardias abriera la puerta para así poder entrar y ahí estaba una pareja; la mujer lloraba desconsoladamente pidiendo que le perdonaran mientras que el hombre intentaba aguantar el llanto.

Se sentó frente a ellos y cruzó las piernas mientras les indicaba que hablaran, apoyó su mejilla en una de sus manos intentando no estar tan incomodo en aquel sofá que su padre le había dado para estar más “cómodo” en aquellas situaciones. Suspiró aparentemente aburrido y se puso de pie, estaba dispuesto a irse, pero la mujer se arrojó al suelo, sujetándole de una pierna mientras suplicaba que le perdonara la vida, Asahi simplemente le miro sin expresión alguna y luego dirigió su mirada hacía uno de los guardias que simplemente miraban; de inmediato se acercó para tirar del cabello de la mujer y alejarla así de la pierna del castaño. Una vez libre, Asahi simplemente salió de la habitación ignorando los gritos que seguían saliendo de aquella habitación, pues al irse sin decir nada dejaba el mensaje claro; eliminarlos.

Esperó a que las puertas del elevador se abrieran de nuevo para poder entrar, hasta que se cerraron el castaño se sostuvo de la pared metálica del elevador, cubrió su boca mientras tenía leves arcadas, tenía que aguantarlo, si su padre se enteraba que era débil le dañaría de nuevo, física o mentalmente y no quería nada de ese maltrato, su cuerpo comenzó a temblar levemente por lo que comenzó a respirar profundamente, tenía que mantenerse firme para cuando las puertas volvieran a abrirse.

Ese día no tuvo ganas de “trabajar” todo el día, por lo que regresó a casa, tuvo la necesidad de darse otra ducha, pero lo soportó solamente lavándose las manos, él no les había matado, pero lo había permitido y eso era casi lo mismo, se cambió de ropa por algo más casual y salió al jardín trasero de aquella enorme casa, sabía que siempre había vigilancia, sin embargo, por donde se encontraba el jardín que antes pertenecía a su madre era descuidado por los guardias y era por ese lugar, donde encontraba una salida momentánea.

Se escondía entre los arbustos y árboles que estaban cerca del muro que lo separaba del exterior, sin dudarlo saltó apoyando su pie en el tronco de uno de los árboles para poder alcanzar donde terminaba el muro. Hizo algo de fuerza y logró subirse al borde de este, miró alrededor antes de saltar al otro lado, acomodó la capucha que traía su sudadera y se alejó trotando, eso siempre le ayudaba a despejar su mente.

No tenía una ruta definida, simplemente iba a donde le llevaran sus piernas, corriendo sin pensar en nada, simplemente disfrutando del ejercicio y de la leve brisa que se creaba contra su rostro. Sus piernas se detuvieron cuando alzó la mirada, notando como el sol se había ocultado y el firmamento adornaba el cielo.

Suspiró y se dispuso a regresar en sus pasos, era la mejor manera en la que podía encontrar el camino de regreso. Su boca se sentía seca, por lo que fue a comprar una bebida, aquella tienda siempre estaba abierta, por lo que le convenía pasar por ella cuando salía a correr; tomó una botella grande con agua y se dispuso a pagar, pero le pareció extraño ver a un chico de primaria en el mostrador.

Aunque debía admitir que le parecía lindo, esos enormes ojos avellana y ese mechón rubio, le examinó con la mirada ignorando la fila que comenzaba a formarse tras él y es que aquel niño era cautivador, aunque le parecía extraño el que le sostuviera la mirada, ¿Acaso no le temía? Siempre le habían dicho que intimidaba con su presencia, pero él parecía ser inmune a eso.

Regresó a la realidad cuando la pequeña mano del otro tocó la suya, le había hecho soltar la botella de agua por reflejo, fue entonces que notó su entorno, sacó dinero de su bolsillo y sin esperar a que el empleado le dijera lo que tenía que pagar, dejó un par de billetes sobre el mostrador con fuerza, haciendo que las personas presentes dieran un brinco por el fuerte golpe antes de que saliera a toda prisa de ese lugar. No entendía que pasaba, ni siquiera había tomado la botella con agua, simplemente salió corriendo tan rápido como pudo.




Tres días habían pasado desde aquel bochornoso “incidente”, solo esperaba que nadie le hubiera reconocido, aunque con la capucha que traía lo dudaba, suspiró intentando despejar su mente, esa tarde tenía que ir a un onsen junto a su padre y sus inversionistas, por lo que miraba por la ventana del auto, buscando consuelo en cada cosa que pasaran de largo. Al fin lograba tomar su semblante serio y calmado; aquel que siempre mostraba frente a su padre e inversores para evitar palizas, pero poco duró al ver a aquel chico de nuevo; estaba sobre una bicicleta, no pudo evitar seguirle con la mirada e incluso girarse un poco para ver como desaparecía de su campo visual. Aquello era malo, ese niño le hacía sentir extraño y al mismo tiempo preocupado, por un lado, estaba que si, era realmente lindo, pero era un niño ¿No es así?, frotó sus ojos buscando calmarse, tenía que eliminar todo pensamiento y sensación extraña sobre él. 

Eso había decidido, alejarse totalmente de él, sin importar nada y ahora se encontraba fuera de la tienda mientras el cielo parecía caer por la lluvia, se maldijo mentalmente ante su propia debilidad, en cuanto había quedado libre había ido a “correr” como excusa para llegar a esa tienda de nuevo.

Nishinoya no era una persona cobarde, por lo que al ver la silueta de aquel sujeto fuera de la tienda no le intimidó, al contrario, tomó una escoba y se dispuso a salir para echar a cualquier rarito que anduviera rondando la tienda donde trabajaba.  Llamó al sospechoso más lo reconoció al verle girar a verlo, se le veía algo asustado y con pánico; después de todo, Asahi no esperaba verse confrontado por el chico que le hacía pensar mal de si mismo.

— ¡No te muevas de ahí!

Le señaló Yuu antes de entrar en la tienda, debía regresarle el dinero que había dejado la última vez, pero al salir ya se había ido el castaño.

Lo había hecho de nuevo, había huido como todo un cobarde, pero no podía quedarse, ¿Qué pasaría si regresaba con su padre? Sería llevado a prisión, bueno en realidad no sería así, con su influencia ni siquiera llegaría a un juzgado; aun sabiendo eso no quería arriesgarse o al menos no asustarlo.

Aquella noche Asahi no tuvo pesadillas por primera vez.


La mañana llegó como todos los días, pero parecía un poco diferente, esta vez la alarma era la que había despertado al castaño, había llegado un poco tarde al entrenamiento, aunque no por ello fue menos eficiente, sabía que debía mantener su distracción al mínimo, pero cada vez que pensaba en aquel niño se sentía un enfermo al mismo tiempo que le ponía feliz haber visto una nueva faceta de este.

Una ducha rápida fue suficiente para despejar un poco su mente, en el auto se la pasaba mirando por la ventana, con la esperanza de verlo pasar de nuevo, pero ese día no había tenido suerte y esta parecía de ir de mal en peor.

Ese día tenía que pasarla junto a los ejecutivos de su padre y con él mismo, aún con sus dieciocho años no podía negar que sentía un nudo en el estómago y llegaba a sudar frío al saber que estaría en la misma habitación que su padre, primero fueron a un once; donde de costumbre su padre presumía como su hijo había soportado aquel magnifico tatuaje en su espalda hecho con la técnica tebori, no cualquier persona -mucho menos un niño- soportaba tal tortura.

El escuchar a su padre hablar de aquella manera le hacía querer vomitar, “¿Qué tan hipócrita y cínica podía llegar a ser una persona?” era la pregunta que inundaba la mente de Asahi, era incluso asqueroso como en cada reunión se ofrecía a lavarle la espalda, como si realmente tuvieran una buena relación padre-hijo, en más de una ocasión quiso alejarse, pero la manera en la que su padre le tallaba con más fuerza cada vez le dejaba claro cuáles serían las consecuencias de dejarlo en vergüenza frente a los demás.

Después de tan desagradable baño para el castaño fueron a un restaurante tradicional japonés, su padre era un cliente habitual de aquel lugar, sobre todo cuando tenía las dichosas reuniones, las cuales no podían importarle menos, para él solo era una manera formal de recordarles a los demás quien era el que mandaba en ese lugar.

Al fin estuvo libre para irse, después de horas de estar escuchando la conversación sin meterse demasiado, porque aun cuando estaba bien informado sobre todo lo que pudieran llegar a hablar a su padre no le agradaba cuando tenía demasiado protagonismo y al parecer este era uno de esos días, lo supo en cuanto vio a su padre entrar al mismo auto que él.

El trayecto era en completo silencio, Asahi miraba hacía al frente al igual que su padre y tuvo que contener enormemente las ganas de voltear al ver como el chico de mechón rubio estaba de pie a un lado de uno de los semáforos esperando para poder cruzar, no debía mirarlo, pero tampoco debía demostrar que evitaba hacerlo, aquello era difícil, por lo que optó por fijar su vista en un punto imaginario frente a él.

Al llegar a casa bajó del auto con algo de prisa, quería alejarse lo más rápido que pudiera de su padre, pero aquello había sido un grave error.

— ¿Así que ahora bajas antes que el Kumichō?


Con esa simple pregunta Asahi supo que lo había arruinado por completo, todo su buen “comportamiento” se había ido al traste. Le ordenó ir al dojo, apenas puso un pie dentro de este sintió su cabello ser tirado con fuerza hacia abajo obligándole a ponerse de rodillas, no alzaba la mirada por lo que su padre le obligaba a alzar el rostro, el primer puñetazo no se hiso esperar y el sabor metálico llegó a la boca del castaño.

Su cabello fue dejado de lado, pero los gritos y golpes por parte de su padre no se detenían; Asahi solamente apretaba sus manos contra sus rodillas, así como sus dientes, no dejaría que ningún quejido saliera de él, ni siquiera una lagrima sería derramada, no le daría el gusto sin importar nada.

La paliza al fin terminó y el castaño se encontraba sin moverse de su lugar, sentado formalmente frente a su padre, con el cabello desordenado, con sangre manchando su camisa al caer las gotas desde su nariz y labios. Cuando su padre se fue suspiró e intentó levantarse, pero cayó de nuevo de rodillas, era doloroso, pero no podía darse el gusto de que ese hombre entrara de nuevo y le viera derrotado. Con esfuerzo se puso de pie y caminó a tropezones hasta su habitación, entró al baño y abrió la regadera, aun con la ropa puesta se puso bajo el agua fría, fue entonces que dejó sus lágrimas salir, no solo de dolor, sino también de impotencia y odio a si mismo por temerle tanto a su padre.

Se curó a si mismo y repitió la rutina de escapar como lo hacía cada noche, aún con dolor no se detuvo, tenía la esperanza de un día tener el suficiente valor como para alejarse y no regresar en sus pasos, pero lo seguía haciendo cada noche.

Llegó a la tienda donde siempre veía al niño y se asomó levemente por los ventanales, pero no veía al chico por ningún lado, quizás ya se había ido a dormir, pensó algo decepcionado antes de dar un brinco al escuchar aquella voz a sus espaldas.

— ¡Tú de nuevo!

El castaño pensó en huir de nuevo, pero la mano del contrario le detuvo, sabía que podía alejarla y seguir con su camino, pero una parte de él -la mayor parte- quería quedarse y escuchar un poco más su voz.

Al inicio se negó a girarse y mostrarle su rostro, pero la insistencia del otro le obligó a hacerlo, dejándole ver su maltratado rostro por la paliza que había tenido horas antes.

El menor quiso preguntar, pero la mirada del castaño le indicó que no sería bueno hacerlo, por lo que comenzó a hablar con él como si lo conociera de toda la vida, contándole como se había sorprendido cuando dejó el dinero sin llevarse nada y como las personas que estaban detrás de él en la fila ese día, estaban aterradas y preocupadas porque en ese lugar fuera alguien tan “peligroso”.

Estuvieron hablando durante mucho tiempo, tanto que el encargado salió a regañar a Nishinoya, pero al ver a Asahi le dijo que no había problema y se fue de nuevo a la tienda, ambos rieron por la actitud del dueño, el menor le ofreció entrar a la tienda para que pudieran seguir hablando mientras trabajaba, pero el mayor se negó amablemente, por primera vez fue regañado por Yuu al no decir claramente que no podía quedarse por más tiempo.

Asahi con algo de miedo se aventuró a preguntar su edad, necesitaba saber que tan enfermo estaba, pero obtuvo una grata sorpresa, solamente era un año la diferencia entre ambos, el castaño miró con ternura como el más bajo le reclamaba por seguramente haber pensado que era menor por su apariencia, se quejó levemente por el golpe que recibió en la espalda por parte del otro.

Le era grato ver sus facetas, el cómo le conoció como un trabajador tras el mostrador, su mirada curiosa que al menos cree que vio, su actitud tan temeraria cuando seguramente pensó que se enfrentaría a un ladrón y ahora verlo siendo amable y genuino, era algo que le hacía sentir cada vez más extraño, pero que sabía que si quería mantenerlo a salvo tenía que alejarse o al menos mantenerse a raya.

Se despidió no sin antes preguntarle su nombre, sonrió levemente al saber al fin el nombre de quien le hacía olvidar sus problemas, al menos por unos momentos, cuando su pregunta fue devuelta negó levemente con la cabeza, no podía decirle, seguramente en cuanto supiera quien era se alejaría de él.

Esa fue la primera vez que Asahi fue egoísta.

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Muchas gracias por leer, espero haber mantenido las personalidades lo más fieles posible.

Nos leemos~

Jaula de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora