Estoy cansada.
Llevamos casi cuatro meses así.
Me besas. Me acaricias. Me embaucas y me haces caer en tu red. Me atrapas. Lucho por salir, pero tu sigues insistiendo en que me quede.
Y cómo decirle que no a esa media sonrisa, o a esos ojitos tristes.
Me quedo.
Dejo de resistir, me rindo a ti.
Y justo entonces,
apartas la vista, dejas de sonreír, de insistir, de envolverme, de acariciarme, de besarme.
Deshaces la red que nos envuelve y te alejas de mi.
Y yo vuelvo a luchar, sin embargo ahora para mantenerme junto a ti, para sacarnos a flote.
Pero me hundo en este mar de inseguridades que es tu mente y, haciéndole caso a la mía, dejo de estamparme con tu espalda - en la que aún quedan mis uñas marcadas -
Me tumbo, dejando que la corriente sea la que decida si me alejo de ti o me acerco, pero cuando estoy a una distancia prudencial para empezar a ver la luz...
Vueles.
Vuelves a tirar de mi hacia ti.
Y yo, tonta, cedo.
Y vuelvo a ti.
Y volvemos al principio.
Y así cuatro meses, que se convertirán en cinco, luego en seis, hasta que esa goma que nos une se rompa.
Y adivina quién se llevará el latigazo.