I
Escuchaba las gotas de la lluvia caer, marcando el compás de los pasos de las personas a mi alrededor, pero mire al cielo y no había nubes, solo un sol ardiente que me recordaba a la sonrisa de William, su risa estridente en los buenos y malos momentos, el sol traspasaba los negros paraguas que me rodeaban, recordándome que el tiempo, implacable delator de la tragedia, nunca se detiene. Pero yo no quería continuar, quería que el sol resbalase por mi piel como las gotas de un torrencial aguacero y se llevara con el mi vida, la cual estaba rota, destruida desde el momento en que supe que William no estaba conmigo, que esta maldita cuidad se lo trago de dos disparos, trabajo eficiente, pues de un zarpazo se llevó a dos almas, la de mi amigo, cuyo cuerpo descendía a un agujero del cementerio, y la mía, una chica cuya alma, se desangraba por dos orificios que ahora es esconde triunfante tras las ropas del cadáver de mi amigo. Caigo al suelo, todos lloran, pero nadie siente la lluvia, mi novio trata de levantarme, pero me escabullo de sus manos como un animal herido, hoy es ocho de noviembre, todos lloran, pero solo yo escucho la lluvia.
La tristeza se extendió por mis sentidos, nubló mi visión, secuestró mi tacto y desterró el olor de la hierba al sol, mientras caminaba de regreso al auto no pude pensar, solo una cosa me hizo despertar del estupor donde la tristeza me tenía secuestrada, solo las notas de la guitarra de Gary Moore que salían del Estéreo del auto de mi hermano me regreso por un leve instante a la vida.
-¿En serio crees que necesito escuchar a Moore ahora?- Le dije sin mirarlo mientras me movía en el asiento en busca de la ventana.
-No lo creo, Estoy seguro de ello.
Para toda mi familia el blues tenía un efecto narcotizante, en este caso la melancolía del irlandés solitario me transportó a otros tiempos, y aunque la ventana del auto daba a un soberbio gris, mi memoria me llevo a través de ella a aquel árbol donde discutí con mi hermano hace casi 16 años, cuando el mundo era menos gris y aun el dulce olor a pasto mojado no había sido profanado por la amarga realidad. No pude recordar muchos detalles de la discusión, ya que seguro los argumentos que usamos no fueron los más elocuentes, pero lo que me es imposible olvidar fue la gran molestia que sentí al escuchar de boca de mi hermano que era una "Rarita estúpida" y ver como se retiraba campante mientras sus palabras taladraban en mi ser, mientras el llanto me ahogaba, vi que un chico de siete u ocho años, se acercaba de manera cautelosa, cuando le iba a decir que se alejara de mi vista, una dulce voz se adelantó al acto:
-¡Yo no creo que seas rara, de hecho eres genial!
Confundida por lo que escuche me digne a responder con un "¡Gracias!" fulminante, pero en vez de eso, un leve susurro de agradecimiento sale de mi boca precedido por un rubor que puso aún más en evidencia mi fragilidad. El chico se sentó a mi lado y me dio la mano, su nombre era William, nadie en este mundo sospecharía que de una forma tan inverosímil comenzaría una de las amistades más hermosas e incondicionales de todos. -Con el tiempo el me enseño a sonreír y a ver más allá del arcoíris a la niña tímida y solitaria que una vez fui, yo le enseñe a escuchar a las personas y la buena música, con el tiempo cada uno fue tomando algo del otro para ser mejor, gracias a todo lo que el pude enseñarme tuve más amigos, la gente empezó a ver lo bueno en mí, inclusive uno de sus amigos termino siendo mi novio, no sin la evidente complicidad de mi amigo tras ese hecho.
La tarde en que fue asesinado no tuve tiempo de darle las gracias por siempre estar allí, decirle que como él no hay dos en este mundo... La tarde en que esta puta cuidad me lo arrebato de las manos estábamos saliendo de trabajar, ambos cubríamos el tiempo de la tarde en tiendas de comida rápida que quedaba relativamente cerca una de la otra, un día normal, un atardecer normal, dos detonaciones atípicas. -Empiezo a correr, mi corazón presiente el mal de la cuidad, las detonaciones fueron cerca del trabajo de William, llego ahí y veo en el callejón un cumulo de gente, caminando hacia allá, con el miedo de compañía, abro paso, me detengo y lo veo, los dedos de la bestia se llevaron a mi amigo, el cual ahora esta ensangrentado y viendo el cielo sin voz, caigo en su regazo, toco la sangre y lloro, nadie escucha que mis lágrimas caen como la lluvia...
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ciudad de los corazones rotos: Natural Woman
Short Storymientras la lluvia cae sin que nadie mire, la bestia camina lentamente para devorar las almas de los inocentes, La lucha de una chica con sus demonios.