2. Los Amigos

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MARIPOSA N° 1: Recuerdo que estabas tan nerviosa esa mañana que yo cruzaba mis dedos para que el profesor te dejara tranquila. Al final, Bastián respondió como siempre la pregunta, aumentando un poco más su ego. ¿Recuerdas? Esa mañana hice esta primera mariposa de papel. Y me prometí que iba a hacer una más cada vez que nuestras vidas, de un modo u otro, se unieran un poquito más. Aunque tú no lo supieras...


Sí. Recuerdo que esa mañana, luego de decirle "maldito" al profesor de Lenguaje unas 648 veces en mi mente, Bastián respondió la pregunta. Tocaron el timbre para salir a recreo, de modo que rápidamente se olvidaron de mi silencio incómodo y bajamos todos corriendo al pequeño patio, que más parecía de casa que de colegio. Mis amigos, astutamente, habían salido un poco antes para alcanzar a comprar a tiempo en el negocio. 

  — Parece que el profesor quiere, porfiadamente, que participes en clase, Leonor— me dijo Andrea riéndose, al mismo tiempo que se devoraba una hamburguesa con doble queso. 

— Ya cállate—  le respondí riendo silenciosamente, mientras le sacaba un pedazo a su comida. 

— Estábamos todos en silencio pensando la respuesta—  dijo Cristian, a su vez comiendo un chocolate—  pero después ya nos desesperamos y sólo nos reíamos de la tortura del silencio. 

Así era todas las mañanas. Cinco amigos inseparables.  Cinco vidas, cinco formas de pensar distintas. Cinco estómagos hambrientos acabando con toda la comida que nos encontráramos en esos quince minutos de recreo. Bueno, en realidad éramos cuatro mujeres, inseparables, y Cristian que siempre llegaba a molestarnos sin decidirse quién le atraía más, si Andrea o Camila, que tenían fama de ser hermosas y populares. Cristina y yo, por otra parte, éramos las calladas del curso, que no hablábamos mucho ni éramos asechadas por los galanes del momento. Vivíamos más tranquilas, de cierta forma, al no tener que pasar por los malos ratos de las relaciones. O ésa al menos era nuestra excusa para justificar nuestra soledad en las fiestas de gala que organizaba el centro general de alumnos. Al menos Cristina había tenido un pololo, como les llamábamos en ese entonces hace diez años a las parejas. 

  — ¿Supiste que al profesor de Lenguaje le robaron el auto?—  comentó Cristian para entonar conversación, al mismo tiempo que ponía un brazo alrededor del cuello de Andrea. Camila miraba celosa, siguiendo el juego. De tantos años de estúpida galantería ya nos caía bien el amistoso compañero.  

  — ¿En serio?—  respondí asustada

— jajaja. Ese profesor tiene muy mala suerte—  reía desmedidamente Cristian. 

— Yo no me reiría tanto, es algo grave—  dije. 

— Bah, ¿Para qué tan grave Leo? — así acostumbraban feamente a abreviar mi hermoso nombre, perdiendo toda la belleza de su pronunciación—  Ni siquiera él se lo toma tan  en serio. Ahora lo vemos caminando por ahí, pero va contento escuchando música con sus audífonos gigantes. 

  — No faltará quién lo lleve a su casa, algún colega que se haga el amable—  dijo Camila. 

— Supongo que sí. Pero no más que vean a dos profesores en el mismo auto y ya empiezan a inventar alguna historia romántica entre ellos. ¿No crees?

— Como el meme que hicieron   —  dijo riendo Andrea (en esos años les llamábamos memes  a las imágenes graciosas que inventaban de cualquier tema, editando frases y fotografías). 

  — Ahora le van a empezar a regalar los colegas accesorios para auto, sólo para molestarlo—  dijo ingeniosamente Cristian—  ya sabes, como cuando se te muere tu perro y te regalan una correa nueva para pasearlo o  algo así. 

— ¡Qué cruel!—  dijimos todas a coro. 

— Ahora entiendo por qué pierdo tantos amigos —  reflexionó Cristian. 


En ese momento se nos pasó volando el recreo, recuerdo. Así eran los días en esos años, cuando había menos preocupaciones pero al mismo tiempo poseías menos capacidades para enfrentar las pocas que tenías. Recuerdo esa mañana porque en plena conversación con mis amigos la inspectora me llamó a su oficina para hablar conmigo. Mi padre había venido a la escuela a hablarme. 

— Tu padre necesita hablar contigo, Leonor—  me dijo la inspectora en una voz tan silenciosa que casi parecía un susurro. 

— No tengo nada que hablar con él—  le respondí. 

— Ha venido a la ciudad sólo para eso— me aclaró— no creo que sea prudente dejarlo sin la posibilidad de expresar lo que tenga que decir. 

— Bueno, voy. Pero sólo porque me lo pide mi mami de reemplazo  (así le llamaba cariñosamente a esa amable señora). 

Salí a la pequeña recepción en donde, solitariamente, estaba mi padre  sentado en un sillón de cuero. Después de tres meses del divorcio, se había dejado bigote. Después de tres meses de haber abandonado a mi madre, se dignaba a hablarme. 

— Hija...

— Se necesita ser un padre para poder decirle hija a una persona. Tú has demostrado que ya no lo eres— le dije secamente. 

— Déjame explicarte...

— ¿Qué hay que explicar? Tienes a otra mujer. Supongo que es más hermosa que mamá.  

— Tengo otra mujer, pero no tengo otros hijos—  dijo mi padre decididamente. 

—  Al menos en los últimos tres meses, pareciera que te has olvidado de ellos.  

— Tuve que irme. La empresa necesitaba...

— ¿Qué necesitas de mí, Nelson?— le interrumpí para que me dejara en paz. 

— Quiero verte. Que acordemos un día y salgamos al cine o a comer algo. No dejaré de ser tu padre porque no sea el esposo de tu madre. 

—Adiós Nelson, que te vaya bien—  le dije, y me fui. 


En ese entonces no podía perdonarlo. No entendía las razones que ahora se me hacen tan entendibles. Si pudiera volver el tiempo atrás, haría las cosas un poco más fáciles para mi padre. En aquellos años, todo era un torbellino. Salí de la recepción al patio conteniendo las lágrimas. Mis amigos me estaban esperando, dándome un abrazo de grupo apenas me vieron. 

— Si quieres voy y le robo el auto a él— dijo Cristian, tratando de levantarme el ánimo. 

— Tonto— le respondí, sonriendo apenadamente. 


En ese mismo patio, sin yo saberlo, desde la ventana del segundo piso del salón de clases, sin salir a comer ni a jugar al patio, estaba el soñador despierto, con una mariposa de papel en las manos mirándome desde lejos. 

Mariposa n° 2: Ése día hice esta otra mariposa, mirándote desde la ventana de la sala de clases. Te veías tan triste, tan afligida por una visita que después supe era tu padre, que con todo mi ser hubiese querido aliviar tu alma. Lamento mucho no haberme atrevido a hacer nada, sólo a mirarte desde lejos con ojos anhelados...  

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⏰ Last updated: Sep 13, 2017 ⏰

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Mariposas de PapelWhere stories live. Discover now