2. UN MILLÓN DE AÑOS DESPUÉS

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Con vilma nos arreglamos como podemos, es simple: comida comprada, ropa al lavadero de la esquina. La vida se facilita mucho en ese sentido. Eso sí, cuando siento olor a comida casera me acuerdo de mi primera vida, esa vida que, de tan perfecta que era, yo no me daba cuenta. De nada me daba cuenta.

La verdad es que ahora tampoco me doy cuenta del fondo de las cosas, no es mi terreno, el fondo es siempre lo mismo: desastre absoluto. Soy re-superficial, gracias a eso no estoy con la nariz pegada a un solo tema; puedo ver más, aunque, claro, desde arriba, desde abajo, desde afuera; nunca desde adentro. Porque al elegir la superficialidad, elijo quedarme afuera de muchas cosas, yo qué sé. Me parece.
Pero en algunas cosas me meto a fondo: tal vez eso pinto mezclando los colores hasta la rabia. Busco un color nuevo; colores que no parezcan colores; colores escondidos. Me gusta pintar, sí. Al óleo. Me encanta el olor a trementina en mi cuarto. Sólo terminé tres cuadros. Rarísimos; a veces, al verlos de noche me impresionan. O me ponen triste, pero no me hacen llorar. Ni ahí. No soy un motor roto, llorar es lindo para el que llora, pero horrible para los demás. Y la verdad es que no todo son días malos, no todo es oscuro.
Este picnic en palermo, el último, el de hace tan poco aunque pasaron tantas cosas, fue el mejor de mi vida. Después de todas las pavadas que hicimos con mis compañeros (desafinar guitarras, tirarnos pasto en la ropa, cantar hasta la afonía), terminé sentado solo frente al lago, en un banco, harto de tanta comunión primaveral. El banco era de piedra. O de madera. Qué sé yo. En serio que nunca me importa mucho dónde estoy sentado, mientras no me caiga y no sea una silla de clavos, claro. De faquir, ni ahí. No me gusta aguantar el sufrimiento, no me gusta sufrir; no me la banco. Me gusta reírme. Aunque a veces no tenga ganas, me río igual y, en cuanto me doy cuenta de lo tonto que es reírse sin ganas, me río de verdad. En cambio lo otro es más difícil. Uf. Qué terrible estoy.
Federica.
¿De dónde salió Federica?
''Sólo sé que no sé nada'', ¡ja! vino Federica y me dijo:
-¿Me comprás un tofi?
Bueno, eso me hizo reír. No éramos muy amigos, tampoco enemigos, tampoco nada. Hasta ese momento, Federica era invisible, aunque la veía. Era como si no estuviera. Y ahora me miraba, uh... como si yo fuera lo único que hubiera en el mundo.
-Dale...-y con el índice me señaló un puesto, a un vendedor-¡Tiene Tofis, te juro!-me reclamó.
Entonces caí. Unos días atrás yo había comentado que el Tofi era mi chocolate favorito, que era lo más de lo más, en una charla tonta con la profe de matemática, la Cruz. Cruz es el apellido de la profe. Es una genia la profe Cruz. Después de darnos las notas de un examen, bastante buenas en general, la Cruz estaba de lo más alegre con el curso y se puso a hablar de cualquier cosa, como si estuviéramos en recreo. Nos confesó su adicción al chocolate y ahí yo declaré mi fanatismo por el Tofi. Federica me estaba escuchando, por lo visto. Todo eso lo entendí en un lapso de tiempo generoso, más o menos lo que tardó el universo en explotar y expandirse, pero lo entendí.
-Esperá...-le dije.
Toqué el bolsillo, algo de plata había.
-Bueno. . .la próxima te toca a vos-afirmé, dispuesto al gasto. Tampoco era cuestión de dar por dar, pero la idea de comprarle un chocolate a esa Federica que acababa de descubrir me pareció insoportablemente genial.

Pero entonces ella me tomó del brazo, antes de que yo diera el segundo tranco hacia el vendedor: -No, no. . . ¡era mentira, tonto! ¿Te creíste que podía ser tan caradura, nene? Yo tengo.
Y sacó de una carterita dos chocolates. Impresionante. Me quedé duro, mirando el envoltorio marrón. No entendía. O sí, un millón de años después me di cuenta. Por alguna razón, Federica me eligió. Así, de golpe. Para compartir su afición al chocolate, primero, y después para otra cosa, más. . . descomunal.
Pero empezó por el chocolate y eso estuvo bueno.


Algo que domina el mundo.Where stories live. Discover now