Capítulo 1.

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Me dolían los ojos. La luz tenue de la consulta de Marisa Torres me estaba matando. Ahí es donde, probablemente, empieza la historia.

-Ha pasado ya un mes, Hailey, ¿cómo te encuentras? Sabes, creo que ya te lo he dicho, pero a muchos pacientes les ayuda en estos casos escribir un diario.

Salí del ensimismamiento como si hubiese escuchado una voz lejana que me despertase de mis propios pensamientos mientras apartaba la vista de la ventana -que por unos momentos se había convertido en la cosa más interesante del mundo-.

Había pasado un mes desde el incidente que los medios calificaban desafortunado. Describían con morbo en las columnas de los periódicos el conmocionante asalto a la hija del magante tecnológico, Hailey Hugher.

La pregunta de la doctora Torres era un arma de doble filo. Ambigua; fácil y difícil de responder.

-Enfadada -escupí las palabras con veneno. Que le jodan a tu diario.

La mujer no dudó en apuntar algo en su libreta. Aquella era podría ser quizá el primer indicio de que su paciente comenzaba a abrirse. En casi un mes de terapia, de mi boca solo habían salido monosílabos poco meditados.

Marisa Torres era quizá una de las psicólogas mejor pagadas de todo Orange County, y nada se escapaba a su criterio y análisis. Incluso su despacho, sobrio y perfectamente iluminado, parecía medido al detalle. Y en cuanto a ella, desprendía cierto olor a cigarrillo y perfume caro.

-¿Por qué estás enfadada?

Tardé algo de tiempo en volver a hablar, como si estuviese midiendo lo que iba a decir.

-Hace un mes pensaba que era invencible -solté sin mirar a la doctora Torres; mis ojos se volvieron vidriosos y sentí un nudo en la garganta-. Pero en ese momento, mientras aquel desconocido me sujetaba por detrás en ese parking sentí miedo -otro silencio. Las palabras dolían en mis labios-. Creía que era invencible porque tenía dinero. Porque el dinero lo compra todo, ¿no? Pero me sentía fuera de control. Todavía no han atrapado a esos dos bastardos que intentaron asaltarme, ¿sabe? Y en cambio yo me siento encerrada... Ha pasado un maldito mes y yo sigo pagando el precio de no poder recuperar mi vida porque mi padre considera peligroso incluso poner un pie fuera de casa. Todo lo que quiero es olvidar lo que pasó y poder seguir. -Sentí resbalar una lágrima. Destellos de rabia relucían en mis pupilas. Miré a la psicóloga con impotencia y lancé una pregunta cargada de ironía-. Dígame, Marisa, ¿por qué cree que estoy enfadada?

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Borré los mensajes y las llamadas perdidas tras un corto titubeo y me recosté contra el asiento trasero del coche.

Mucha gente se había preocupado tras el incidente. Amigos y no tan amigos. Di información necesaria a las personas necesaria y decidí ahorrarme las demás explicaciones para cuando todo estuviese calmado.

Las personas tiene un extraño modus operandi en el cual pueden estar meses sin hablar contigo pero se convierten en tus mejores amigos cuando algo malo te sucede.

Dos nuevos mensajes hicieron vibrar el móvil y aparté la mirada de los cristales tintados del vehículo

"¿Estás bien, cielo? Estamos preocupados por ti. Estás... ausente."

Torcí el gesto y archivé el mensaje. Christine me había visitado varias veces desde lo sucedido, y era una de las pocas personas que conocían con detalle la situación. Tener una mejor amiga como ella implica desconocer la definición de necesitar espacio en momentos así.

Cómo salvarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora