Intenté expulsar la rabia mientras conducía pero lo único que conseguí fue que casi empotrara mi coche contra un camión.
Los próximos días, semanas, meses, incluso años, en Maine iban a ser muy dolorosos. Probablemente todo el pueblo estaría enviándome flores con frases bonitas o cartas mostrándome que sentían mucho lo que había pasado, todos me conocían ya que era la hija de Francis Crawford, un importante empresario en la ciudad al que todos respetaban.
Así que no quería pasar por eso, tenía que salir de la ciudad un tiempo e intentar olvidar que su mejor amigo había irrumpido en su boda para decir que estaba enamorado del que iba a ser su esposo. Sí, definitivamente eso iba a costarme media vida superarlo.
Aparqué el coche en frente de mi casa y bajé de él rápidamente.
Recorrí el camino de grava hasta el enorme porche blanco y abrí la puerta, tras varios intentos fallidos de encajar la llave en la ranura.
Subí las escaleras lo más rápido que pude con aquel vestido y llegué a mi habitación un poco jadeante, no era muy atleta.
Cogí la maleta que se encontraba detrás de la puerta y empecé a arrojar toda la ropa que pude en su interior.
Cuando terminé de empecar ropa, zapatos y mis cosméticos, me quité el vestido he hice una bola de él.
Me puse unos shorts vaqueros junto con una camiseta negra y las botas negras que compré hacía un par de días.
Antes de volver a la planta inferior de la casa eché un vistazo a mi reflejo en el espejo: rizos rubios caían libremente sobre mi espalda, aunque no por mucho tiempo, ya que, eran rizos hechos a mano, no naturles; los shorts se ajustaban a mi cintura y las botas negras me quedaban genial. El maquillaje se había esfumado debido a las lágrimas pero lo había reemplazado por otro un poco menos llamativo. Sonreí, pero no llegó a mis ojos.
Suspiré mientras cogía la maleta y empezaba a pensar en lo que estaba haciendo: estaba huyendo.
Estaba alejándome de mis problemas, una cosa que siempre había criticado. Puede que al fin y al cabo, no fuera tan valiente como pensaba.
Bajé con menos dificultad las escaleras y salí de casa casi corriendo hasta llegar al coche. Lo puse en marcha y me dirigí a las afueras de Maine, donde pasaría un par de noches en un hotel y luego iría a Nueva York con mi hermana, Jane, y pasaría una temporada con ella.
Realmente no sabía cómo reaccionaría Jane al verme puesto que habíamos pasado tres años sin hablarnos por alguna estúpida pelea que había destrozado nuestra relación sin dejar ni un solo rastro de su existencia.
Alrededor de una media hora más tarde me encontraba frente a un hotel en las afuera de Maine.
Tenía su nombre colgando en lo más alto del edificio y la fachada estaba llena de ventanas, la mayoría encendidas.
Dejé que el botones llevara mi coche hasta el aparcamiento y fui a registrarme en la recepción del hotel.
Minutos más tarde estaba montada en el lujoso ascensor subiendo a la suit 1234.
Cuando abrí la puerta y vi la enorme habitación que se mostraba ante mí. La cama era enorme y ocupaba gran parte de la habitación, estaba separada de un pequeño salón por una puerta de cerezo y éste a su vez tenía otra puerta del mismo material que daba al un baño que, demonios, podría quedarme eternamente en ese baño.
Definitivamente fueron los 1245 dólares mejor invertidos de mi vida.
Tras un relajante baño de espuma en la inmensa bañera de porcelana me senté en la cama sin saber qué hacer.