A la mañana siguiente apenas podía levantarme de la cama sin caerme.
Jamás había vivido una resaca como ésta alguna vez, tampoco es que hubiera vivido muchas, realmente. Siempre intentaba no pasarme en el tema del alcohol, mas que nada por que Travis siempre fue el más fiestero y, bueno, si el se emborrachaba me tocaba conducir. No podía permitirnos a alguno de los dos conducir ebrios, acabaríamos en la cama de un hospital, probablemente.
Cuando estuve segura de que podía levantarme sin que la cabeza me diera vueltas o me derrumbara en la cama, fui al baño a ducharme y arreglarme un poco.
Tenía toda la ropa arrugada y el pelo desaliñado, iba a costarme deshacerme de aquellos enrredos.
Cuando estuve medio decente, llamé al servicio de habitaciones y pedí un desayuno de esos que siempre salen en las películas y que nunca tienes la oportunidad de probar.
Y así pasé al menos cuatro días más, tumbada en la cama viendo malos programas de la televisión y comiendo cada poco tiempo.
Podría haber pasado más tiempo en aquel hotel, si os soy sincera, podría haberme quedado allí toda mi vida.
Pero eso no era posible, debido a que pagaba con la tarjeta de mi ex-novio y cuando viera la factura me cortaría el grifo bien pronto y entonces estaría sola, sin nadie más aparte de mis padres, que serían un incordio puesto que estarían todo el tiempo o insultando a Travis o compadeciéndose de mí, también tenía a Selena...
Incorrecto, mi mejor amiga, probablemente supiera lo de su hermano y no se le pasó por la cabeza contármelo.
Así que sacudí mi cabeza y empecé a guardar la ropa de nuevo en la maleta y también guardé algunos de los productos de marca que estaban en la habitación.
Era medio día cuando salí del hotel y me encaminé hacia mi coche que estaba justo donde lo había dejado dos días antes.
Arrojé la maleta en la parte trasera del coche y entré en el asiento del conductor mientras encendía la radio y buscaba una de mis emisoras favoritas.
Respiré hondo antes de arrancar el coche y poner rumbo a Nueva York, donde mi hermana, sí, la que no sabía nada de mí desde hacía años.
Esto no iba a salir bien.
* * *
Al anochecer ya me encontraba en la ciudad neoyorquina.
Nada más llegar me di cuenta de que no tenía ni la menor idea de dónde vivía mi hermana.
Esa era la peor parte de salir de tu ciudad natal en busca de la hermana que no has visto en siglos.
No sabía si seguía teniendo el mismo número de teléfono, así que recé por que fuera el mismo.
Y mis súplicas valieron la pena.
Al tercer pitido y cuando estaba a punto de darme por vencida Jane contestó:
— Jane Crawford, ¿quién es? — su voz sonaba alegre y calmada, todo lo contrario a comi había estado hacía unos años en casa.
— Uh, Jane, soy Lissa, ehm, tu hermana — aplausos para mí por favor. Aquello fue lo más estúpido que había dicho en toda mi vida.
— Oh, hola Lissa — su voz se tornó tensa en una décima de segundo — ¿Para qué llamas?
No me iba a andar con rodeos.
— Necesito que me dejes quedarme en tu casa durante una temporada — no quería contarle nada a cerca de Travis aún.
— ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué? — así era Jane, demasiado analítica.
— Ahora mismo si no es mucho pedir, el por qué me gustaría hablarlo contigo en persona y en cuanto a la última pregunta, necesito una casa donde dormir — si Jane me decía que no la llevaba clara.
— Creo que es demasiado precipitado, Lissa. Hace tres años que no hablamos y me pides que te deje quedarte en mi casa una temporada, me dejas un poco sin palabras, sinceramente. — iba a tener que usar un poco mis dotes de artistas para convencerla.
— Pero, Jane, ya estoy en Nueva York, y no quiero quedarme sola en uno de esos moteles de mala muerte donde solo Dios sabe qur pasa — en realidad tenía la tarjeta de Travis pero estaba segura que en poco tiempo me iba a cortar en grifo, sobre todo después de haber estado en el lujosi hotel de Maine.
— De acuerdo, vale. Te dejaré quedarte conmigo, solo por una temporada. — ¡SÍ! Si no estuviera en el coche me hubiera puesto a bailar — Dime dónde estás e iré a recogerte.
Le di la dirección que estaba anotada en el GPS y esperé en el asiento del coche a que Jane viniera.
Estuve esperando durante al menos 20 minutos, incluso llegué a pensar que me había dicho que sí para que la dejara en paz, pero finalmente apareció.
Jane se bajó de un Chevrolet negro y yo hice lo mismo.
Cuando estuvimo frente a frente sucedió otra cosa en la que tampoco había pensado: nos quedamos en silencio, el silencio más incómodo que había pasado en toda mi vida.
Nos acercamos un poco y nos abrazamos torpemente, todo lo diferente a lo que dos hermanas deberían estar acostumbradas.
Nos separamos después de unos segundos y nos sonreímos un poco falsamente.
— Bueno... Que de tiempo, Liss — dijo tímidamente.
— Sí, hace tiempo, sí... — todo resultaba muy raro entre Jane y yo. No sabía como en tres míseros años habíamos llegado a esto.
— Puedes dejar tu coche aquí y te llevo a casa en el mío — sonrió antes de volverse y echar a caminar hacia su coche esperando que la siguiera, cosa que hice, tras coger la maleta de mi coche.
Abrí la puerta del maletero del coche y metí dentro la maleta, volví a cerrarla y fui al lado del copiloto, donde me senté en el asiento tapizado de cuero, al parecer a mi querida hermana mayor le iba bien.
Jane puso en marcha el coche y condujo por diferentes calles cuyos nombres no recuerdo.
Durante todo el camino se mantuvo el mismo silencio incómodo que Jane intentó evitar encendiendo la radio, pero no funcionó, creo que lo hizo aún más incómodo.
Cuando llegamos a nuestro destino casi suspiré de alivio.
El edificio frente al que había aparcado Jane era gigantesco, parecía, no, era un rascacielos.
— Guau, Jane, no te va nada mal ¿eh? — me giré y le sonreí abiertamente.
— No me puedo quejar que digamos — dijo devolviéndome una pequeña sonrisa.
Entramos en el edificio y descubrí que la fachada no le hacía justicia al interior.
Era todo blanco, inmaculado, pulcro, tenía que costarle una barbaridad, pero no parecía importarle demasiado.
Nos montamos en el ascensor, que era igual de lujoso y Jane pulsó el botón con el número 18.
Tardamos unos minutos que se hicieron interminables en aquel ascensor hasta que llegamos a la planta.
Jane me condujo por un pasillo elegantísimo hasta la puerta con el número 108.
Entramos y mi hermana me sorprendió con lo que dijo:
— Bienvenida, a tu nuevo hogar, supongo.
Sonrió y le devolví la sonrisa ampliamente.
Ese era el comienzo de una nueva época en mi vida.
Una época que sin duda disfrutaría.