Mis pies colgaban por el acantilado, y mi culo estaba húmedo por el rocio de la hierba. Desde allí podía ver lo reducida que se quedaba la ciudad, con sus pequeñas personas, con sus insignificantes vidas. Era una de las noches más estrelladas, porque la luna estaba escondida.
Nosotros estábamos bebiendo, el resto del grupo estaba en la cabaña. Noté una mano gélida tocar mi hombro. Se sentó a mi lado, pegó un trago al vodka y prosiguió a liarse un porro.
El chispazo del mechero hizo ver sus largas pestañas y sus ojos marrones y azules, la ciudad iluminaba su nariz y sus labios. Su pelo ondeaba bajo las olas de viento, y desprendía su perfume de canela.
Hablaban de fiestas, yo solo la observaba. Tocaba el tema muy por encima, nunca profundizaba. Era un misterio, era fría, y como un tornado. Puede que sea el cliché de chica "interesante", pero te atrapaba y no te dabas cuenta, hasta que se iba, de que te había roto el corazón.