Nota: perdonadme si repito muchas veces «estábamos borrachos», ya que no es para convencer al lector, sino a mí mismo de que lo que hicimos aquella noche no fue un acto premeditado, si no que fue por culpa del alcohol que tomamos y nuestros celos.
Aquel día (aunque no podía ser del todo día, porque ya era noche), mis amigos y yo estábamos felices y muy contentos. Habíamos conseguido dinero, mucho dinero, aunque no recordaba cómo, pero no importaba. Si la memoria no me falla, estábamos borrachos como una cuba y éramos cinco, porque cinco son los dedos que tengo en una mano y pude contarlos con una sola mano. Recuerdo, eso sí, sus nombres. Y recuerdo, eso también, que faltaba uno. Se llamaba Mistra y creo recordar, porque de esto ya no estoy seguro, que era el más joven de los seis. Porque éramos normalmente seis, sí, de eso me acuerdo, porque necesitaba dos manos para contarnos a todos. Una mano y un dedo. Recuerdo que, sin embargo, ese día solo necesité una mano porque Mistra no estaba y, entonces, éramos cinco y solo cinco. Cinco hombres borrachos como una cuba a las once de la noche entrando en un bar.
También recuerdo que nos lo pasamos bien. Y que gastamos gran parte del dinero que habíamos ganado- y que no recordábamos cómo- en más bebida. Y yo seguí bebiendo, aun sabiendo el dolor de cabeza que vendría después, durante la semana siguiente entera, a pesar de que el amable camarero me dijo que no lo hiciera, que dejase a un lado la bebida. Pero yo siempre he sido así. Desde pequeño, recuerdo que primero hacía y luego, me arrepentía. Aunque odiaba arrepentirme. Recuerdo que odiaba arrepentirme pero nunca rectifiqué mi actitud. Nunca cambié y quizás es eso por lo que me arrepiento ahora. Me arrepiento también por lo que pasó aquella noche y porque ahora mis días están contados.
Dentro de poco, vendrá el Diablo a buscarme y yo me iré con él, porque sé que me lo merezco, porque sé que ese es mi castigo, aunque mis otros compañeros, aquellos que estaban conmigo esa noche de fiesta y alcohol, no lo acepten.
Pero yo sí que lo acepto y les diré por qué:
Recuerdo que, después de emborracharnos y de gastar mucho del dinero que, repito, no sabía cómo habíamos ganado, decidimos volver a mi casa, todos juntos, para brindar por nuestra suerte, aunque recuerdo que aquello ya lo habíamos hecho antes en el bar.
Sin embargo, después de llegar a mi casa y coger la botella de vino, a James se le ocurrió una idea:
- Y, ¿por qué no vamos a casa de Mistra? Así lo celebrará con nosotros también.
Todos nos reímos, sin saber muy bien por qué, pero seguramente pensamos en ese momento que era por el alcohol.
Recuerdo que nos dirigimos pues, esta vez, a casa de Mistra. Su casa estaba en un callejón estrecho y oscuro, pero que, a la luz del día, era bastante bonito. Su casa también era bonita y grande, muy grande. Siempre me había gustado su casa, aunque tenía celos porque la mía no era igual de grande o bonita. Y creo que mis compañeros pensaban igual.
Recuerdo haber mirado la casa antes de entrar y recuerdo haber pensado que el descomunal edificio me miraba de una forma horrible, como enfadado, y temí que no me dejase pasar a su interior, pero, al fin y al cabo, las casas son casas y no se pueden mover, así que puede pasar dentro.
-¿Mistra? ¿Mistra?- recuerdo que empezamos a gritar, mientras nos reíamos como locos-. ¿Dónde estás, amigo? ¿Mistra?
Y entonces, creo recordar que el reloj marcó las doce y recuerdo que empecé a gritar:
-Las doce. ¡Las doce! ¡Son las doce!
-¡Son las doce!- repitieron los demás como loros-. ¡Las doce! Mistra, ¿dónde estás?
-¡Allí!- dije de pronto yo-. Mistra, ¿quieres vino?- pregunté, ofreciéndole la botella llena de líquido rojo sangre.
Todos miraron hacia donde señalaba mi sexto dedo, con el que solía contar a Mistra y empezaron a reír más fuerte.
Recuerdo que no habíamos encendido ninguna luz o lámpara, para no molestar a Mistra (lo sé, una contradicción, ya que queríamos despertarlo para que bebiese con nosotros), pero en ese momento, James encendió la luz y recuerdo que vi algunos cajones abiertos, llenos de monedas de oro y que los demás se lanzaron hacia allí, borrachos para coger todo lo que pudiesen, mientras que yo miraba a Mistra y, enloquecido, empezaba a contar con mi mano izquierda: James, uno; Lucas, dos; Edgar, tres; Damian, cuatro; y yo, cinco.
Y recuerdo que me sentí estúpidamente feliz, porque podía contarme a mí y a mis amigos con los dedos de una sola mano.
Miré a Mistra y él me devolvió la mirada, aunque no me veía. Recuerdo haber visto que un hilillo de sangre le salía de la frente y otro de su boca y caía al suelo y lo manchaba, como si fuera vino.
Recuerdo haber reído, jubiloso y recuerdo haberme lanzado, aún con la botella de sangre que habíamos cogido de mi casa mis cuatro amigos y yo, en la mano, hacia las vitrinas y los cajones abiertos, llenos de oro, como un cuervo hacia lo brillante.
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Colección de Cuentos de Terror y Misterio
HorrorPequeña colección de cuentos al más puro estilo (mentira) de Edgar Allan Poe, Mary Shelly u Oscar Wilde.