Danza Macabra

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Cosas extrañas
pasan al anochecer
(El Árbol del Ahorcado,
Suzanne Collins)

Supongo que todos ustedes habrán oído hablar de esa fatal enfermedad que asoló Europa en la Edad Media. Sí, aquella, ya saben, aquella a la que llamaron peste negra. Yo he oído hablar de los síntomas: aparición de bubones por distintas partes del cuerpo, respiración pesada, vómitos de sangre, dolor en las extremidades, tos y dolor extremo causado por la descomposición de la piel mientras las personas aún están vivas. A veces, los enfermos podían llegar a la locura o al estado de coma.

Fue terrible, ya que mató a mucha gente: acabó con un tercio de la población europea.

Debido a esto, los que vivían por aquellas fechas, eran muy pesimistas y esa mentalidad perduró hasta después de la Edad Media.

Hay muchos textos y dibujos que describen esto y, por ello, podemos saber, más o menos, cómo pensaban en aquella época.

Debo decir que yo he leído esos textos y he intentado analizarlos para llegar a la misma conclusión que muchos otros: la gente estaba desesperada y, como he dicho antes, eran muy pesimistas.

Ya había leído muchos de estos escritos y, aunque no había perdido el interés, sí que estaba seguro de que no habría nada nuevo que me impresionase en los informes que estaba leyendo aquel día. Sin embargo, recuerdo que hubo algo que hizo que me fijara demasiado en uno de estos textos. Al texto lo acompañaba un dibujo y aquello fue lo que me llamó la atención. El dibujo representaba a unos esqueletos bailando y, aunque es cierto que hay muchos dibujos de este tipo, debo reconocer que este era ligeramente diferente. Me pareció más real que los que ya había observado en otras ocasiones, quizás porque no eran solo huesos, si no que los esqueletos aún tenían tiras de piel colgando u órganos que aún no se habían descompuesto del todo.

Me pareció tan real que recuerdo que me pregunté si caso no estaríamos dando el sentido equivocado a la imagen. Si, quizás, aquellas ilustraciones no eran dibujos fantasiosos y metáforas de la población de la Edad Media, si no que aquellos esqueletos de verdad habían salido de sus tumbas y se habían puesto a bailar, mientras alguien (un insensato), los retrataba.

Esa imagen no habría tenido más relevancia para mí de la que yo le había dado y me habría olvidado de ella completamente, de no ser por lo que pasó una semana después de aquello.

Me llamaron un viernes por la noche, mientras, sentado en mi sillón de terciopelo favorito, leía un periódico del día anterior, ya que no había podido hacerlo por el exceso de trabajo y necesitaba ponerme al día con las noticias. Mis pies se calentaban con el calor que manaba de la chimenea. Sobresaltado, cogí el teléfono y quizás estuviera también algo asustado, ya que recibir una llamada en plena noche, no augura nada bueno: una muerte, un accidente…

Sin embargo, cuando la voz del otro lado (que me fue totalmente desconocida), me comunicó la noticia, me sentí aliviado y luego, me sentí terriblemente mal por ello. Aquella voz, que ya ni siquiera recuerdo si era de mujer u hombre, aunque me inclino más por el hecho de que fuera una mujer, me había dicho que una prima segunda mía había fallecido hacía meses y que, al día siguiente, se celebraría un funeral.

Yo no recordaba tener una prima segunda, pero aquella voz me rogó y suplicó que asistiera al funeral y yo se lo prometí, ya que al día siguiente era sábado y porque, además, yo soy de aquellas personas que piensan que nunca debes faltarle el respeto a los muertos, solo por si acaso.

Aquella noche dormí bien, con el murmullo de la lluvia  resonando en mi cabeza y, por la mañana, me desperté lleno de energía.

Me preparé mi delicioso café matutino y casi había olvidado el funeral, cuando volví a ver el periódico que había estado leyendo por la noche y recordé la llamada telefónica. Entonces busqué en el armario y encontré un antiguo traje negro que esperé que sirviera como traje de luto. Estaba un poco sucio y arrugado, así que lo llevé a la lavandería, donde me aseguraron que estaría disponible para esa misma tarde.

El resto del día, lo pasé haciendo las tareas de la casa, ya que vivía solo y no había contratado a nadie que lo hiciera por mí. Cuando ya atardecía, fui a recoger el traje y me lo puse. Me habían dicho que la chica iba a ser enterrada en el cementerio de Wingsbourne, de la calle 13 y cogí un taxi para ir allí, ya que mi coche se había averiado dos días antes.

Cuando llegué al cementerio, descubrí que también se celebraba el funeral de otras dos personas, igual de desconocidas para mí que mi supuesta prima segunda. Ni aún después de que me enseñaran una foto suya, pude reconocerla y es que creo que en mi vida había visto a esa mujer.

El funeral fue tranquilo y rápido, tan solo asistieron un par de personas además de yo mismo y, sin embargo, quería quedarme allí algún rato más para conversar con mi prima muerta para decirle unas últimas (¡y primeras!) palabras, porque ya he dicho que no me gusta faltar el respeto a los muertos.

Pero aquello no fue posible, ya que me echaron de allí casi a patadas, alegando que se iba a celebrar un funeral privado muy importante y que era preciso que el cementerio quedase vacío. Entonces, decidí volver más tarde, porque estaba dispuesto a presentarle mis respetos a mi prima muerta.

Pasé el rato en un bar algo cutre y de poca monta en una callejuela muy sucia. Tomé una cerveza y, cuando cayó la noche, decidí volver al cementerio, donde seguramente, ya se habría celebrado el funeral privado.

Entré en el cementerio y miré el reloj para asegurarme de que no era muy tarde, pero, para mi sorpresa, el reloj marcaba las dos de la mañana. Entonces, reparé en que las manecillas se habían parado.

En ese momento, también advertí que todo estaba en silencio. No soplaba el viento, no se oían los grillos ni el tráfico de la ciudad. Un escalofrío me recorrió la espalda, pero fingí no haberme dado cuenta de nada y continué andando hacia la tumba de mi prima.

Sin embargo, debido a la oscuridad, me perdí casi en seguida entre las numerosas tumbas. Entonces oí un ruido varios metros a mi derecha y me tranquilicé, sonaba como dos objetos chocando entre ellos continuamente y supuse que era el viejo que había siempre en el cementerio por las noches, haciendo chocar  su lámpara de aceite con sus oxidadas llaves. Me dirigí hacia allí para preguntarle por la tumba de mi familiar, pero no me encontré al viejo, sino un espectáculo bastante extraño y aterrador.

El destino había querido que en ese momento me calase bien mi sobrero negro y doy gracias por ello, ya que, creo que debido a eso, no me descubrieron.

Los ruidos que había oído antes, no eran las llaves del viejo al chocar con su lámpara, sino los huesos de los esqueletos al bailar, que resonaban en la noche.

Sí, mis ojos veían  esqueletos bailando  en círculos y no eran esqueletos limpios, tan solo formados por los más blancos huesos, si no que eran iguales que los esqueletos que yo había visto en la ilustración de la Edad Media: los huesos eran amarillos y aún colgaban de ellos carne podrida en descomposición, algunos tenían pelo, incluso. Un pelo largo y canoso que les llegaba hasta los hombros como mínimo. Pero, el peor de todos, era uno que daba saltitos sin parar y que se movía con más soltura que el resto. A aquello no se le podía llamar esqueleto, al menos, no aún. Apenas se le veían los huesos, porque tan solo era una masa de carne putrefacta y amarillenta. Se podía distinguir que era una mujer, aunque a duras penas ya que estaba siempre de espaldas a mí, pero hubo un momento (y fue lo más escalofriante de aquella horrible experiencia) en el que la luz de la luna atravesó las ramas de un árbol e iluminó la cara de la mujer justo en el instante que movía la cabeza hacia la izquierda y pude verle el rostro. Y la reconocí: era mi prima.

....

Aquello fue un espectáculo aterrador. No recuerdo muy bien el cómo ni en qué momento conseguí salir de aquel infierno, pero el caso es que lo hice antes de que saliera el sol. Sin embargo, cuando pienso en esta historia, pequeñas imágenes cruzan a toda velocidad delante de mis cansados ojos: el podrido cadáver de mi prima bailando al son de ninguna música, mientras uno de sus desorbitados ojos se movía lentamente hasta el rabillo de éstos y establecía contacto visual conmigo, para después sonreír de medio lado y seguir con su danza macabra, yo, corriendo entre las tumbas como alma que lleva el diablo…

No es difícil suponer que jamás volví a ese cementerio, por lo que nunca llegué a presentarle mis respetos por su muerte a mi prima y en mi testamento, que lo escribí rápidamente después de aquel terrible episodio, he suplicado que, cuando muera, no me entierren en ese maldito cementerio.

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⏰ Última actualización: Sep 03, 2017 ⏰

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