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DAKOTA

—Señorita Clark, puede pasar —me avisa la secretaria.

Le doy las gracias y voy hacia la oficina de mi ginecólogo. Toco la puerta con los nudillos dos veces.

—Pase, señorita Clark, pase —me invita y me pide que me siente.

Lo hago y le miro frunciendo el ceño, nerviosa. El doctor se rasca el cuello y se quita las gafas, luego entrelaza sus dedos encima de la mesa y dice:

—Bueno, según las pruebas realizadas —dice y empieza a mirar unos papeles llenos de datos y cosas que no entiendo—, Dakota, —suspira— llevas embarazada más de dos semanas.

Tengo ganas de morirme, unas tremendas ganas de morirme.

—¿Está seguro? ¿No hay ningún error, algo que no hayáis...?

—Dakota, está clarísimo —me interrumpe—. El test del predictor también lo afirma y tus síntomas no hacen nada más que confirmar tu embarazo.

El doctor suspira y frunce el ceño.

—No es un embarazo deseado, ¿no es así? —me pregunta y yo le miro sorprendida.

Vaya mierda de pregunta. ¿Cómo va a ser deseado? ¡Tengo diecisiete años, por Dios!

—No, no lo es.

—Y ¿qué vas a hacer?

—No tengo ni idea...

—Puedes contar con tu novio, al menos —dice, pero en cuanto ve que mi cara se desmorona, enarca las cejas—. ¿Verdad?

—Mi novio rompió conmigo y —trago saliva y tomo el valor para decirle esto a mi ginecólogo:—. No sé de quién es...

Levanto a vista para encontrarme con la alucinada mirada y expresión del doctor. Parece que se le va a caer la mandíbula al suelo y sus ojos se han salido de sus órbitas. Cuando se da cuenta de que lo estoy mirando, intenta hacer como si nada, pero no le sale demasiado bien.

—Vale, ehh... Supongo que ya sabes lo que hay que hacer en estos casos.

—Una prueba de paternidad...

—Exacto -asiente una vez con la cabeza y luego dice:—. ¿Tienes una mínima idea de quién podría ser el bebé?

Su pregunta me sorprende un poco, pero de todas formas le contesto, total, qué más da.

—No muchas, no —admito bajando la cabeza y él suspira.

—Deberías contárselo a tus padres, Dakota.

—¿Qué? —exclamo—. ¡No! ¡Me ingresarían en un internado de monjas y me obligarían a tener el bebé! —digo muerta de miedo, después me calmo un poco al ver la cara del doctor—. No voy a hacerlo, no puedo.

—¿Estás pensando en abortar?

—Pues... Sí —le digo encogiéndome de hombros—. Tengo diecisiete años, estoy soltera y en dos años empezaré la Universidad, no tengo el dinero suficiente para permitirme ser madre ahora, es de locos.

—Mmm... Supongo que tienes razón.

—¿Qué cree usted?

—Pues, lo primero, que ha sido una imprudencia y que se venden profilácticos para evitar este tipo de imprudencia —bajo la cabeza otra vez—, que tuvisteis que tener más cuidado porque después pasan cosas como estas, pero ya está hecho... Sí, bueno, supongo que lo mejor para ti sería abortar, ya que si no tienes a nadie con quién contar, como me has dicho y además en dos años empezarás la Universidad... —le miro con el ceño fruncido y él se echa para atrás con la silla—. Los abortos se realizan cuando ciertas personas no tienen las habilidades necesarias para hacerse cargo del bebé, y eso es exactamente lo que te pasa a ti, Dakota.

When I Met YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora