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Una mujer, una rueda pinchada, una enfermedad, un deseo; miedos frente a ti. Miedos que se mantienen tanto que puedes estudiarlos como piezas en un tablero de ajedrez.

No son las cosas importantes las que envían a un hombre al manicomio. Él está listo para la muerte o asesinato, incesto, robo, fuego, inundación.

No, es la continua serie de pequeñas tragedias las que envían a un hombre al manicomio.
No es la muerte de su amor, sino el cordón del zapato que se rompe cuando tiene prisa.

El horror de la vida es ese enjambre de trivialidades, que pueden matar más rápido que el cáncer y siempre están ahí: la matrícula del auto, o los impuestos, o el permiso de conducir caducado, o los contratos, o los despidos, hacerlo tú o que te lo hagan, o el estreñimiento, las multas por exceso de velocidad, polillas o grillos o ratas o termitas o cucarachas o moscas o la tela metálica que se ha roto, o poco gas o demasiado gas, la batería agotada, la casera borracha, al presidente no le importa y el gobernador está loco.

El interruptor de la luz roto, el colchón como un puerco espín, 305 dólares por la puesta a punto del carburador y la bomba de la gasolina en Sears Roebuck, y la boleta del teléfono que sube y la Bolsa que baja, y la cadena del retrete que se ha roto y la luz que se ha quemado. La luz de la entrada, la luz del frente, la luz de atrás, la luz del interior; está más oscuro que el infierno y es el doble de caro.

Y siempre hay ladillas y uñas encarnadas, y gente que insiste en que son amigos tuyos; siempre hay eso y cosas peores: grifos que gotean, Cristo y la Navidad, el salami azul, 9 días de lluvia, 90 centavos de aguacates y embutido de hígado morado. O hacer de camarera en Norm’s con turno partido, o de vaciador de orinales, o de lavacoches o de pinche de cocina, o de ladrón de bolsos de ancianas dejándolas gritando en la acera con un brazo roto a la edad de 80 años.

De pronto, 2 luces rojas en tu espejo retrovisor y sangre en tu ropa interior; dolor de muelas y 1979 dólares por un puente o 900 dólares por un diente de oro, y China y Rusia y Estados Unidos, y el pelo largo y el pelo corto y sin pelo, y barba, y sin rostros y muchos papeles de liar pero nada de hierba, excepto tal vez donde meas, y la otra alrededor de tu tripa.

Con cada cordón de zapato que se rompe, de entre cien cordones de zapato que se rompen, un hombre, una mujer, una cosa, va a parar al manicomio.

Así que ten cuidado cuando te inclinas.

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⏰ Última actualización: Sep 12, 2017 ⏰

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El cordón del zapatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora