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Juliette.

Despierto de golpe, jadeando como si me hubiera quedado sin aire. Estoy completamente empapada, desde mi rostro hasta la última hebra de mi pelo. Parpadeo varias veces, intentando poder abrir mis ojos mientras me seco el agua de la cara con las mangas de la polera degastada que uso como pijama.

El pelo se me pega a la piel de mi cara. Saco una parte de este que se encuentra entre mis labios. Mi rostro se siente frío y helado, con un olor a cloro; probablemente viene del agua que me imagino que Felipe sacó de la piscina con su estúpido balde.

Escucho su risa en la puerta de mi habitación y miro hacia allá, deseando fulminarlo con la mirada. Ahí está, Felipe, mi hermano, riéndose a carcajadas. Tomo la zapatilla más cercana y el lanzamiento con todas mis fuerzas, pero él se adelanta y cierra la puerta justo a tiempo. A los pocos segundos, vuelve a abrirla solo lo suficiente para asomar la cabeza con una sonrisa de suficiencia.

­­—Cuidado, Julie. No querrás arruinar este hermoso rostro; las chicas lo aman —se acaricia las mejillas, exagerando—. Además, mamá quiere que bajes a desayunar. Ah, y tu cara, eh... mojada no es tu mejor look.

—Qué raro, porque a las chicas con las que sales no parece importarles – le respondo con sarcasmo, cruzándome de brazos.

Él suelta una risita y murmura algo ininteligible mientras cierra la puerta, dejándome sola. Respiro profundo, mirando el caos en mi cama. Las fundas de las almohadas están tan mojadas que parecen recién salidas de la lavadora. Me levanto con una mueca y observo la habitación. Que aún huele a mi loción favorita, un suave aroma a vainilla que contrasta con el desastre que Felipe me dejó... Me gusta mantener mi espacio ordenado, con libros apilados en la repisa y fotos con mis amigos pegadas en el espejo. Pero hoy, parece que pasó por aquí un tornado y mi hermano.

Me arrastro hasta el armario para buscar algo seco, pero decido bajar así, con la camiseta pegajosa y fría, porque sé que mamá castigará a Felipe en cuanto me vea. Cuando llego a la cocina, el olor a tostadas y café flota en el aire. Mamá me mira horrorizada en cuanto me ve entrar, como si viera un gato callejero bajo la lluvia.

—¡Juliette, estás empapada! —exclama.

—La culpa es de la rubia oxigenada —respondo señalando a Felipe, que ya está en la mesa devorando sus tostadas como si nada.

Él se queja, pero mamá le agarra la oreja y se la retuerce suavemente.

—Vas a limpiar la casa como castigo, jovencito.

Lo escucho mascullar algo como "qué injusticia", y cuando mamá se gira, él empieza a hacer muecas, pero solo río por lo bajo. Mamá me lanza una mirada y sé que es mi turno de salir de escena antes de que la atención se enfoque en mí.

Vuelvo a mi habitación y me cambio de ropa, buscando unos jeans cómodos y una camiseta que uso casi siempre, porque según yo, si nadie te ve dos veces con la misma ropa, no cuenta como sucia. Además, para algo tenemos lavadora. Luego regreso a la cocina, donde un plato con tostadas y una taza de té me esperan. Tomo mi celular y veo mensajes de Sofía.

"¿Dónde estás? Llevo esperando diez minutos".

Le respondo: "Tuve problemas, voy en camino".

Pero ella ya me conoce demasiado bien, porque su respuesta llega en menos de un minuto: "Deja de desayunar y muévete". Río y guardo el celular, justo antes de que mamá comience a interrogarme. Después de despedirme de ella y de evitar que Felipe se entere de que saldré con Sofí, corro hacia la puerta y me dirijo a la parada de la micro.

El aire es fresco esta mañana, y mientras camino, puedo oler las flores que cuidan mis vecinos, rosas que inundan la calle con su aroma suave y nostálgico. Es raro lo familiar que puede sentirse este lugar después de años de vivir aquí, como si cada rincón fuera parte de mí. Llego a la parada, donde me siento en los fríos asientos de fierro que se encuentran en esta a esperar la micro. Cuando finalmente llega, me siento cerca de la ventana y dejo que el paisaje me distraiga.

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⏰ Última actualización: Nov 03 ⏰

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El encanto de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora