Hombre y Ratón

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Él entro en la habitación con aire distraído. Sus ojos estaban perdidos en la nada, a millas de distancia, ni siquiera me miró mientras se acercaba directamente a mí. Había algo entre sus manos que no alcanzaba a distinguir.

Su forma de caminar tambaleante, su cuerpo descuidado cubierto por harapos, todo inspiraba en quien tuviera la desgracia de estar cerca suyo el más profundo rechazo. Tenía una contextura ancha y maciza como un tubérculo deformado; amplio de hombros y con la grasa sobresaliéndole alrededor de la cintura en una extraña forma rígida. De cuello inexistente, su boca parecía una grieta oscura, y los ojos fisuras con pequeñas piedras hundidas que espiaban por entre grasosos mechones de cabello. El color que alguna vez hubieran tenido sus ropas se había perdido en interminables capas de sudor y suciedad, y parecía caminar con paso perdido, pero a la vez su dirección era clara.

Cuando estuvo frente a mí, pude sentir su horrible aliento pútrido desprendiéndose de su boca lentamente como la neblina envuelve el bosque en la madrugada. Pero eso no fue lo peor. Allí entre sus manos se retorcía una enorme rata, la más grande que alguna vez hubiera visto, lanzando débiles y agudos chillidos. Su pelaje gris se veía sucio y sus ojos negros asustados, todo su cuerpo se sacudía desesperadamente luchando por huir, por vivir. Al parecer tenía el lomo roto.

Lo contemplé con horror, y como incontables veces anteriores, quise moverme, escapar con tanta desesperación como demostraba la rata, pero igual de incapaz que ésta. Él ni se inmutó, en su lugar comenzó a hablar, de la misma forma distante y desconcentrada con la que miraba cosas que se encontraban más allá de la habitación.

—Siempre tendemos a creernos superiores, por encima de todas las cosas...—en ese momento pasaba despacio al animal de una mano a la otra, sosteniéndola firmemente—.  Pero nuestra reacción de lo profundo del instinto primitivo que nos dice que siempre intentemos vivir, aunque sepamos que no nos convenga; deja en claro que no somos mejores que cualquier otra alimaña. ¿Lo entiendes?

>>Incluso cuando nos duele...

Entonces cerró de pronto ambas manos sobre el roedor, y comenzó a apretar con fuerza.

—Oh, pobres, pobres criaturas. No saben...no sabemos...

El animal empezó a soltar violentos chillidos, dando inútiles patadas y mordiendo los dedos de su captor, sin generar reacción alguna de éste aun cuando la sangre comenzó a brotar de inumerables pequeñas heridas, mientras la rata luchaba cada vez más forzosamente por respirar.

Yo observaba todo esto con horror y repulsión, intentando no vomitar ante la imagen, pero no era capaz de decir nada, ni siquiera podía apartar la mirada.

—Pero se puede remediar, —adoptó un tono de lamentosa decisión, con la sombra de una sonrisa triste posándose en su rostro— a veces incluso es tan fácil como mover una mano...

Sus nudillos se volvieron blancos por la fuerza ejercida. La rata estaba doblada en un ángulo totalmente antinatural, y sus ojos negros parecían a punto de salirse de las cuencas. Gotas de sangre y saliva le brotaban de la boca mientras daba sus últimos alientos.

—Y al final todos terminamos en el mismo lugar, ¿sabes? Ratones y hombres... ¿quieres saber dónde?

Con un último agudo, penetrante, débil chillido, el pequeño animal murió. Pero no había acabado para mí.

En ese momento él le acarició el lomo como a un gato, y luego con la mano izquierda sostuvo su cabeza, mientras que con la derecha el resto del cuerpo. Comenzó a estirar en direcciones opuestas.

Yo no respondí; no hice nada. No podía hacerlo, ni debía. Servía sólo de testigo para observar aquel terrible acto que se llevaba a cabo frente a mis ojos.

Se escuchó el perturbador sonido del hueso al dislocarse, y luego al quebrarse. El cuello de la rata estaba roto. Y como si todo aquello no fuera suficiente, intentando convencerme de su punto, él se llevó el cuerpo a la boca, y con la misma triste resignación ante un hecho, con la misma sonrisa alicaída, mordió el pescuezo del animal.

Ahogué una exclamación cuando la sangre oscura empezó a brotar, manchando sus dientes, labios y manos. Mordisqueó la carne, abriendo la piel, despedazándola. Sollozaba, al borde del llanto, pero sin dejar de sonreír de aquella forma tan particular.

—¿Quieres saberlo? Te lo diré...¡Sí! Voy a decírtelo.

>>El ave que no puede volar y le disparan, el ciervo enfermo que los lobos devoran, las ratas que vagabundean por la basura y terminan con sus lomos rotos, los hombres, desde el comienzo de sus miserables vidas...Todos ¡todos! Terminan igual...

Lo dijo con una estruendosa carcajada, al tiempo que la cabeza y el cuerpo del roedor terminaban de separarse. La sangre manchaba toda su boca y dientes, y caía en hilillos ensalivados por su barbilla. Sus ojos abiertos demencialmente, ahora sí mirándome, ahora sí, por primera vez, parecían notarme, clavándose hasta el fondo de mi espíritu. Los pedazos de la rata cayeron al suelo, siendo aplastados por sus pies cuando se precipitó sobre mí, zarandeándome.

—¡Igual, todos terminan igual! —gritaba, una y otra vez, desgarrándose la garganta. 

¡Terminan pudriéndose tres metros bajo tierra!

Hombre y ratón (Terror)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora