Ella corre

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Ella corre, solo corre.

El seco pasto quejándose en crujidos ante su peso. Garganta seca, ojos caídos. Caídos observando sus brazos, entre sus brazos, a la pequeña vida retorciéndose. Ésta llora a gritos su disconformidad, caen lágrimas que se derraman en el vacío del desconsuelo.
“Cuando crezcas aprenderás a llorar en silencio. Como todos lo hacemos” piensa ella, mirándola con ternura, facciones que pronto se desfiguran en miedo.
Siente el hormigueo en su cuello, los instintos incitándola a mirar hacia atrás. Pero no. Cada fibra de su cuerpo pronto la lleva a correr más rápido, una vida en sus brazos dependiendo totalmente de ella la impulsa hacia adelante.

Pasos detrás suyo. Deben de ser miles de pastos muertos más siendo aplastados. Siente el terror como electricidad recorriéndole las venas, agitando su corazón; corre aún más rápido.

Quiere gritar. Gritar hasta desgarrarse la garganta, hasta que su voz se deslice por los árboles, hacia el cielo, que despierte las almas adormecidas. Gritar para rogar ayuda, gritar para quejarse, gritar el terror que se acumula en su pecho. Pero no salen más que sollozos, el resultado de una vida de esconder el sufrimiento, de guardar silencio.

En algún lugar de su mente, sabe que la alcanzarán. Los pasos detrás son más que los suyos propios, muchos más. Pero no quiere llevarlo a un pensamiento consciente, no quiere aceptarlo. Ella tiene a un bebé, su bebé, entre los brazos. ¡No pueden alcanzarla!

Llega al bosque, desea refugiarse entre la luna y los árboles, detrás de la neblina. No tiene miedo a la imponente naturaleza, son solo ramas agitadas por el viento y tierra húmeda… ¿Verdad?

Se escucha un crujido. Quizá algo se movió por allá, cerca de aquel tronco caído. Pero pronto los latidos de su corazón bombeante de adrenalina ahogan los demás sonidos, ese zumbido mortecino en su pecho que marca sus pasos como un reloj marcaría el tiempo que le queda antes de ser alcanzada, antes de dejar de correr.

No necesita voltearse, puede sentir las manos estiradas intentando agarrarla, quitarle lo último que le queda. Su vista está nublada por la oscuridad del regio bosque, su mirada se pierde entre los árboles. Aquellos pasos perseguidores pronto se transforman en brazos que la empujan… ¿O se tropezó?

Llora. Llora porque sabe que al caer su destino se cierra firmemente como una ventana que estuvo abierta demasiado tiempo. Su corazón ansioso golpea con más fuerza, marcando el tiempo restante cada vez más rápido; cada vez menos tiempo. Llora a gritos, aferra a su bebé, no pueden quitársela. La abraza, protegiéndola de toda amenaza. Por ahora.

Siente el dolor como víboras reptando por su cuerpo y atravesando su carne, pero la bebé no siente dolor. Cerrados sus ojos, endurecidos sus brazos como raíces secas alrededor de la pequeña, utiliza sus últimos alientos de vida, sus últimas energías, para murmurar apenas en un susurro resignado las palabras de más cariño, las palabras de despedida.

Ella ya no correrá.

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