La lluvia y los truenos eran lo único que perturbaba el silencio el Dilhim. En otros tiempos, el pueblo incluso a esas horas estaría lleno de bullicio. Pero no hoy. No esa noche. Aquella era una noche especial y diferente. Pero solo Dan Vart sabía a esas alturas que era una noche distinta a todas las que habían vivido en Dilhim. Probablemente sería la última noche para el pueblo.
El paso lento de Dan Vart por la alameda fue dejando un notorio rastro en el fango. Sus pisadas, cargadas debido a las dudas que sentía el pianista con cada paso, se quedaban marcadas en la calle principal. A ratos tambaleaba tanto, que debía desviarse hacia las casas cercanas para apoyarse en las paredes unos segundos antes de reanudar la marcha. Tenía claro hacia donde se dirigía. Y tenía claro lo que allí encontraría.
Dan Vart tenía mucha pena en su interior, así como un temor inmenso. Las gotas de lluvia habían ayudado a ocultar las lágrimas cayendo por las mejillas del pianista. Lágrimas de tristeza, pero también de desesperación. Siguió avanzando, mientras recordaba todo lo que lo había llevado hasta esa situación.
Tropezó y cayó de rodillas al suelo. Dejó que las gotas de lluvia siguiesen empapándolo mientras observaba sus rodillas clavadas en el suelo. Levantó sus preciadas manos delante de sus ojos y las observó. Estaban pálidas, como todo su cuerpo, y temblaban sin descaro. Sin embargo, debía cuidarlas para completar su destino. Las necesitaba para enfrentar aquello que había sumido a Dilhim en la soledad y oscuridad.
Un relámpago iluminó por primera vez el lugar, iluminando también el rostro desencajado del pianista mientras este observaba sus manos. Sí alguien hubiese pasado por delante de Dan Vart, se hubiese topado en medio de la oscuridad con un par de luces escarlatas reluciendo. El pianista ahora tenía la vista al frente, decidido a continuar con su camino.
Se puso en pie como pudo sin la ayuda de sus manos al mismo instante en que un trueno retumbaba de nuevo en Dilhim. Cuando el silencio volvió a reinar, Dan Vart creyó escuchar una vez más aquel susurro que le aterraba. Se volteó, esperando encontrarse con eso pero solo se topó con más oscuridad y silencio. El músico había alcanzado tal nivel de paranoia que cualquier movimiento o ruido le sobresaltaba, más aun cuando sus oídos estaban mejor entrenados que los de la gente normal. Se volvió a girar y soltó un suspiro de alivio al no encontrarse con nada más que la oscuridad. Por un momento, llegó a pensar que aquella oscuridad era más aliada suya que de él. Apartó ese pensamiento de su mente y continuó el sendero envuelto en sombras; el fin estaba cerca.
Cruzó todo el pueblo de Dilhim a paso lento y tomó el camino hacia el castillo del Conde Raggnum. Allí encontraría lo que necesitaba para terminar con todo. Ya lo había preparado antes, solo esperaba que él no se hubiese interpuesto en sus acciones. Dan Vart siguió caminando a paso lento, tambaleándose a ratos, mirando hacia atrás de un sobresalto en otro; queriendo terminar lo antes posible con todo, pero a la vez tomándose el tiempo necesario para reflexionar y recordar. Cuando el pianista por fin llegó a las puertas del castillo, abiertas de par en par, se volteó instintivamente para echarle una última mirada al pueblo de Dilhim.
Dan Vart estaba acostado en su cama, observando el techo con la mirada perdida y la mente recordando los ojos verdes de Isabelle. Su corbata desanudada, su camisa desabotonada y sus dedos moviéndose al son de una melodía imaginaria; la sonrisa ensanchándose en su rostro. Una sensación indescriptible apoderándose de su ser.
Habían pasado dos semanas de su presentación en el castillo del Conde Raggnum y, desde entonces, había frecuentado el bosque que lo separaba del pueblo para encontrarse furtivamente con Isabelle. La primera vez, había ido sin esperar encontrársela, pero tras topársela paseando por el bosque que ahora le pertenecía a su familia, habían iniciado una relación estrecha. Desde entonces, Dan Vart iba día a día al atardecer para encontrarse con ella.
Ambos sabían que era peligroso, que si el conde los encontraba estarían en problemas; no obstante, nada de eso les impedía juntarse durante una hora al día y compartir sin la presencia de nadie más. Dan Vart no podía negar que la adrenalina lo hacía sentir vivo, y que con Isabelle podía ser él mismo, sin fingir, sin ocultar nada; encontró en ella la compañera que necesitaba.
Unas reuniones furtivas que fueron viendo como el amor nacía entre dos jóvenes solitarios. Uno huérfano, la otra dejada de lado por su padre tras la muerte de su madre. Dos jóvenes necesitados de compañía, quienes compartían un mismo gusto: la música. Aunque Isabelle, a diferencia de Dan, lo dejaba en secreto por temor a su progenitor.
Estaba pensando en ella y en que pronto sería la hora de arreglarse para salir a visitarla, embargándole una profunda ansiedad al recordar cada una de sus facciones, cuando la puerta de su casa se abrió con una fuerza que sobresaltó al joven. Se sentó en su cama y antes de que lograse reaccionar del espasmo, en menos de unos segundos, la puerta de su habitación se abrió con el mismo ímpetu, dejando entrar a una decena de guardias reales. Dan Vart abrió grande sus ojos: eran los escoltas del Conde Raggnum.
—¡¿Q... Qué... Qué hacen aquí?! —exclamó tras sobreponerse del asombro inicial, levantándose y mirando uno por uno a los guardias. Todos portaban armadura, lo que encogía un poco más al pianista ante la imponencia de estos.
Uno de ellos se adelantó ante todos, desplegando un pergamino entre sus manos mientras se aclaraba la garganta.
—Por orden del Conde Raggnum, quedas arrestado, Dan Vart, por intento de violación a la princesa Isabelle Raggnum.
Dan Vart sintió como si le hubiesen dado un fuerte puñetazo en el abdomen. Se quedó sin aire y sus pupilas se dilataron, abriéndose sus parpados de par en par. Sintió como sus extremidades le temblaban y trató, en vano de articular una palabra que nunca salió de su boca, mientras era rodeado por los guardias.
Dos de ellos lo tomaron por los brazos y lo comenzaron a arrastrar como si de un fardo de paja se tratase, mientras la mirada perdida de Dan Vart le daba un aspecto más paranoico.
—No es posible... —susurró aun atónito, mientras era sacado por la fuerza de su casa.
Al salir al exterior y toparse con las miradas de asombro y, a la vez, de vergüenza de la gente del pueblo que siempre lo había querido, el pianista cayó en sí de la injusticia que estaban cometiendo.
—¡NO! —bramó mientras se zamarreaba para liberarse del fuerte agarre de los guardias, quienes se sobresaltaron al oírlo—. ¡Yo soy inocente! ¡Yo no le hice nada a Isabelle! ¡NO HICE NADA!
No tenía la fuerza necesaria para liberarse de sus opresores, no obstante, buscó con la mirada y con sus gritos que la gente, que lo veía ser arrastrado, le ayudase. Aunque esa vez, nadie se atrevió a acercársele y la desilusión embargó a Dan. Acto seguido, la desesperación se apoderó del pianista, llevándolo a gritar con más fuerza y desesperación, como un perro enrabiado que estaba a punto de ser llevado a la perrería.
Antes de que pudiese seguir gritando, un fuerte golpe lo dejó aturdido y, lentamente, el mundo de Dan Vart volvió a sumirse en la oscuridad.
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La Última Balada
Mystery / Thriller«Todo termina y empieza a la vez» Un pianista. Un pueblo perdido en el mapa. Un amor. Una sombra. ¿Cuál es el secreto oculto en la oscuridad del pueblo de Dilhim? #53 en misterio/suspenso 20/09/2017