1. El solo del pianista

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Cuando veas la sombra, sentirás la verdadera desesperación. 

Cada golpe de sus dedos en las teclas de aquel piano estaba cargado con una notoria nostalgia y melancolía

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Cada golpe de sus dedos en las teclas de aquel piano estaba cargado con una notoria nostalgia y melancolía. No obstante, era la balada más hermosa que se había escuchado jamás en el pueblo de Dilhim. Sí es que aún quedaba alguien allí para escucharla.

Dan Vart tenía miedo. Así lo reflejaba el ligero temblor en sus dedos previo a golpear las teclas del instrumento, así como también el sudor cayendo lentamente por sus sienes. Sus ojos estaban ligeramente desorbitados. No obstante, encontraba la tranquilidad suficiente para tocar el piano segundos antes de decidir cuál sería la siguiente nota. La melodía comenzó a tomar diferentes ritmos: alegres, tristes, nostálgicos, suaves, tranquilizadores, agresivos. Dan lograba expresar a través de las notas musicales un sinfín de emociones. Porque, además, eran sus propias emociones. Si alguien lograse escuchar el solo de Vart, se sentiría profundamente conmovido.

Dan Vart tenía miedo. No quería abandonar su casa. No quería dejar el refugio de aquellas paredes. No quería dejar la seguridad que le proporcionaba aquel piano. Sí lo hacía, probablemente moriría. Pensó en Isabelle. No podía, se repetía constantemente. Mientras miraba el piano con toda su concentración, y sus dedos comenzaban a tocar como si tuvieran vida propia, se obligaba a sí mismo a mantenerse allí. Fuera de todo peligro. Alejado de aquella sombra que aun rondaba por las abandonadas calles de Dilhim.

Dan Vart pensó en Isabelle. Las notas paulatinamente se fueron tornando melancólicas. Todo había comenzado con ella. Y había terminado con ella. Sí es que se podía hablar de un fin en aquellas circunstancias.

«No» le dijo una voz en su interior. «Esto no ha terminado aún» continuó aquella voz en su interior, imponiéndose por sobre las notas del piano, aun cuando no fuese más que un eco. «Tú sabes que no ha terminado. Aún falta una última balada» la voz se fue apagando, dejando al pianista nuevamente a solas con su instrumento y su música.

Dan Vart interrumpió su solo de piano de golpe y con fuerza. Un susurro apenas audible se había colado por sus oídos. Puso atención mientras los ecos de aquella última nota interrumpida con brutalidad aun resonaban entre las paredes desgastadas. Un silencio sepulcral se apoderó del salón. Incluso la respiración de Dan Vart pareció cortarse. No estaba loco, lo había escuchado a la perfección.

—Ya está aquí —susurró tras un largo instante que le pareció una eternidad, con una mezcla de convicción y terror en su voz. El pianista no despegó sus ojos del piano que tenía enfrente, mientras posaba sus temblorosas manos en su regazo y observó el instrumento con la mirada perdida.

Lo siguiente que oyó fue el golpear de las gotas contra el techo de su casa. Un sonido que fue aumentando en intensidad a media que pasaban los minutos. Luego, vino el sonido del primer trueno. La tormenta se había desatado.

Dan Vart se puso en pie lentamente. Sintió repentinamente el dolor en sus articulaciones tras llevar tanto tiempo en una misma postura. Sintió la tensión sobre su nuca y sus hombros. Aun así, no realizó ninguna mueca de dolor. No había tiempo para eso.

Pese al incesante ruido de la tormenta, lo volvió a escuchar fuerte y claro. Un nuevo susurro le confirmó lo que tanto temía. «Ya está aquí» se volvió a repetir, esta vez en su interior. Con la manga derecha de su traje intentó, en vano, limpiar el sudor de su frente. Con la izquierda tomó el viejo reloj de bolsillo que su padre le heredó antes de morir. Observó fijamente la serpiente de Ouroboros grabada en él antes de abrirlo. El reloj marcaba la medianoche. «El momento en el que todo termina y empieza al mismo tiempo» pensó Dan Vart mientras cerraba el reloj y lo dejaba sobre el piano.

—Todo termina y empieza a la vez —murmuró el pianista mientras se volteaba y se encaminaba hacia la puerta de entrada.

Dan Vart pensó en Isabelle. «Todo empezó y terminó con ella» se dijo a sí mismo mientras estiraba la mano hacia el picaporte de la puerta. De pronto, se dio cuenta de que algo andaba mal. Por ir inmerso en sus pensamientos, no logró darse cuenta hasta que estiró la mano para tomar un picaporte que no encontró. La puerta ya estaba abierta.

El corazón de Dan Vart se aceleró. Sus manos volvieron a temblar mientras sus ojos recorrían la habitación con desesperación. Era consciente de lo que le esperaba. Dolor, sangre y lágrimas. Dio un paso dubitativo y echó un vistazo apenas asomándose por el marco de la puerta.

Afuera, todo era oscuridad. 

La Última BaladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora