Capítulo 2

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Desperté un poco más tarde de las once, sin saber muy bien qué hacer. Hoy tenía todo el día libre, no podía desperdiciarlo. Quizás podría intentar salir a la calle, sólo para ir a dar una vuelta. Si consiguiese distraer a los guardaespaldas que hay en el jardín, tal vez lo conseguiría.

Me levanté de un salto, un poco más animada. Me puse unos tejanos largos y un poco rotos, una camiseta con la frase "If you believe in telekinesis, raise your right hand" y unas zapatillas viejas que tenía guardadas en mi armario. Bajé las escaleras lo más rápido que pude, y una vez en la sala de estar, escuché unas voces provenientes de detrás de la puerta de entrada de la casa. Me acerqué un poco más a la puerta para entender lo que las voces decían.

—Vamos, seguro que le caes bien, es una chica muy agradable —esa voz, por supuesto, era la de la señora Parker. Se escuchó un largo silencio hasta que alguien habló por fin.

—No estoy seguro —si no me equivocaba, ese era Peter, su sobrino. Su voz era un poco aguda, pero dulce a la vez. Sonreí al pensar que por fin iba a tener a alguien con quien hablar el resto del día —. Tía May, no creo que le guste.

—¿Cómo no le vas a gustar? Entra ahí y sé un verdadero hombre —reí un poco ante el comentario de May.

El timbre de mi casa casi me destrozó los tímpanos en cuanto sonó. No debía de haberme acercado tanto a la puerta. Grité a mi madre para que me diera permiso para abrir la puerta, y así lo hizo. En cuanto la abrí, intenté contenerme de la felicidad.

El chico era bastante alto, delgado y se le veía musculoso. Su pelo llevaba un poco de gomina y sus ojos miel me observaban con curiosidad e inseguridad.

—Hola, señora Parker —saludé a May con la mano, y luego volví a mirar a su sobrino. Éste sonrió —. Tú eres Peter, ¿verdad?

—Sí —me tendió la mano para saludarme —es un gusto conocerte, Anne. Tía May me ha hablado mucho de ti.

Le cedí paso a Peter para que entrase en mi casa, y eso hizo. Cerré la puerta detrás de él. Era un chico muy educado y formal, además de atractivo. De hecho, se parecía un poco a su tía. Tenía su misma sonrisa, esa sonrisa que transmitía tanta felicidad.

—¿Cómo es la gente del instituto? —no me pude contener, las palabras me salieron de la garganta como una ametralladora. Peter abrió bastante los ojos —. Lo siento, es que nunca he ido al instituto y... Quería saber cómo es la gente allí.

Peter rio ante mi disculpa.

—Tranquila, no pasa nada —me miró directamente a los ojos, con una sonrisa de oreja a oreja —. Tía May me ha contado que nunca sales de casa.

—Cierto —aparté la mirada, llevándola hasta el suelo —. Mi madre no me deja salir de aquí.

Notaba su mirada clavada en mí, aunque yo no lo estuviese mirando. Dibujé una sonrisa en mi rostro.

—Eres el único chico de mi edad con el que he hablado, ¿sabes? —comenté. Esta vez Peter me devolvió la sonrisa, mostrando sus hoyuelos —. Cada día a las cinco en punto miro por esta ventana y veo a los alumnos del instituto con sus amigos yendo hacia sus casas. Siempre espero a que alguien me vea y me salude, pero nunca lo ha hecho nadie.

—Sí, los chicos del instituto no acostumbran a hacer esto —mi sonrisa se desvaneció, igual que la de él. Decidí cambiar de tema, ya que ese era un poco delicado para los dos. Lo notaba en sus ojos.

—Escucha, Peter —llamé su atención casi susurrando —. Sé que sólo hace unos minutos que nos conocemos, pero quiero pedirte un pequeño favor.

Él asintió con una sonrisa un poco insegura, pero a la vez encantadora.

—Claro, lo que sea.

—Bien —tomé aire con fuerza antes de empezar a hablar —. Este viernes es mi cumpleaños, y me gustaría celebrarlo como es debido. Si pudieras hacer cualquier cosa para que pudiera escapar de aquí esa noche, te lo agradecería muchísimo.

A Peter le costó un poco decidirse, pero al final optó por asentir en silencio y mirarme con sus impresionantes ojos de color miel. Salté de alegría y le di un grande abrazo, del cual se quedó un poco sorprendido. En cuanto me di cuenta, me separé rápidamente de él. Noté que las mejillas me quemaban.

—Lo... Lo siento, no sabía cómo... —intenté excusarme, pero no pude continuar la frase gracias a mi escozor de mejillas. Me tapé la cara con las manos —. Joder, no tengo ni la menor idea de qué me está pasando.

El chico se rio ruidosamente antes de sentarse en el sofá, conmigo a su lado.

—Te has puesto roja —abrí los ojos como unas naranjas —. No te preocupes, es muy normal que te pase.

—Y, ¿por qué estoy roja? —pregunté, un poco más tranquila. Él sonrió ante mis palabras y me miró con dulzura.

—Puede ser por varias razones —me quitó las manos de la cara y sonreí con inseguridad —. Normalmente es por nerviosismo, pero lo más común es que te pongas roja porque tienes sentimientos fuertes hacia una persona.

El escozor aumentó y cerré los ojos con fuerza.

—¿Cómo sé cuál de las dos razones es la mía? —mi curiosidad era tan fuerte que no podía evitar preguntarle sobre eso.

—Eso sólo lo puedes saber tú —noté como mis mejillas se iban enfriando poco a poco, provocándome una sensación de alivio —. Pero te diré un truco.

—¿Cuál?

—Si sientes un cosquilleo justo aquí —señaló su estómago con su dedo índice, y luego puso su mirada en mí de nuevo —, puede que te estés enamorando de alguien.

Puse mis manos encima de mi panza, con los ojos cerrados. Sentí algo, pero era muy leve. Era un leve cosquilleo, tan leve que me había de concentrar para notarlo. Supongo que sólo era nerviosismo. Al fin y al cabo, yo no estaba enamorada de nadie, tan sólo había conocido a Peter.

—¡Anne! —gritó mi madre. Se escucharon sus pasos bajando las escaleras —. Anne, ¿has visto mi...?

En cuanto llegó a la sala de estar, miró a Peter como si fuese una amenaza para ella. Después desvió la mirada hacia mí, ahora con un rostro enfadado.

—¿Qué habíamos dicho de abrirle la puerta a extraños? —preguntó, justo acercándose a nosotros. Peter se levantó rápidamente del sofá.

—Lourdes, ¿verdad? —dijo el chico, tendiéndole la mano a mi madre —. Soy Peter Parker, el sobrino de May Parker.

—Tú no deberías estar aquí —le advirtió mi madre. Me puse de pie, justo al lado de Peter.

—Mamá, sólo ha venido a visitarme.

—Me da igual que haya venido a visitarte —volvió a mirar al chico —. Márchate, Peter. No quiero problemas.

—Claro, señora Stan. Siento haberla molestado —en cuanto se disculpó, abrió la puerta y salió de la casa. Me miró con tristeza antes de cerrarla.

Miré a mi madre con rabia. Ahora sí que vería lo que soy realmente cuando me enfado.



Azul y Rojo | Peter ParkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora