Rippelmeyer, 4 años antes.
"No debí de ir" pensó mientras sus lágrimas caían y hacían eco en la habitación. Seguía escuchando como algo se mecía adelante y atrás constantemente. Tragaba saliva en seco haciendo que su voz se volviera ronca.
Una estúpida apuesta adolescente había acabado en tragedia. Sus lágrimas habían hecho recorrido por su rostro, estaba lleno de lodo y polvo, sucio y su ropa estaba rota. La gotera del techo no ayudaba tanto, cada gota que caía resonaba en un eco imperdonable. Una terrible tortura para un alma. Cerró los ojos y recordó aquel día en que el show de Dobble Do Be había arribado al pueblo. Él acababa de llegar al pueblo, era una persona nueva que había vivido toda su vida en otro pueblo cercano. A sus dieciocho años no había experimentado tanto temor y miedo a los payasos.
Eran su mayor miedo. Aquellos que bailaban en zancos, eran horribles. Entró a la función con curiosidad, presenció los actos que se hacían con estrategia y precisión. Lo único que opacaba el acto era que todos los artistas estaban tristes, su semblante de tristeza era eterno. Cuando salió la mujer con un muñeco ventrílocuo le dio una mala espina, una lágrima traicionera salió de la señora la cual no pasó desapercibida por nadie. Después de la función, ya con algunos amigos de su misma edad lo retaron a pedir empleo en Dooble Do Be.
Él caminó temeroso pero decidido. Tocó una vez el hombro de aquel hombre delgado y flaco que lo volteó a ver. Le sonrió y le hizo reverencia.
—Espero le haya gustado la función— todo el bello de su cuerpo se erizó.
Esa voz era de sus pesadillas.
—Yo... Sí, me gustaría ser parte de ustedes... Si se puede— la mirada del señor se oscureció formando otra sonrisa más perturbadora que la anterior.
—Claro que sí...
El señor alto y delgado se enojó. Él sabía que era una apuesta estúpida, ¿acaso estaban jugando con lo que había trabajado todo este tiempo? Esto no se quedaría ahí. Se llevaron al joven hacia la carpa, este cayó inconsciente en cuanto el hombre le traspasó la oreja con su dedo largo. Pasaron horas y nadie sabía de él. Fueron a preguntar pero dijeron que no lo habían visto.
Él abrió los ojos de nuevo, hubo un rechinado y él volvió a querer moverse pero había algo en sus pies que no lo dejaba moverse, eran cosas largas y frías. Algo pesadas. No sabía que eran, todo estaba oscuro y no podía ver nada, temblaba del frío y se dio cuenta que su ropa no estaba. Le habían cambiado la ropa y se tocó el rostro y este le ardió muchísimo.
Pasó con temor su dedo índice por toda su cara encontrándose consigo una grande cicatriz en toda su cara. Gritó de terror queriendo pararse, sus lágrimas seguían cayendo pero no podía moverse. La luz se prendió estando frente de él aquel hombre.
— ¿Qué me hiciste? — Lloró.
—Te mejoré— dijo mientras jugaba con sus dedos y lo veía —Te convertí en tu peor miedo. Me sé cada uno de tus miedos y pensamientos, cada trozo de tu alma me pertenece. No se te ocurra hacerte algo.
Él bajó la mirada y dio un grito. Estaba vestido de payaso con santos los cuales estaban enterrados dentro de sus pies y formaban parte de él ya. El hombre desapareció de nuevo dejándolo completamente solo, ahora con la excepción de que había luz. Los últimos días fueron horribles, le ardían los pies y no sabía porque.
Luego, inexplicablemente este mismo dejó de sentir cualquier dolor, ya no sentía nada. Pasaron los meses y lo buscaban hasta que lo dieron por muerto, no podía irse de Dooble Do Be, por más que quisiera le daba miedo y sabía que no debía de romper las reglas. Conoció a fondo a todos los artistas tristes, sintió su dolor y sintió su desesperación. Pasaron meses y los meses se convirtieron en años llevándose consigo cualquier esperanza de irse corriendo. Algo se lo impedía y eran entre varias razones, tres muy grandes.
No podía correr, algo lo detenía y si lo hacía... No acabaría muy bien.
Se abrigaba por las noches mirando las estrellas entre las ventanas rústicas del trailer. Odiaba tener que caminar con los zancos, aunque no sintiera dolor pero era una desesperación muy grande. Cada vez que sabía que alguien moría escuchaba el cantar de los pájaros.
No podía pensar por sí mismo frente al señor, quien nadie lo llamaba por su nombre y nadie le quiso decir su nombre. Era mejor no saberlo, no pensarlo y tampoco decirlo. Así la vida sería mejor, por eso, nunca se debe de decir.
La función de Dooble Do Be dio giro por todo el país, devolviéndole el terror y misterio a aquel que se acercase. Aquel día en que ayudo a aquella niña mostró un lado que nadie de los artistas tristes debían de mostrar; Su lado humano.
No se volvió a ver al pobre payaso en zancos, su alma estaba siendo torturada constantemente. Lo que nadie sabía y no sabrán quizás nunca es que nadie de ellos puede irse...
Porque todos están muertos, sus cuerpos yacen en un lugar específico y sus almas están siendo atormentadas hasta el fin de los días. Porque todos piensan estar vivos pero lo que tampoco saben es que el peor sufrimiento es el del alma, un alma torturada y recordándole lo más malo de este mundo.
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Cuando el telón cae.
HorrorEn Rippelmeyer, un pequeño pueblo que se cree ciudad, hay un teatro el cual lleva por el mismo nombre del pueblo, famoso por sus amplios repertorios de obras de todo tipo. Una vez al año viene la representación de los actores tristes, jóvenes disfra...