Qué le importa a la gente.
Sus miradas cruzaron apenas cuando caminaban en diferente sentido. No sonrieron, no se saludaron, no se abrazaron. Nada, sólo se miraron como simples extraños. Se miraban tan solo segundos, y luego volvían a ser simples personas, comunes, corrientes, normales.
No podían evitarlo.
El mas alto se fue al salón 34 y el rizado hacia el 30. Tan pronto ambos chicos se sentaban, el rizado escribía algo en su celular y lo mandaba al contacto prohibido.«Te veías realmente caliente con esos pantalones, supieras lo que quisiera hacerte justo ahora.»
El otro no pudo evitar sonreír ante tal cosa, quizá era lo único que podía hacer, ya que estaban tan lejos, era como una estrella inalcanzable del cielo.
»No te quedabas atrás con esos jeans negros... Siempre que te veo me dan ganas de hacerte todo tipo de cosas.
»Podrías hacerlo...
»Ya sabes que no puedo. Tengo miedo.
»¿Miedo?
»Sí, miedo. ¿No puedes imaginar a las personas criticándonos todos los días? No lo soportaría.
Ya no respondió. Simplemente por dos razones, la primera; su maestra de estadística había llegado., y segundo; ¿por qué le importaba lo que la gente dijera?
¿Es tan espantoso para él ser lo que es en pleno siglo xxi?Ojalá todo fuera como cuando están solos, en el cuarto del mayor, o simplemente en los mensajes que se mandaban casi siempre.
Una vez, dada terminada la jornada de ese día, salió casi corriendo del salón en busca de el rizado. Quería decirle tantas cosas. Y otra una vez más: se miraron.
Pareciera que es lo único que saben hacer...
—Freddy... —el nombrado bajo la mirada y tecleo en su celular.
»Nos están mirando.
—¿Te importa eso? A mí no, en lo absoluto.
Sonrió, parecía muy rebelde. Tienen 22 años y parecían enamorados de secundaria; tan tímidos y tontos, quizá uno más que el otro.
—Tratame igual que en tus mensajes.
»¿No sería prohibido frente a todos?
—Mirame... —suplico el mayor.
Lo hizo, finalmente lo miro.
Mientras lo hacia, le recordó mucho al primer día en que lo vio, el primer mensaje que le envió y la indecencia que este escribía.»Ojala pudiera hablarte bien, para hacer contigo lo que quiera...
»Entonces hazlo.
Aquella tarde de abril, aun siendo extraños y atraídos por la pasión, se dejaron llevar. Terminaron enredados en la cama, sonrientes.
—Tratame igual que en tus mensajes. —Repitió. El rizado sonrió más.
—¿Que no te basta con que nos escuchen todos los vecinos cuando estamos en tu casa solos?
—Quiero más que eso...
—No, estoy seguro que te dolerá —le dijo mirando sus bellos ojos cafés.
—De acuerdo, extraño... —lo volvió a besar desesperadamente mientras sus miembros se rozaban frenéticos.