Tía-abuela Adele

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No, por desgracia no había muerto. Me desperté en la habitación de un hospital y me explicaron que mi hermano y yo habíamos sido los que habíamos sobrevivido. Vino el asistente social y me dijo que el único pariente que nos quedaba era nuestra tía-abuela Adele. No tenía ni idea de quién era. Nunca la había conocido.

Ahora el asistente social nos estaba llevando en coche a las afueras de un pueblo donde estaba la casa de nuestra tía-abuela. Mi hermano iba en el asiento delantero, yo en el de atrás. Nadie hablaba. A veces el asistente nos preguntaba cosas y nosotros contestábamos con una respuesta rápida. No queríamos hablar. Estábamos confusos. No sabíamos qué hacer. Éramos huérfanos, ¿y ahora qué? ¿Qué íbamos a hacer sin padres?

Una lágrima se deslizó por mi mejilla.

- Bueno, ya hemos llegado. –Dijo el asistente.

Me desabroché el cinturón, abrí la puerta y salí del coche. Estábamos delante de una enorme casa antigua, con un gran patio con un césped bien cuidado. Había un gran porche con un suelo de tablas de madera. Había un columpio con cojines con dibujos de florecitas, una mesa rectangular de madera que a su alrededor habían sillas del mismo material de la mesa con un cojín en cada una. Las paredes de la casa eran marrones y de piedra y el tejado era del mismo color. Era una casa preciosa.

Cogimos nuestras maletas y anduvimos sobre un suelo de piedra que separaba el patio en dos. En un lado del patio había una fuente y en el otro, otra igual. En éstas había dibujos de ángeles que me parecieron preciosos.

Llegamos a la puerta y el asistente tocó el timbre. Pasaron unos segundos cuando al otro lado de la puerta se oyó la voz de una señora.

- ¿Quién es? –Preguntó.

- Soy el asistente social –Contestó éste-. Os traigo a sus sobrinos-nietos.

La mujer abrió la puerta. Era una persona de unos sesenta años. Era bajita, delgada y llevaba un vestido negro que le llegaba hasta los tobillos. Tenía el pelo rojo caoba recogido en un moño y unos hermosos ojos grises. Seguramente cuando tuvo su juventud fue una persona muy bella. Ahora su vejez se mostraba en esas pocas arrugas que tenía en el rostro y en las manos. Aunque para su edad, se conservaba genial.

- Ah, si. Pasad –Nuestra tía-abuela abrió más la puerta y entramos.

El saloncito era precioso. A la izquierda había sillones con dibujos de florecitas y había cojines sobre ellos del mismo estilo. En frente de los sofás había una mesita baja con un mantel con distintos adornos. Sobre ella estaba una tetera y varias tazas encima de pequeños platitos.

A la derecha había un sofá más moderno y enfrente de éste un mueble con una televisión de pantalla plasma. Para ser una abuelilla en una casa de pueblo tenía demasiada tecnología para ella.

Tenía también muchos cuadros. Me paseé por el saloncito mirándolos. En uno representaba a una sirena sentada en una roca en el medio del mar con su larga cola de color morado claro. En el cuadro de al lado había un dibujo de un jarrón con flores. Nota mental: A mi tía-abuela le gustan mucho las plantas.

Fui a la pared del frente donde había más y pude contemplar uno en el que aparecían dos ángeles: uno con alas blancas y otro con alas negras. El de alas blancas miraba al de las negras; y éste parecía estar cayendo. Un ángel caído.  

El siguiente cuadro me gustó mucho. Mostraba un bosque con árboles de hojas marrones y rojas. Ese paisaje con esos colores me recordaba al otoño. Mi estación favorita.

- ¿Te gustan los cuadros? –Preguntó una voz detrás de mí.

Ahogué un grito. Me di la vuelta y me encontré a mi tía-abuela Adele.

-  Si, son preciosos –Contesté-. Mi favorito es el del bosque.

-  Ese lo pinté yo hace unos años. –Añadió.

- ¿Los pinta usted? –La miré sorprendida. Esos cuadros eran espectaculares.

- Sí, soy pintora. –Dijo-. Y por favor, tutéame. Soy tu tía-abuela y además no soy tan mayor.

- Vale –Volví a mirar el cuadro-. ¿Desde cuándo pintas?

- Desde que tenía diez años. -Se miró sus pecosas manos-. ¿Cuántos años tienes, jovencita?

- Quince.

-  Quince… ¿y tu hermano?

- Dieciséis. Es un año más mayor que yo.

Adele se dio cuenta de que no paraba de mirar su cuadro. De verdad, me gustaba mucho.

- ¿Te gusta mucho el cuadro? Lo pinté en Octubre. Es el bosque de enfrente. –Añadió-. Mira, ven. Acércate.

Me cogió del brazo y me llevó hacia la ventana. Miré a través de ella y estaba en lo cierto: era el bosque del cuadro.

El asistente social se acercó hacia nosotras y empezó a hablar con Adele. Mientras ayudé a Nick a llevar las maletas a nuestras habitaciones de arriba.

Entré y dejé mis maletas en el suelo. La habitación era grande, tenía una cama en medio de la pared, un armario de madera oscura, un escritorio que sobre él había una lámpara y tenía cajones debajo; una mesilla de noche al lado de la cama y una enorme ventana al lado de ésta donde se podía ver el precioso bosque… 

El Bosque MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora