El camino a la tierra oculta

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Miro el horizonte desde mi ventana, veo como el sol se va ocultando poco a poco dando paso a la solitaria y brillante luna que, a su vez, me recuerda que pasarè otra noche en esta solitaria y fría habitación.

Ya había perdido la cuenta de las veces que  había tratado de escapar de estas cuatro paredes que me rodeaban, era una torre muy alta, por lo que no era una opción saltar. No existía alguna escalera escondida, como en aquellos cuentos que me contaba mi madre cuando pequeña, oh! mi madre, cuanto extrañaba sus brazos siempre cálidos y reconfortantes, los consejos tan sabios que siempre mencionaba antes de que actuase, su amor incondicional. Sin darme cuenta rompo a llorar, hacía mucho tiempo ya que no la veía, hacía mucho tiempo que me la habían arrebatado.

Era yo muy pequeña, de cinco años  de edad para ser exacta. Me encontraba en la tranquilidad de mi pequeño y humilde hogar, cerca del lago que quedaba a las afueras de mi pequeño pueblo. En esos momentos estaba dibujando pacientemente en la mediana mesa de madera de la cocina, mientras mi madre hacía aquellas galletas de avena que tanto me encantaban. Era la imagen perfecta, la que cualquiera desearía que nunca acabase, pero como siempre, la felicidad tiene que terminar.

Hacía una semana que los guardias del codicioso rey de mi pueblo estaban solicitando mi estadía fija en su enorme y lúgubre castillo. ¿El por qué? Porque alguien le había contado mi secreto al rey. Si, tenía un secreto. Uno que mi madre nunca quiso que descubrieran. Yo podía ver criaturas mágicas.

No sé desde cuando había comenzado a ver esta ver criaturas, pero siempre recuerdo lo que mi madre me decía: “Nunca se lo cuentes a nadie”. No entendía el porqué de aquellas palabras. Pero si eso era lo que decía mi madre, eso tenía que hacer, así que me esmeré para que nadie lo descubriera, pero no cumplí mi misión, pues a mis cuatro años me vieron hablando sola a la orilla del lago que quedaba en la parte trasera de mi hogar. Esa había sido mi sentencia.

El rumor fue regándose poco a poco en todo el reino, hasta que llegó a los oídos del Rey. Nunca supe como adivinaron que hablaba con criaturas mágicas, porque ¿Quién no ve a niños pequeños hablando con sus amigos imaginarios? Todo el mundo. Sin embargo ese no era mi caso.

Mi madre estaba sacando las galletitas del horno cuando comenzamos a escuchar horribles sonidos provenientes de la puerta. Ella ya veía venir este día, puesto que nadie, absolutamente nadie, le negaba una petición al rey, y mi madre tuvo la osadía de hacerlo. ¡Craso error!

Me tomó en brazos con brusquedad y se dirigió a un pequeño cuarto que se encontraba bajo la enorme cama de ella. Siempre supe de su existencia, a veces hasta me escondía en aquel lugar a jugar, pero su original propósito era darnos protección en las atroces guerras y batallas que habían en mi pueblo.

Yo gritaba y pataleaba para que mi madre entrara conmigo pues ahí cabían más de 3 personas; pero era demasiado tarde, los guardias del rey ya estaban destrozando el que era mi hogar, y  se encontraban cerca de la habitación de mamá.

Mi madre me regaló un corto beso en mi frente, acompañado por unas tímidas lágrimas que bajaban por sus mejillas, jamás olvidare la expresión  que tenía su rostro en ese momento, ni las palabras que me dijo antes de marchar.

En cuanto me vaya, Huye. Olvídate de tu hogar y de tus cosas y huye. Dirígete a la casa de tu abuela en el bosque. Ella podrá contarte lo que yo jamás pude”

Y sin más cerró la puerta y movió la cama para ocultarme.  Lo último que escuche fueron los gritos de los guardias y el cuerpo de mi madre siendo arrastrado hacia a fuera. Sabía que la meterían en las mazmorras puesto que el rey era el ser más despiadado que pudo pisar el planeta.

Aún lloraba, pero ahora no solo de tristeza, sino de rabia e impotencia. Golpeaba y pataleaba dentro de la pequeña habitación oculta donde mi madre me había dejado, ya no sentía las horas pasar.

Relatos para un ratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora