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Ésta será tu habitación—dijo mi mamá y abrió la puerta del susodicho.

Me adentré a éste y no me sorprendí, es decir, era una habitación común y corriente. Una cama matrimonial –la cual veía innecesaria para mí–, un par de almohadas encima de ésta, una mesita de noche con una lámpara encima. Un armario blanco y un pequeño sillón.

Pero aquello que realmente me emocionó, fue la ventana que daba al frente a nuestros vecinos –de el frente– y tenía una clase de sillón sin espaldar.

—¿Puedo dormir allí?—pregunté con mis ojos encendidos en alegría.

—Será el lugar en el que vivirás, así que no creo que haya problemas—respondió sobando su mano con su dedo pulgar—. Hija, ¿estás segura de querer hacer ésto?—preguntó mirándome.

—Oh, mamá...—susurré y la abracé, ella no resistió y empezó a llorar.

Habían pasado al menos dos meses de mi graduación, pero aún no había sido el acto. Es decir, me habían entregado el diploma pero aún no había baile.

Y como el tiempo había pasado, no tenía más nada que hacer y realmente no sabía en qué gastar mi tiempo –me aburría contando las rayas del techo, al principio era divertido, pero luego perdió la magia–.

Así que el día en el que me aburrí de contar las rayas del techo, empecé a pensar en que debía conseguir rayas nuevas que contar. Así que le dije el día siguiente a mamá que quería mudarme a una casa sola.

Ella preguntó el motivo y casi se moría cagando. Yo sólo le respondí «mamá, mis alas han crecido, ahora sólo necesito que me dejes volar a mi propio nido».

Se puso a llorar y le recordé que estaba en el baño, y que hablaríamos de eso cuando los troncos estuvieran fuera de su sistema.

—No, está bien—respondió ella—, debes florecer por ti misma, y no lo harás si sigo llorando—

De todas formas iba a hacerlo. ¡NECESITO NUEVAS RAYAS!

—Mamá, nada va a pasarme. Estoy bien—la tranquilicé.

—¡Jorge, vámonos ya!—gritó a mi padre, el cual estaba abajo haciendo no sé qué.

Bajamos las escaleras y vi a papá abriendo la puerta ya.

—Cuídate, hija—dijo papá, para luego darme un beso en la frente.

—Lo haré papá—dije sonriendo sin mostrar los dientes.

—Adiós, hija—dijo mi mamá e hice un asentimiento.

Me apoyé en el umbral de la puerta, viéndolos abordar en el auto de papá y dejarme el de mamá a mi cuidado. Cerré la puerta y me tiré en el sofá de la sala, bufé al recordar que mañana debía sacar las cajas del auto de mamá –el cual era mío ahora–.

Me levanté rápidamente y me dirigí a mi habitación, al entrar sonreí al ver el sillón en la ventana, me dirigí a él y me senté con la piernas estiradas y luego coloqué mi cabeza en el umbral de la ventana, saqué mi teléfono de el bolso que dejé encima de el sillón.

Kyungsoo.

Me encontraba boca abajo en mi cama cuando mi papá me llamó, bufé y rápidamente me levanté y me dirigí hacia donde se encontraba él.

—Ky, llegaron vecinos nuevos—comentó.

—Y...?—respondí.

—Irás a llevarle Teriyaki—dijo leyendo algo en su iPhone.

—¿Por qué debería?—pregunto con un tono de fastidio.

—No pregunté, lo harás—

—¡Ni de broma!—grité—¡Ve tú, si tanto te interesa!—

Me dirigí rápidamente a mi habitación y la cerré de un portazo. Jodeeeeer.

Fui hacia mi mesita de noche y del cajón saqué mi caja de cigarrillos y el encendedor.

Caminé hacia el balcón y encendí un cigarrillo, le di una calada y luego lo expulsé.

Una delicada –pero hermosa– risa inundó mis oídos, dirigí mi mirada hacia donde creía que venía el sonido.

Mi mirada terminó en la ventana de la casa que estaba al frente de la mía, en la cual posaba una hermosa chica. Ojos marrones y cabello del mismo color, pálida como la nieve. Veía su móvil mientras tenía una sonrisa burlona.

—¡KYUNGSOO!—gritó mi papá, desde abajo—¡EL TERIYAKI SE ENFRÍA!—

Rodé los ojos y terminé mi cigarrillo.

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—Bien, sabes que hacer, ve a llevárselo—dijo mi padre en cuanto bajé y tomé la bandeja entre mis manos.

Asentí con fastidio y me preparé mentalmente para hacer el ridículo en una casa ajena.

Crucé la calle que nos separaba y finalmente, cuando estuve en frente, toqué el timbre.

Me extrañé una escuché una moto llegando y luego aparcar en frente de la casa.

Después de unos quince segundos, escuché pisadas cerca de la puerta y maldiciones en bajo, además de un «La pizza llegó volando. Wingardium leviosa».

La puerta se abrió, dejando ver a la chica pálida de hace unos minutos.

—Hola, soy...- —me vi interrumpido cuando el delivery habló.

—¿Usted es...—leyó un papel que tenía en su mano derecha—...Riley Johnson?

Ella asintió, recibió la pizza, y luego pagó por esta.

Cuando el repartidor se fue, ella me miró con una extraña sonrisa.

—Hola, lo siento, ¿quién eres?—preguntó

—Soy Kyungsoo, vivo al frente—señalé mi casa con mi dedo índice—, en mi familia tenemos tradición de llevar comida a los nuevos vecinos. Teriyaki—dije alargando la i. Extendí la pequeña bandeja. Ella en seguida la tomó con una sonrisa.

—Mucho gusto, Kyungsoo. Soy Riley. Muchas gracias por el Teriyaki—dijo e hizo una reverencia algo exagerada.

Yo hice una asentimiento y me di la media vuelta para irme. Una mano en mi antebrazo me lo impide.

—Kyungsoo, ¿Has cenado?—preguntó ella. Bajó su mirada hacia su mano, la cual sostenía mi brazo aún. Enseguida la quitó.

—Uh...—respondí dudoso. Esa no me la esperaba—, no, aún no lo hago—respondí.

—¿Quisieras hacerlo conmigo?—preguntó con una sonrisa, luego se dio cuenta de lo que había dicho—...uh, el cenar, o- obvio—

Reí un poco.

—Claro, me gustaría—sonreí.

The girl from the windowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora