Pain

247 8 2
                                    

I

Únicamente recuerdo cómo estaba sentada en la butaca de aquel cine. Sola, como cada martes. La película definía mi vida. Aunque si lo pienso bien, hay muchas que la describan.

Me llamo Adelaida, tengo diecisiete años, y he desperdiciado mi juventud buscando algo que es imposible de encontrar. Sé que es algo raro, pero suelo hablar mucho conmigo misma. A mi subsconsciente se la puede denominar como mi mejor amiga. Mis padres murieron cuando tenía cinco años, y mi abuela materna hace dos. He trabajado para ella en una tienda de ropa casi toda mi vida, pero nunca he recibido recompensa alguna, ya que cuando ella murió, ya se había gastado todo lo de la tienda en criarme. Obviamente la tienda quebró poco después de que me dejara. Nunca he estado orgullosa de nada. Y única y exclusivamente estoy aquí por mi sueño, uno que persigo desde hace mucho. Yo quiero ser actriz.

Sé que nadie me ha preguntado, pero actualmente no voy al instituto, busco trabajo, cuido niños, paseo perros y actuo para quién sea y dónde sea. Dentro de poco voy a ser mayor de edad, y por la cabezonería de mi abuela, hace ya mucho que tengo el carnet de conducir. Tengo que aclarar que no dejé de ir a clases porque suspendiera ni nada por el estilo, totalmente al contrario, fue por cosas muy distintas. No tengo las fuerzas para hablar y contar abiertamente las verdaderas razones, ya que una herida tarda en cicatrizar.

Mi presente es muy simple. Salgo del cine medio adormilada, ya que la película ha hecho que estuviera metida en ella desde el principio, con el cubo de palomitas en la mano derecha y mi bolso en la izquierda. Estoy a unos cinco minutos de mi apartamento, que por cierto, si no encuentro trabajo pronto tendré que venderlo. Mi hipoteca suele ser de unos doscientos euros al mes, porque apenas uso luz (compro velas que me sale más barato), el gas no lo pongo nunca en marcha (me pongo mucha ropa) y el agua solo la uso de vez en cuando. Tengo una botella de dos litros que meto un tiempo determinado en la nevera y luego la saco para no gastar luz; y al ducharme no tardo más que diez minutos. Por cierto, nunca me seco el pelo con secador o me hago cosas en él como plancharlo, porque eso gasta muchísima eléctricidad. De verdad que vivo muy pobremente. Son las ocho y mañana me he propuesto ir a encontrar trabajo. Enciendo una vela que me regaló mi abuela antes de irse. Es enorme, de casi un metro. La tengo desde hace dos años. No la he usado hasta hace poco, porque no la necesitaba en aquel entonces. De cena... De cena... ¿qué debería tomar? Apenas hay cosas en la nevera. Más bien se pueden contar con los dedos de una sola mano. Una lechuga, un tomate, jamón envasado, queso y una sandía enorme en muy buen estado. Decidido, una mini ensalada y arreglado. Aunque de la impresión de ser un apartamento de unas dimensiones diminutas, que está sucio hasta arriba y no tiene nada de nada, es una idea idealizada totalmente equivocada. La casa pertenecía a mis abuelos, está llena de muebles antiguos en muy buen estado, siempre está limpia porque yo me ocupo de eso como puedo y tiene unas medidas realmente grandes para ser un piso. Al acabar de cenar lavo los platos con mucha prisa para apenas usar el agua. Si os interesa saberlo, sí, me lavo la ropa y nunca la llevo sucia. En eso no escatimo gastos, sería demasiado egoísta por mi parte. En mi cama empiezo a pensar. Ya hace más de dos años que no voy al instituto, y seguramente la graduación de mi curso sea dentro de poco, porque el verano ya está aquí desde hace más de una semana. Decidido, mañana me levanto pronto para buscar trabajo, de lo que haya, y si me sobra tiempo voy a ver cuando será la graduación. Todo sea por empezar a tener la vida que deseo.

PainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora