Quizás si aquel verano de mi infancia me hubiera reusado a ir a ese campamento militar, si él no hubiera entrado a mi vida nada de esto estuviera pasado. Suceden muchas cosas durante la infancia, sucesos que son capaz de marcar la vida de un niño para siempre. Después de aquel verano yo regrese a casa siendo un chico completamente distinto, había descubierto lo que era el amor, pero había algo que jamás desaparecería de mi interior. La inocencia.
Si, estaba enamorado. Si, claramente no era de una chica. La inocencia del primer amor no cambia aunque no sea una persona de tu sexo opuesto. Lander jamás tuvo esa inocencia, quizás porque era obvio que yo no era su primer amor. Joder, no estoy seguro si lo que Lander sentía por mí se podía llamar amor. Pero en cambio William, el hijo mayor del militar Aguilar, a pesar de sus casi diecisiete años seguía teniendo una inocencia muy grande. Lo notaba. Lo notaba en su mirada. Lander jamás tuvo inocencia en su mirada.
Señores del jurado, no quiero tratar de ponerle una justificación a lo que hice, pero yo no tuve nada que ver con el despertar de Lander, mucho menos con la pérdida de su inocencia. No es posible explicar con palabras el ser tan maravilloso, pero eternamente retorcido, que lleva por nombre Lander. Lo único que tiene en común con William es una cosa; que ambos me volvían completamente loco.
El primer encuentro con William se dio a finales de la primer semana del campamento, nos mandaron a correr dentro del bosque, en aquel momento yo era un flacucho insignificante que jugaba a ser grande, si no hubiera sido por la insistencia de mi padre, jamás me hubieran permitido entrar al grupo de los chicos mayores. William no quería estar allí, eso lo supe desde el primer momento que lo vi, golpeaba y pateaba el árbol que tenía enfrente con todas sus fuerzas, jamás había visto a un chico tan molesto.
—¿Estas bien? —pregunte.
—A ti que mierda te importa —contesto.
Exacto. A mí que mierda me importaba. Si ese día hubiera seguido corriendo, nada hubiera ocurrido y no estaría aquí en estos momentos.
—Golpea el suelo, duele más —murmure.
Sus ojos volvieron a amenazar los míos, no pudo resistir, se dobló en una carcajada impresionante. Ese chico tenía graves problemas mentales. Lentamente la risa se fue transformando en sollozos, fuertes y largos. William no era débil, todo lo contrario, jamás he conocido a un chico tan fuerte, incluso era más fuerte que Lander. William era el hijo menor del militar Aguilar, tenia de sombra a sus tres hermanos mayores, futuros militares igual que su padre. Esa noche William me hizo prometerle que nadie sabría que lo vi llorar. Lo cumplí.
Y la rutina se repetía. Cada tarde, justo treinta minutos antes de que el sol se escondiera y una hora antes del toque de queda, me encontraba con William en el bosque. Hablábamos de cosas de chicos, videojuegos, la escuela, incluso de chicas. Éramos dos chicos completamente normales, viviendo el verano de 1984. Él con diecisiete años y yo con quince. Mediría un poco más de un metro con setenta centímetros, tenía la piel color apiñonado, unas cejas artesanalmente pobladas, cabello casi rapado, igual que su padre. Pero el premio se lo peleaban sus ojos y su sonrisa, esa sonrisa tan coqueta y tierna. Cada vez que llegaba al bosque me recibía con aquella expresión en sus labios. Era mía. Él era mío. Su mirada me hacia cómplice permanente de él, sus hermosos ojos verdes me hechizaban y me ponían a sus pies. Él era mío. Lander jamás fue mío.
Todo sucedió poco a poco. La primera vez que nos besamos fue tres semanas antes del cierre del campamento. Fue raro, muy raro. No puedo ni siquiera recordar que nos llevó a producir aquel acto tan íntimo, pero puedo asegurar que fue un momento inolvidable para mí. Dos chicos besándose, que cosa tan normal, ¿no?
Estaba consciente de la existencia del sexo, mi padre me había dedicado toda una tarde de aquel año, exclusivamente a hablarme de eso. Solo que no menciono que sucede cuando la parte femenina no está presente. William me condujo en todo momento, fue tan esplendido, tan cortes, tan amable, tan sincero, tan cariñoso, y tan paciente. Mi William.
Estuve todo el resto del año, y los primeros meses de 1985, rogándole al cielo que llegara rápido el verano. Deseaba volver a verlo, quería descubrir la maravilla de hombre en la que se había convertido después de aquel año. Mi William.
La noticia llego rápido a oídos de todos, el Militar Aguilar no llevaría el mando este año, estaba pasando por un gran luto. Un tumor en el pulmón derecho había terminado con la vida de William.
Jamás pude recuperarme de ese enorme dolor que sufrí. Crecí, me mude a Seattle para estudiar Literatura Inglesa, conocí a decenas de chicos de mi edad, pero jamás a nadie como William. De vez en cuando optaba por los hombres pagados, otras veces por las mujeres. Pero nadie como William.
Jamás lo olvide. Jamás lo haré. Pasaron veinte años después de su muerte para poder encontrar con quien suplirlo. Y, señores del jurado, no me arrepiento.
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Lander [Proximamente]
Novela JuvenilINSPIRADA EN EL CLÁSICO DE VLADIMIR NABOKOV, LOLITA. La historia de la retorcida fascinación de Maximiliano Aponte hacia su pupilo quinceañero, Lander. Maximiliano ha llegado a su ciudad natal después de mas de diez años de haber partido, busca p...