CAPÍTULO I-ROJO Y NEGRO

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La alarma explota mis tímpanos y me saca de mi profundo sueño. Es el "último primer día de clases", el último curso que debo pasar para poder graduarme. Se supone que debería estar feliz o emocionado por lo que se viene, pero no estoy seguro de que exactamente es "lo que se viene". Empezaré en una nueva escuela. Si, así es, una nueva escuela, solo para cursar un año y ya. Nuevos profesores, nuevos compañeros, nuevos problemas y lo mejor de todo nuevo uniforme. Un uniforme que parece sacado de una tienda de disfraces. Todo esto por el trabajo de mi madre que cada vez nos obliga a alejarnos de todo a lo que ya nos habíamos acostumbrado. Según ella, esta sería la última vez que nos mudaríamos, que pase lo que pase no volveríamos a empacar de nuevo. En serio quiero creer eso, porque ya me canse de tantos cambios en mi vida.

La puerta se abre y aunque no haya visto quien es, sé que se trata de mi madre. Siempre es la "responsable" de despertarme. Me tape completamente con mi enorme cobija purpura.

-Ansel, ya es hora, ¡Rápido!-escuché su voz.

-Mama, diez minutos más, por favor -respondí mientras me acomodaba de lado en la cama y abrazaba a una de mis almohadas.

-Ya pasaron esos diez minutos. Date prisa o desde el primer día ya tendrás un reporte por llegar tarde-refutó dulce pero decidida. Dulce pero decidida, así ha sido siempre mi madre o por lo menos cuando no está molesta conmigo.

Pero bueno, ella tenía un buen punto, después de todo, el anterior año a pesar de vivir frente al colegio, me había llevado una F en conducta por llegar tarde a clases casi todas las semanas.

Me descubro y corriendo, entro al baño, que agradezco este a unos escasos pasos de mi cama.

Abro la llave de la ducha y mientras espero que se caliente el agua, me miro al espejo. Mis mechones castaños están disparados en todas direcciones y las pequeñas luces que se encontraban en la parte superior de este, me lastiman los ojos. Aun no estoy completamente despierto. Y mis ojos. Después de llevarlos ya 17 años sigo creyendo que no combinan conmigo. Son demasiado grandes y demasiado verdes. Suelto un largo bufido.

El agua ya está caliente, rápidamente me quito el piyama o mejor dicho la camiseta y el short que uso siempre como si fuera uno, y me meto a la ducha.

Al salir, veo que mi madre había dejado mi uniforme al borde de la cama. Lo veo de reojo. Igual de horrible que la primera vez que lo vi. Un saco de lana rojo chillón con una corbata del mismo color. Un pantalón azul claro no tan chillón como el saco pero igual de molesto para mis ojos y para los de cualquiera en su sano juicio. Suspiro y me empiezo a vestir.

-Buenos días, pa -le dije a mi padre mientras me sentaba a la izquierda de él, en la gran mesa de madera del comedor.

-Hey, ¿Listo para tu primer día de clases?-me respondió mientras dejaba su celular a un lado.

-Eso creo...mmm-respondí pensativo. La verdad tenía una mezcla de emociones que se conformaba de odio por el uniforme, nerviosismo por la oleada cosas nuevas que se vendrían y un mínimo porcentaje de "emoción del primer día" que aunque ha disminuido a lo largo de los años, aún sigue vigente en mí.

-Se lo difícil que puede ser empezar de cero en cualquier lugar pero vamos, lo harás bien, y confió en que te ira bien en todo lo que te propongas hacer-me dijo mi padre como si hubiera leído mi mente. No se graduó en psicología o algo parecido pero suele entendernos demasiado bien la mayoría de las veces.

-Confió en eso también, papá-le dije soltando una sonrisa. Sus palabras siempre me reconfortaban como las de nadie más. –Gracias-acoté.

Ahora que estoy más despierto o eso creo, recuerdo que hay algo que debo discutir con mis padres.

The Last DayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora