Todos los dias son Halloween

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Los estudiantes se amontonaban en el salon de clases del Hawthorne Community College con sus cafés de diseñador, la nueva moscada y la canela. Era octubre y en el ambiente se percibía un ligero aire frio, junto al olor de regreso a clases de los cuadernos nuevos y de la ropa de cuero. El señor filcheck, un hombre de mediana edad, alto, desgarbado y con barriga, entro corriendo al aula agitando el periódico local, Hawthorne Herald, sobre su cabeza en señal de triunfo.
-- Compañeros periodistas, !tenemos al ganador de un premio entre nosotros¡ --anuncio.
Las wendys simularon aplaudir entre ellas con entusiasmo hasta petula les lanzo una mirada de desaprobación
--Ustedes zorras, ¿no creerán que tienen oportunidad de ganarme, verdad? -- susurró petula con dureza.
-- Uno de ustedes ha entrado en el Hawthorne Herald, ahora ed un periodista publicado -- continuó Filcheck -- y ademas galardonado por su escritura excepcional.
--sé que soy yo --dijo Wendy Anderson -- hice un innovador análisis sobre una exposición de arte.
-- ir a un salón de belleza a hacerte las uñas y a que te pongan gel no cuenta como una exposición de arte -- escupió de regreso Wendy Thomas.
-- fui de incognito, Wendy. Lleve una peluca y un disfraz de gorda. Ya sabes, para ver si me trataban de forma diferente -- wendy A. Hizo una pausa y miro hacia arriba con un gesto de elocuencia poética --. Deberías haber visto sus caras cuando comenzaron a colocarme un asqueroso brillo como capa superior y me tuve que arrancar el disfraz -- bajo de nuevo la mirada hacia los ojos de Wendy T. --Casi se cagan.
—La única cosa develada fue tu área del bikini para un depilado brasileño —replicó Petula.
—¿De qué lado estás? —Wendy A. preguntó mostrando sus garras perfectamente pintadas en color rojo sangre Golfa de Hollywood. Conseguí manicure gratis para todas gracias a mi operación encubierta, ¿no?
Filcheck se aclaró la garganta en un esfuerzo por detener el parloteo.
—Incluso me aventuraría a decir que tenemos una brillante joven promesa de las letras entre nosotros.
—Ahora todos sabemos que soy yo —dijo Petula confiadamente.
—Pero ni siquiera entregaste un trabajo escrito —dijo Wendy T.—. Sólo le sexteaste unas cuantas palabras a Filcheck.
—Exactamente —dijo Petula—. E incluí foto.
—Damas y caballeros, tenemos un estudiante de último año de prepa tomando esta clase nocturna aquí en el HCC.
Se escuchó un grito ahogado en el salón de clases.
—Scarlet Kensington, ¿podría ponerse de pie? —preguntó el Sr. Filcheck.
Las cabezas de las Wendys giraron 180 grados. Petula también volteó. Sus ojos saltaron y se enrojecieron por el anuncio del maestro. Sus miradas se fijaron en Scarlet como súbitamente poseídas por un demonio.
—No —Scarlet respondió desde el fondo de la clase.
—Déjeme decirlo de otro modo —dijo Filcheck—. Scarlet Kensington, le ordeno que pase al frente de la clase. ¡Ahora!
Scarlet acomodó su camiseta negra sin mangas y acarició la rata de plata que colgaba de su collar para enderezarla, al mismo tiempo que se levantaba de mala gana. El cinturón de bala que llevaba bajo y suelto alrededor de su cintura sonó junto con los tacones de sus botas tachonadas, mientras pasaba al frente. Miró amenazadoramente a Petula y las Wendys al pasar, como un vaquero de una película del viejo oeste.
—Quizá sólo la llaman para anunciarte como ganadora —dijo Wendy A. a Petula—. Es muy emocionante cuando un escritor recibe un premio de manos de sus hermanos.
—¡Alguien llame a la policía, se está cometiendo un robo! —gritó Wendy T.
—Ya se robó a mi novio una vez , ¿por qué no ahora esto? Ya tiene antecedentes —resopló Petula—. Por Dios, nada más mírenla. Piensa que es mejor que nosotros porque toma clases en nuestra universidad.
—Condenados —Scarlet saludo sarcásticamente a los otros estudiantes.
Filcheck desdobló el periódico de gran formato de ese día como un mago haciendo un truco. Lo levantó frente a la clase, revelando poco a poco la historia que Scarlet escribió y los créditos de la publicación.
—Scarlet Kensington no sólo obtuvo una beca de música de cuatro años para una de las mejores universidades del país, la cual empezará el próximo año después de su graduación, sino que también logró publicar su más reciente trabajo en el diario de hoy. Y además... ¡ganó el codiciado Premio Grimmie por su excelencia en el periodismo!
Hasta Scarlet se quedó sin palabras.
—¿Qué demonios es un Grimmie? —preguntó Petula.
—El Grimmie es un premio otorgado por la Asociación Profesional de Escritores de Obituarios por la excelencia en la escritura de esquelas fúnebres. Es un premio muy codiciado. El más alto honor en su campo. Y estoy muy orgulloso de anunciar que uno de mis estudiantes lo ha ganado. ¡Felicidades Scarlet Kensington!
—Que comiencen las celebraciones... —dijo Petula en voz baja.
El aula se llenó de aplausos tibios. No eran sólo Petula y las Wendys quienes se sentían superadas por aquella novata en la universidad.
—La clase ha terminado —anunció Filcheck.
Scarlet se abrió paso hasta su asiento para recoger sus cosas, golpeó en su camino a las Wendys con la cadera y esquivó el talón de su hermana, que Petula había extendido justo hacia el centro del pasillo. Cuando finalmente volvió a su escritorio, se sentó por un momento y miró con orgullo su historia publicada.
—Gran trabajo —una extraña voz se escuchó detrás de ella—. Una elegía perfecta.
—¿Disculpa? —Scarlet respondió, girándose para ver a su admirador.
—Bueno, según los editores del periódico, el comité del Premio Grimmie, y... yo. La leí esta mañana antes de la clase. Mi nombre es Matías.
Scarlet miró al chico. Alto, delgado, con el pelo negro y grueso, y grandes y conmovedores ojos de color marrón. Definitivamente era atractivo, pero también definitivamente alguien que no reconocía de la ciudad. O incluso de la clase. Scarlet se preguntaba cómo podía no haberlo visto antes.
—Gracias —dijo Scarlet—. Fue algo muy importante para mí.
—Eso parece —dijo con un débil acento mexicano que era cada vez más obvio para ella—. Tu amiga Charlotte Usher debió ser una persona especial.
Scarlet rio un poco pensando en lo extraño que a Charlotte le parecería tener a un chico como él diciendo eso de ella en Hawthorne.
—Sí, ella era muy especial para mí. La extraño mucho y tan sólo quería celebrarla, recordarla, y ésta me pareció la mejor manera de hacerlo.
—En mi país tenemos una forma muy especial de celebrar a los muertos —agregó Matías—. Algunas personas incluso creen que pueden traer a sus espíritus de vuelta a la tierra.
Los ojos de Scarlet se agrandaron. Su curiosidad fue más allá de su punto máximo. Tomó a Matías por el brazo con familiaridad y lo condujo fuera del salón de clases.
—¿En serio? Cuéntame más.
La oscuridad se colaba a través de las grietas de los altos edificios. Fuertes alaridos y gemidos hacían eco a través de los espacios brumosos y grises del concreto. Era una escalofriante noche de octubre en el Más Allá. La Noche de Travesuras, una noche de bromas y diversión, en víspera del Día de Todos los Santos.
Charlotte Usher brillaba a la luz de la luna, mientras se abría camino a través del patio cubierto de tumbas del antiguo cementerio, hechos por una recién fallecida clase de estudiantes de arte. Se encontraban en un viaje de campo en el cementerio de Salem cuando un tornado los azotó. Ahora, todo lo que hacían era pasar la eternidad haciendo viejas lápidas góticas. Lamentablemente están atrapados, pensó Charlotte, caminando a través de sus creaciones espeluznantes, pero que iban muy bien con la época del año en la que estaban. Puso rocas sobre las lápidas en memoria de cada estudiante, mientras caminaba con dificultad entre una gruesa capa de musgo, viejas lápidas y lagrimeantes sauces llorones. Charlotte miró hacia el sombrío horizonte que estaba iluminado con las estrellas más brillantes y vio las siluetas de fantasmas y espectros volando libremente, lanzándose como dardos alrededor de los edificios, escondiéndose tras las puertas, y asustándose hasta la muerte entre ellos.
—Esto es lo que es —dijo Charlotte para sí—. Y así será siempre.
—¡Ahí voy! —Eric le gritó desde lo alto de un edificio, al mismo tiempo que arrojaba hacia abajo un haz de luz para algunos espectadores nerviosos. Eric, con la actitud roquera que lo caracteriza, de pie en el techo como un Zeus Van Halen. «Halloween está cerca, sin duda», pensó.
—Hola Charlotte —Metal Mike gruñó mientras se acercaba al área común. Voló a su alrededor como un bombardero de la Segunda Guerra Mundial—. ¿Qué vas a ser para Halloween?
—¿Ser? —preguntó Charlotte con escepticismo. Voy a ser una chica muerta.
—Sí, ¿no es grandioso? —Mike respondió rugiendo—. ¡Nosotros no necesitamos disfraces ni nada!
Charlotte se limitó a sacudir la cabeza.
—Eso es lo que soy. Una muerta. ¿Cierto? Eso es todo lo que podemos ser, Mike.
—Oye, ¿son esos días del mes o algo? —preguntó Mike.
—No, no me está bajando la regla —balbuceó Charlotte—. Y nunca más la tendré.
Ella podía ver que estaba deprimiendo a Mike.
—Mike, lo siento, ¿pero Halloween? ¿En serio? Me gustan los días festivos igual que a todos, pero éste es el último lugar del universo para celebrarlo. Como que cada día es Halloween para nosotros, ¿no crees?
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, pues para empezar, que todos estamos muertos.
—Ok, te concedo eso.
—Algunos de nosotros tenemos heridas realmente horribles, de aspecto muy desagradable, pero apenas nos damos cuenta de ellas, ¿cierto?
—Está bien, te concedo esa también.
—Así que entre nosotros no nos espantamos nunca. Entonces, ¿por qué molestarnos en celebrarlo.
—Está bien, te concedo esa también.
—Así que entre nosotros no nos espantamos nunca. Enton-
ces, ¿por qué molestarnos en celebrar Halloween? No tiene
sentido. ¿Ves lo que quiero decir?
—¡Porque es divertido, Charlotte! —dijo Mike, cerrando la
conversación de golpe.
—¿Divertido?
Por alguna razón, el hecho de que todavía pudiera ser di-
vertido no se le había ocurrido a ella. Todo era siempre tan
serio, con la preparación de la próxima clase de Muertología,
la espera para entrar en El Cielo y todo lo demás, la diversión
rara vez era parte de su agenda en cualquier actividad.
—¡Truco o travesura!
Charlotte se sobresaltó, y se detuvo en seco. Suspiró.
—¡Maldición, DJ!
—Caíste, Charlotte. Quiero mi premio.
—Ok, pero no le digas a nadie.
—Te atrapé —gritó Call Me Kim, al momento que Charlotte
arrojaba una gomita en forma de cerebro en la funda de almohada
de DJ, anunciándole a todos la participación de Charlotte. Kim
lucía su viejo look: carne podrida y colgando de su cara, pelándose
por la radiación del teléfono celular que le causó la muerte.
Cuando se acercaba Halloween, todos se aplicaban al máximo para
lograr esos efectos, pura vieja escuela. Sus heridas ponían en ver-
güenza a los zombis de la televisión, y ella lo sabía. Todos lo sabían.
Esta festividad traía muchas memorias, buenas y malas a la vez.
—¡Cereeeebros! —dijo Call Me Kim con voz monótona,
inspeccionando la bolsa de DJ.
—¿Qué sigue, jugar a pescar manzanas con los dientes de
un recipiente con agua? —escupió Charlotte sarcásticamente
tratando de no pensar en el pasado.
—Aguafiestas —murmuró Gary, con una gran manzana po-
drida y a medio comer en la boca, todavía goteando.
—Alguien tiene que guardar la compostura entre todo este
caos... —instruyó Charlotte. Se alejó de la fiesta sintiéndose
como una aguafiestas y continuó por el camino hasta ver algo
en la distancia que realmente le asustaba.
—Hablando de cerebros —dijo Kim.
—¿Profesor Brain? —preguntó Charlotte, entrecerrando los
ojos.
—Bueeenas taaardes, Charlotte —dijo, haciendo su mejor
imitación del Conde Drácula. El profesor Brain giró alre-
dedor de Charlotte y presionó los dientes en su cuello para
saludarla.
—¡Ouch! —gritó Charlotte.
—Charlotte, eso no pudo dolerte. Es imposible —dijo sor-
prendido el Profesor Brain.
—Fue tan solo un reflejo —dijo Charlotte, un poco con-
fundida.
El profesor Brain volteó su solapa sobre el cráneo y se rio.
Charlotte no pudo evitar sonreír. Era como si el que él par-
ticipara le diera permiso para alegrarse, aunque sólo fuera un
poco.
—Sólo hay un vampiro aquí —dijo Mike—. Y esa es Charlotte.
Experta en chuparle toda la diversión a las cosas.
—Bueno, parece que todo el mundo ha sentido el tirón. No
hay nada malo en ello. No es que alguien vaya a asustarse hasta
la muerte por aquí.
—¿El tirón? —preguntó Charlotte.
—Por supuesto. ¿Tú crees que eres la única que extraña el
mundo de los vivos de vez en cuando?
—No es algo que me haga sentir orgullosa, quiero decir,
que ya deberíamos haber superado todo eso. Realmente in-
tento enseñarles, y convencerme a mí misma, a olvidar. Pero
esta época del año es como nuestra Navidad. Los recuerdos
de nuestra muerte traen de vuelta un montón de emo-
ciones.
Charlotte se avergonzaba de que su mayor defecto, lo que
ella había tratado tanto de cambiar, fuera todavía tan evidente
para él y para los demás. El profesor Brain puso su brazo alre-
dedor de ella, consolándola.
—Charlotte, ¿te has preguntado alguna vez por qué te pusie-
ron a cargo de la clase de Muertología?
—Bueno, ahora que lo menciona, Pam tiene una mejor per-
sonalidad para ello y Prue es mucho más disciplinada que yo.
Cualquiera de ellas podría haber sido escogida.
—Es precisamente porque a ti te cuesta tanto trabajo des-
prenderte de las cosas, que tú puedes comprender mejor todo
aquello por lo que pasan los jóvenes. Su dolor, su miedo, su
ansiedad, su frustración, su deseo, incluso su enojo.
—Nunca lo pensé así.
—Incluso muertos, los jóvenes tienen la necesidad de ce-
lebrar de vez en cuando, liberar un poco de tensión. Y qué
mejor momento para hacerlo que durante Halloween.
—Gritar y sacarlo todo, ¿correcto? —Charlotte alzó la mi-
rada hacia el caos en curso.
—Este lugar está hecho de memoria, Charlotte, no sólo de
la memoria de nuestras vidas pasadas, sino también de la me-
moria viva que hay de nosotros. Eso es especialmente cierto
cuando muere un niño. Nos mantenemos conectados con la
gente que amamos y con aquellos que nos aman.
—¿El tirón?
—Sí.
—Así que, mientras seamos recordados, podremos ser ca-
paces de sentirlo.
La noción de Muertología y del Más Allá empezó a tener
un nuevo sentido para ella: menos como una sala de espera
y una maldición, y más como una bendición. Una señal de que
todavía eran importantes para alguien, en alguna parte.
—Ya verás, no es un problema. Al contrario, es algo muy
bueno, Charlotte.
—¿Entonces no se trata sólo de que nosotros nos olvidemos
de ellos, se trata de que ellos también nos recuerden a noso-
tros? —le preguntó con incertidumbre.
—En efecto. Es un vínculo poderoso que trasciende el
tiempo, el espacio y el lugar.
—Gracias, profesor Brain.
—Ahora, si me disculpas, tengo algunas manzanas que pes-
car con los dientes.
Al alejarse, Charlotte tuvo una sensación extraña y no tenía
nada que ver con la Noche de Travesuras o con Halloween.
Sintió un tirón en su mente, como si alguien estuviera pen-
sando en ella, llamándola por su nombre desde muy lejos.
Sintió una sensación de anhelo, un deseo indescriptible de
estar de regreso en casa. Susurró para sí misma.
—El tirón.

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2017 ⏰

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