Manicomio: Secretos Profundos

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   Mi nombre es Lenn Hawk, soy un periodista, me enorgullezco en parte de ello si no fuera porque en el mundo de hoy si no tienes un conocido que te de trabajo no serás nada para la sociedad. Ahí estoy yo, en el porcentaje de personas que, por no tener trabajo, se las arregla vendiendo noticias a los que si las tienen. Solía tener una novia, un apartamento en pleno centro, lleno de lujos y cosas por el estilo, todo bien hasta que la mierda de mi jefe me echó por “reducción de personal”. Que mentira más grande. Ese imbécil lo único que quiere es no perder ni un billete de su bolsillo. Bueno, poco saco de mostrar mi odio por él ahora, vayamos al tema.

     Por no haber tenido trabajo tuve armarme uno propio. Nadie me envió allí, lo planeé solo con un ex compañero que me ayudaría a llegar con mi nota a los jefes de conocidos periódicos y otros. En qué consiste: hay un manicomio alejado de la ciudad, como a cincuenta kilómetros de la civilización. No, no es que esté embrujado ni dejó de funcionar hace años como son las mayorías de las películas de hoy en día. Está funcionando, como siempre ha sido. Lo que quiero hacer es una nota que nadie, o eso espero, se le haya ocurrido. Voy a vivir como uno de los muchos maníacos que hay allí durante 26 días. En parte tengo algo de ansias y miedo, no sé lo que me espera allá pero espero no volverme uno como ellos.

              Capítulo 1

                                             Jueves 10 de Octubre del 2013. 23:45:16 p.m.

     Ésta era la mejor hora en la cual me podía escabullir dentro del edificio principal del Hospital Psiquiátrico Bartoloméo Gutierrez. Era una arquitectura casi antigua por así decirle. Constaba de tres edificios conectados por un amplio parque central, cada coloso tenía trece pisos de alto y cada uno dividía sus pacientes por edad y problemas.

Analicé bien como poder colarme dentro sin ser detectado. Mi misión era llegar a alguno de los pisos y ponerme las prendas características de este hospital para hacerme pasar como uno más de los internados. Claro que lo que llevaba en mi mochila era me permitiría hacer mi trabajo lo más perfecto posible. Dentro de ella había: Una bata del hospital en la que por dentro llevaba bolsillos secretos para esconder mi teléfono móvil para usarlo sólo en casos de emergencia. Una linterna, una cámara  filmadora a baterías, 50 pares de baterías, una libreta y dos bolígrafos. Según yo, me sentía más armado que soldado en guerra, pero no sería por mucho tiempo, puesto a que tendría que esconder la mayoría y vagar por los pasillos prácticamente desnudo.

     A las afueras del edificio, a un costado, busqué una ventana abierta, la cual encontré por el octavo piso. En un principio pensé que sería imposible llegar hasta allí pero al cabo de un par de minutos me di cuenta que podría trepar sin ningún problema entre medio de las ventanas y los bordes de la muralla.

     –¿Quién anda allí? –dijo un guardia que se acercaba asechando con su linterna.

     Esa pregunta fue el "vamos" para ponerme a escalar.

     Ya por el sexto piso me detuve a ver como el guardia pasaba apuntando para todos lados buscándome. Fue divertido ver al hombre pasar maldiciendo su trabajo… ¡qué digo, por lo menos él tiene uno! Hubiese hecho lo que fuera para estar en su pellejo, pero bueno, cada uno con su realidad. Mientras recobraba el aliento me puse a espiar a la ventana que tenía a mi derecha, vi como mis tres próximos compañeros pasaban el rato haciendo…nada. Sólo se movían por el pequeño cuarto o se quedaban como “en blanco” mirando hacia algún punto en el suelo. De pronto entró una doctora pelirroja junto a dos acompañantes, bastante ardiente, de hecho pienso que cada vez más me gusta la idea de quedarme. ¡Pero que buen par de…! Todo chiste acabó luego que dos de los tipos que estaban dentro dieran un grito y se arrinconaran agachados protegiéndose el rostro. Nunca había visto una demostración de miedo más clara que esa. En tanto, el que quedaba la doctora se le acercó, pidió ayuda a dos para que atajaran al pobre tipo y le inyectó algo, luego esperaron hasta que el tipo se dejó de mover y se lo llevaron a arrastras fuera de la habitación. Por un momento la doctora  miró hacia la ventana. Casi, ¡casi!, fui descubierto. Esperé un par de segundos para calmarme y continué al octavo piso pensando en qué era lo que había ocurrido.

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