Todos tenemos sueños, y el del joven Tom Hematoma Cloudman es volar. Por eso, Tom es
acróbata —algunos dicen que el peor acróbata del mundo— y especialista en escenas de
riesgo, pues así se siente más cerca del cielo. Entre saltos y piruetas su cuerpo se desgasta,
hasta que un día le detectan una grave enfermedad. Pero el destino de Tom no es el de
cualquiera, y si le acompañamos sabremos que poco después, en uno de sus paseos
nocturnos por la clínica, conoce a una fascinante criatura, mitad mujer y mitad pájaro, de quien
cae fulminantemente enamorado. ¡Pobre Tom! Lo que no sabe es que esa criatura tiene la
llave de su destino. La mujer pájaro le propone un trato: abandonar la vida humana por una
nueva aventura.
«Yo puedo convertirte en pájaro y curarte,
aunque tendrás que asumir todas las consecuencias.
Para activar tu metamorfosis,
tienes que hacerme el amor.»
Si Tom es fiel a sus sentimientos, tendrá que dar un paso irreversible, transformarse y
abandonar la vida humana por una nueva aventura... y es que ¿en qué estamos dispuestos a
convertirnos por amor?
La metamorfosis del amor podría salvar su vida. O no.
Para ti, Endorfina que me ayudas
a transformarme en mí mismo...
Me llamo Tom «Hematoma» Cloudman. Dicen por ahí que soy el peor especialista de escenas
arriesgadas del mundo, lo cual no es del todo falso. Estoy dotado de una torpeza física fuera de lo común.
Tengo la extraordinaria capacidad de golpearme cómicamente con las cosas.
La libertad de los pájaros me impresiona, paso horas estudiando su vuelo, quizá los observe
demasiado. Ya en el patio del colegio, andaba en patines con la esperanza de volar y de escamotear
algunos besos a aquellas mujeres en miniatura que eran bellas pero demasiado mayores para mí. Me caía
a menudo y volaba poco, a no ser que fuera en mil pedazos y con mil moratones como resultado. No
obstante, a la menor señal de interés por parte de mi «público», me invadía una sensación de
invulnerabilidad tan ridícula como agradable. Hice todo lo posible para que esa sensación perdurase:
rodar desde el tejado del colegio, encaramarme a un viejo skate sacudiendo unas alas de cartón. Intentar
alzar el vuelo en una bicicleta (engarcé un parabrisas de dientes rotos). Y eso sólo por citar algo.
Cuantos más porrazos me daba más famoso me hacía. Algunos me retaban sólo para verme salir mal
parado. Se reían mucho de mí. Y me di cuenta de que aquello, esa mezcla de emociones y adrenalina que
se llama «espectáculo», me encantaba. A veces, me levantaba rodeado de zapatos de charol multicolores.
Nunca supe resistirme a las voces de aquellas muñequitas que susurraban «otra vez»... Sin embargo,