Un día normal

524 40 11
                                    

-¿Tienes la diez?-preguntó Mérida. Hiccup la miró enarcando una ceja para luego pasarle el cuaderno con todas las respuestas. Jackson, que estaba entretenido hablando con Rapunzel, notó esto y se burló. Como hacía en el noventa y nueve por ciento de los casos.

Estaban a mitad de la segunda clase del día. El profesor no hacía más que hablar sobre revoluciones, economía y otros temas complicados de guías que Jackson ni siquiera se había dignado en hacer. Su rubia amiga, tratando de tomar nota, fruncía el entrecejo mientras mordía tiernamente el extremo de la pluma.

Un día normal.

En su normal vida.

Comenzó a divagar luego de la tercera vez en la que el profesor leyó directamente del libro la historia de la revolución francesa. Todo parecía marchar normal, incluso mejor de lo que había venido siendo últimamente. Cuando lo notó. Hiccup de nuevo estaba mirando a Astrid con esa cara de bobalicón enamorado. Sin poder contenerse enarcó una ceja y trató de verse indiferente.

Ya debería haberse acostumbrado. Pero no. Oh, vaya que no.

¿Qué cómo comenzó ese pequeño ( gran) problema de un amor no correspondido en su vida? Para responder a esa pregunta era necesario remontarse años atrás, hacia la llegada de su familia a la ciudad y al vecindario. El albino aun podía recordar lo malhumorado y en desacuerdo que estaba con toda la idea de mudarse. Pero obviamente, y como todo niño menor, su desacuerdo no importó a la hora de comprar una casa en una ciudad totalmente distinta a su natal Burguess y hacer las maletas.

Su pequeña hermana Emma lo apoyaba en su molestia. Pero sus padres, todos emocionados y contentos, no dejaban de resaltar lo "hermoso y maravilloso que sería el vivir en el pacífico y ejemplar Berk".

La primera semana en el nuevo colegio fue un horror. Los demás alumnos no parecían tener el más mínimo interés en conocerlo. Algunas chicas se habían acercado a hablarle, pero ni siquiera le habían preguntado su nombre cuando de repente ya estaban despidiéndose sin ánimos de continuar con la "charla". Sí, un desastre. No fue sino hasta la segunda semana, cuando almorzaba en la azotea, que lo conoció.

Algunos dicen que el amor a primera vista es una mera mentira. Jack podría estar de acuerdo, como también en contra. Actualmente no sabía que decir. Lo único que recordaba es que ese pecoso sonriente de dientes chuecos y pecas esparcidas por todo el rostro automáticamente le cayó bien. Y para su suerte él también le cayó bien al pecoso.

"Pensé que era el único que adoraba las alturas" le había dicho. " Un gusto, Jackson."

Comenzaron a hablar como cualquier par de amigos muy cercanos. No fueron pocas las veces en las cuales compartieron almuerzos y chistes, sentados en la azotea muy juntos, mientras leían algún comic o Jack le copiaba la tarea al castaño. Tampoco faltaron los momentos tristes, como en toda amistad, donde ambos se prestaban los hombros entre sí para llorar.

Hiccup siempre había sido un despistado. Había veces en las cuales Jackson sentía que el castaño y menudo chico se hacía el tonto para no tener que lidiar con sus "rabietas infantiles", como una vez las llegó a denominar. Más adelante se dio cuenta de que, efectivamente, Hiccup Horrendous Haddocks III era un despistado sin remedio. El bobo más grande del mundo, y el distraído número uno en la galaxia. Y lo tenía realmente a sus pies.

Sería difícil dar con un momento exacto en el cual el albino se dio cuenta de sus sentimientos.

Podría nombrar aquella vez en la cual olvidó su paraguas, y como en toda película cliché, Hiccup se ofreció a acompañarlo hacia su casa. Claro que en medio del camino ambos terminaron empapados hasta la coronilla por culpa de un estúpido camión que pasó al lado de ellos, mojándolos sin remedio.

Las llavesWhere stories live. Discover now