Hace mucho tiempo, en una lejana tierra, hubo una época dorada de dioses poderosos y héroes extraordinarios. Y el más grande y más fuerte de todos ellos fue el poderoso Rogers. Pero... ¿qué es un héroe verdadero? ¿Cómo convertirse en uno?
Eso es lo que Steve tuvo que averiguar por su cuenta.
Pero todo esto comienza mucho antes de que siquiera nuestro protagonista naciera.
Los dioses de Asgard gobernaron a los nueve mundos desde que estos fuesen creados. El primero de ellos fue Odín, padre de todo. Rey de dioses, Odín hijo de Bor, de la misma existencia y el tiempo. Poseía enemigos, los cuales provenían de los mundos más oscuros, envidiando lo que poseían los seres que se autoproclamaron como la realeza del mismo universo. Los más temidos eran los Chitauri, poderosos guerreros que despreciaban toda vida que consideraban inferiores a ellos. Pero los Asgardianos lucharon victoriosos y Odín los hizo prisioneros en el mismo vacío entre cada mundo.
Quienes pelearon a su lado para vencer a los temidos Chitauri fueron sus dos hijos: Thor y Loki. Thor siempre había adorado la guerra, causándola él mismo y sin razón, sólo por el placer de la pelea. Loki no era mejor; al ser el segundo, detestaba no poder ascender al trono y la obvia preferencia de Odín a su hermano mayor. Como un intento de remediar esta desilusión, Odín le convirtió en el rey del inframundo, lugar donde descansan por toda la eternidad las almas de los nueve mundos. Pero gobernar sin súbditos no era algo que Loki disfrutara, perdía todo sentido al gobernar.
Creía que su padre lo había hecho a propósito, buscando una manera de sacarle del camino. Por lo que desvió la ira hacia su hermano al que pensaba saboteaba realmente todo para excluirlo de Asgard. Un gran deseo de venganza fue lo que lo motivó para idear un plan, uno que le garantizara el ascenso al trono.
Los némesis de Odín eran perfectos para la tarea. Sabía cómo liberarlos, sólo necesitaba aguardar a que los nueve reinos se alinearan, creando un puente que permitiría que volviesen, pero éstos se materializarían en uno de esos mundos que no pertenecía ni a los Chitauri ni a los Asgardianos: Midgard. Lo único que restaba era esperar.
Pero no, Loki no era alguien que dejara algo al azar. Llamó a una bruja, quién poseía el don de revelar las profecías, el destino. Conocía todo tiempo, aunque a él sólo le interesaba el futuro.
— En 18 años, exactamente, los planetas se alinearán en sincronía. Los Chitauri volverán y esta vez, al no estar del lado de tu padre, derrocarán a los mismos dioses. — Wanda era excepcional, sus visiones del futuro no eran erróneas, pero siempre existía algún giro. Loki no pudo saborear su lenta y próxima victoria, no aún. — Ganarás y reinarás Asgard, sólo si el hijo de Odín no logra vencerte gracias a su sacrificio.
— ¿Sacrificio? ¿Estás hablando de mi bruto hermano? — El Asgardiano se mofó, pues no consideraba rival a Thor.
La bruja mantenía sus ojos cerrados mientras tocaba con las yemas de sus dedos índice y medio sus sienes. Luces vaporosas en un tono rojizo emanaban de sus manos a la vez que se concentraba. — Rubio. Fuerte.
Loki rodó los ojos a la par que cruzaba ambos brazos. No le cabía duda, era su hermano. — Perfecto. Sino logro derrocar a nuestro padre, al menos ese inútil estará muerto.
El dios abandonó el sitio cavernoso al cual la hechicera llamaba hogar. Loki, al darle la espalda, no pudo mirar la sonrisa en los labios de Wanda.
No lo sabía, pero el padre de todo estaba cansado de no tener a un primogénito en el cual confiar, quien su ambición y sed de poder no lo cegaran como ocurrió con sus dos hijos. Había visto un gran potencial en cierto mundo. Albergaba criaturas sin poderes extraordinarios, los que al conocerle le denominaron Dios, símbolo de grandeza, nombre que no dudó en adoptar.