Capítulo Tres – Elieen
Entro en la habitación en la que estaremos mamá, papá y yo. Un aroma a nuevo choca contra mi cara. Dos camas enormes, un baño y una pequeña escotilla. También hay un fabuloso armario y un espejo delante de mi cama. Deshago las maletas y ordeno silenciosamente el armario. Soy demasiada maniática con todo esto de la limpieza, así que me empleo a fondo para que no quede ni una mota de polvo en nuestro camarote. Cuando termino me pongo delante del espejo, mirando mi reflejo y de pronto me acuerdo de ese chico con el que me he tropezado. Iba cargada con las maletas de los tres e intentando seguir el paso de mamá, que es prácticamente imposible. Tropecé y nuestras miradas se cruzaron, tenía unos preciosos ojos grises, que transmitían mucha seguridad y cordialidad. Pero tiene un no sé que, que hace que le tenga algo de desprecio, asco y espero no encontrármelo en cubierta, en los comedores o en ningún sitio.
-Elieen, el barco es precioso e idéntico al verdadero -dice madre volviendo de su paseo-. Sal a que te de un poco el aire.
Asiento y salgo del camarote a darme una vuelta. Camino hasta el final del pasillo y subo unas escaleras que dan a la cubierta superior. El sol me calienta la piel y la brisa marina hace ahogarme. Miro de derecha a izquierda y de izquierda a derecha recorriendo con la vista todo el ambiente: la linea del horizonte se ve al fondo y a la primera persona que veo en el Titanic es a ese chico de ojos grises, pero lo más extraño es que no ha dejado de mirarme desde que he salido. Me dirijo a las tumbonas de al lado de la piscina, aislada de todo el mundo. Él sin que nadie le diga nada se acerca y se tumba en la que hay vacía al lado mío.
-Sólo venía para disculparme por lo de antes, no era mi intención.
-No hace falta que lo hagas -digo mirándole de arriba a bajo-, fue mi culpa como ya te he dicho.
Un silencio se apodera de nosotros y el ruido de las olas estrellándose contra el barco resuenan en mi cabeza.
-Bien, ya te puedes ir -le espeto.
-Señorita es usted muy... amable.
-Lo soy, pero idiota no lo soy y sé captar la ironía.
El chico se levanta de su asiento y me mira fijamente a los ojos, como si intentara escudriñar mi alma. Se da media vuelta y al igual que ha venido se marcha. Cuando está a unos pocos metros de mí me pica la curiosidad y le pregunto chillando a pleno pulmón:
-¿Cómo se llama?
-Thomas, señorita -me contesta.
-Está bien -le respondo-. Hasta la vista señor Thomas Señorita.
Veo como esboza una sonrisa y camina a algún lugar arrastrando los pies por el suelo de la cubierta.
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El Segundo Titanic
Hayran KurguHa pasado medio milenio del hundimiento del gran barco, el Titanic. Para conmemorarlo, arquitectos han diseñado uno nuevo, mejorado y más moderno. En el cual Elieen y Thomas se conocerán...