*Se les recomienda leer esta obra en la penumbra, a solas. Preferiblemente en la cama antes de dormir. Es mi primera historia de terror, así que espero haberlo hecho bien. Por favor, adviertan cualquier falta ortográfica. Muchas gracias.* 

Apenas podía abrir los ojos para distinguir los voluptuosos troncos de los árboles que se asemejaban a horrorosas malformaciones. Sus ramas congeladas parecían garras de bestias malditas, y poca imaginación necesitaba para aquello, ya que el zumbido del viento helado y las ráfagas nevadas lograban confundirlo de una manera angustiante. Sacó por enésima vez y con pulso nervioso un reloj de bolsillo y observó la hora a través del vidrio escarchado: Dos de la tarde con dos minutos.

Si su memoria no le fallaba, debía estar por llegar, aunque rio en su fuero interno. Solo él podría creer lo que aquella misteriosa anciana había dicho nada más pisar su consultorio.

Londres, 1766. Las adoquinadas calles eran recorridas por carruajes y callados transeúntes que dejaban escapar, al igual que los caballos, finas hebras de vapor cálido.

La luz de un farol de hierro fundido iluminó tenuemente una figura desgarbada y cubierta de trapos que se situaba frente a la puerta con el cartel trabajado en bronce: "Dr. J. Smith".

Estiró entonces una manga, revelando en un movimiento tembloroso sus dedos ganchudos, callosos y arrugados, cuyas uñas, blanquecinas pero cuarteadas, evidenciaban algo de tierra debajo.

Golpeó tres veces. El ruido llamó la atención del señor, que se hallaba sumergido en un buen libro de métodos hipocráticos. Dejó sus gafas de lectura a un lado en el escritorio y, tras pasar delante del crepitante fuego, abrió.

Sus ojos se toparon con un espanto, uno que duró tan solo un segundo, cuando descubrió que detrás de ese cuero gastado y esos huesos torcidos habían rasgos antropomórficos.

—Buenas noches, joven. —Implementó una voz que a John le pareció desagradable, irregular, gangosa y enferma. Incluso pudo notar como las flemas se atoraban en el fondo de su garganta a medida que hablaba— ¿Me permite pasar?

Mostró una sonrisa que se le antojó burlona, aunque no supo decir si era por la falta de dientes, o porque los que quedaban, repletos de sarro amarillento, le otorgaban una mala percepción.

Trató de esbozar una mueca y se apartó un poco del marco.

—Por supuesto. —Aunque su aspecto no inspirara confianza, sabía de sobra que un buen profesional jamás debía rechazar un paciente, por más excéntrico que fuera— Adelante.

Cuando la vieja cruzó el umbral, el médico sintió un violento escalofrío que le atravesó la columna de punta a punta. Supuso que se debía a la nieve que comenzaba a golpear su ropa, no podía ser de otra manera. Cerró la pesada abertura y el silencio inundó la habitación, sin ser por las chispas que cada tanto se desprendían de la madera.

Tragó saliva e inmediatamente, con un simulado paso decidido, se sentó detrás del escritorio y se dispuso a observar a la mujer, que continuaba de pie.

Sus facciones lucían igual de caídas e irreconocibles que sus manos. Con un caballete torcido que por lo visto presentaba antiguas fracturas, y unos ojos azules, algo inyectados en sangre, se atrevía a determinar que de vida no le quedaba mucho. Pensó entonces que sería otra pobre víctima de la dificultad, los crudos inviernos siempre arrastraban neumonía y demás dolencias pulmonares.

Sin embargo, las cosas tomaron otro rumbo cuando ella volvió a hablar:

—Doctor...estoy muy preocupada—forzó sus endurecidas rodillas y logró sentarse en uno de los sillones de cuero, liberando un ronco gemido—mi hija está encinta y ya ha roto fuente—en su iris percibió un brillo de urgencia—pero no ha parido aún.

Hija de bruja.Where stories live. Discover now