Doscientos años después...

—Mami, no quiero ir a dormir. —La pequeña Ana se aferró a los brazos de su madre, con la esperanza de que su espalda jamás tocara el frío colchón del cuarto.

—Vamos amor, ya estás grande para quedarte con nosotros —eso era lo que hacía cada vez que se le presentaba la oportunidad, descansar junto a sus padres. Allí y solo allí se sentía en paz, a salvo—además, el señor Osito te acompañará...

Colocó el peluche al lado del menudo cuerpo de su vástago y analizó con orgullo aquella mirada pálida heredada del progenitor, a quien amaba. Era una niña dulce, curiosa y alegre, pero una cuestión más allá de su entender le privaba esas características al oscurecer, sobre todo cuando llegaba la hora en que los infantes reposan sus cabezas. "Terror nocturno" decían algunos, "Celos por la hermana menor", decían otros. Lo cierto era que ninguno siquiera rozaba la realidad.

Con un beso en la frente, ignorando sus súplicas (como así lo dijo el especialista), cerró la puerta y Ana quedó completamente sola con la veladora encendida. Rápidamente pasó a ser su más grande anhelo que no ocurriera nada, sin embargo, tapada hasta la nariz, sus córneas no cesaban los casi inconscientes enfoques a los diversos puntos de su habitación: Los juguetes, observándola desde un rincón. Durante la noche, sus afables sonrisas eran morbosamente trastocadas en muecas malignas, facies traicioneras y miradas demasiado vivas. Las cortinas, un lugar perfecto para ocultar un cuerpo alto, un velo que sería capaz de cubrir las verdaderas intenciones de las ánimas. La cabecera y los pies de la cama, ¿por dónde atacan primero los demonios? Y el armario, guarida infalible de seres oscuros y amorfos disfrazados de tela, de perchas.

Estrechó al animal de felpa como fiel a un crucifijo y se negó a cerrar los ojos mientras trataba con gran esfuerzo de recordar una nana que cortara el silencio.

Un instante, un pestañeo. Pero no era ella, sino la única luz de ahí, lo que estaba fallando. Titilaba dos veces, pausa, tres veces, pausa. Relamió sus níveos labios, nerviosa, viendo cómo se debatía entre la vida y la muerte.

Pronto una voz suave, oxidada y ondulante recitó: "Tres se quemaron, dos se enterraron.... Tres se quemaron, dos se enterraron... Tres se quemaron, dos se enterraron".

Y nada...hasta que la lámpara se apagó. Ya no sabía qué hacer, la única salida se hallaba cerrada, y temía que abandonar la cama fuera exponerse más al peligro. Oscuridad total.

Una corriente de aire se introdujo en sus orejas, por lo que las tapó. "Fornican los demonios, sangre, estramonio... Fornican los demonios, sangre, estramonio..." esta vez sonaba en un susurro autoritario y repetitivo, verborrágico. Como si miles de cuerdas vocales vibraran desde infinitos ángulos, apuntando todas directo a su delicado cerebro.

No veía absolutamente nada, no tenía cómo saber qué tipo de criatura había allí, dónde estaba. Tal vez a centímetros de su cara, y ella no se daría cuenta.

Tuvo la sensación de que el aliento de alguien acariciaba sin pudor su mejilla. Ana se metió hasta los cabellos debajo de las colchas y cerró los párpados con fuerza. En posición fetal, buscando apoyo desde lo más recóndito de su ser, esperó. Las murmuraciones se acabaron súbitamente. Ni un crujido, ni su respiración. Vacío, vacío auditivo. Pasaron unos desesperantes minutos sin ningún cambio. Sus pestañas revolotearon por instinto y ya más tranquila abrió los ojos. Unos dientes amarillentos le sonrieron.

Ana no quiso desayunar, no habló mucho ni intentó corresponder cuando sus padres la saludaron, besándole cada lado y su hermana la llamó con un balbuceo. Tampoco vio las caricaturas, estuvo dormitando toda la tarde. Su madre creyó que había pescado un resfriado y por eso estaba tan decaída, le tomó la temperatura y hasta le horneó galletas. Amaba a sus hijas.

Esa noche su padre no llegó en hora, de todas formas ya se estaba acostumbrando, él trabajaba mucho, según la mamá. Ella no entendía por qué eso la ponía tan triste, pero siendo un tema de adultos, no era bueno intervenir.

El sueño la venció como tantas veces durante la jornada, sin embargo fue despertada por una serie de gritos que reconoció de inmediato: Su madre.

Lanzaba palabras con demasiada estridencia, no era igual al tono que usaba en las canciones, en los elogios o incluso en las reprimendas. Captó algunas palabras que no se desfiguraron por la pared: "¿Cómo pudiste...?", "Engaño", "Hijas", También oyó a su padre, igual de alterado. Más escándalo y luego un golpe seco.

La niña, inocente, salió a ver qué pasaba.

En la sala de estar notó dos cosas. Su mamá temblaba y su papá estaba en el suelo. Mucho rojo por doquier, en la alfombra, en la pintura blanca, en el objeto que su madre sostenía y miraba con asombro.

— ¿Mami?—preguntó extrañada.

La mujer salió del trance y lo dejó caer al lado del cuerpo. Vio a través de su retoño mayor y realizó una mueca fracturada. Estaba rota, toda ella.

—Ve a dormir, Ana —la voz le tembló— papi también duerme.

Caminó torpemente hasta la hija y le cogió de la mano. De sus dedos escurrió la sangre y se unió a los minúsculos de ella, que la encontró tibia y viscosa.

Ana calló, presentía que debía hacerlo. Una vez sola lloró. Su mamá se había ido sin darle un "Buenas noches", sin arroparla. El hecho de que ya no la quisiera aquejumbraba su corazón.

— ¡Ana! —Levantó la cara y sofocó las entrecortadas contracciones del pecho, típico en un niño que se lamenta por mucho tiempo. — ¡Ana! —Corrió feliz para abrazar a su madre, pensando en que había recordado amarla. Un banco de humo la recibió. Este intruso se colaba en sus vías respiratorias, pero no le aterraba tanto como el fuego que amenazaba con alcanzarla por el pasillo.

Tosiendo y tosiendo consiguió llegar al dormitorio. La mujer que la había dado a luz, sentada con su hermanita en brazos, acunándola, le sonrió entre las llamas. —Ven mi niña...siéntate con mamá. Todo va a estar bien. —En lugar de avanzar retrocedió y sacudió la cabeza en un lento "no". La madre se levantó enfurecida y se acercó dando grandes zancadas— ¡VEN! —Lo último que vio fue su descompuesta expresión ante de que la puerta se cerrase repentinamente— ¡Abre! ¡Abre Ana! ¡ANA!

Unas manos tocaron los hombros de la niña, ella giró su rostro, consternada y supo que eran bonitas, jóvenes. La señorita, sin soltarla, la guio hacia afuera.

Amabas vieron como la casa se inmolaba desde los cimientos, dando un espectáculo de luces macabro.

Tiró de los ropajes oscuros de la dama:

— ¿Y papi?

—Tu papi está en el infierno —contestó tranquila, cantarina— tu padre murió hace ya mucho.

— ¿Y mi hermanita? —El azul de su iris brillaba por la luna, muy grande.

—Ella y tu mami serán quemadas, como ha pasado antes.

— ¿Entonces mami no volverá? —Se entristeció.

—No —acarició su cabeza— pero yo soy tu madre, siempre he sido tu madre—sonrió, con un azul exactamente idéntico.

El círculo volvió a cerrarse con la nueva hija de bruja.

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⏰ Last updated: Sep 14, 2017 ⏰

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Hija de bruja.Where stories live. Discover now