Violeta. Su cabello era violeta, sí, como las flores. Ella era una flor, una flor marchitada, una de esas que por mucho que riegues murió hace mucho tiempo.
Violeta como las amatistas, esas piedras que a simple vista no son nada del otro mundo pero que en su interior ocultan un precioso desastre de cristales rotos.
Violeta porque conjuntaba a la perfección con el negro. Negro cómo la oscuridad, esa que la rodeaba y cómo la que se hallaba en su interior.
Su alma era un torbellino de colores cálidos, por que para fría ya estaba ella.
De personalidad helada, como su estación favorita. Esa donde el frío es eterno pero entre tormenta y tormenta sale el sol. Donde a veces, simplemente, llueve por que sí, porque necesita desahogarse. Donde truena y sus gritos en silencio son aun menos perceptibles. Donde la paz reina cuando el cielo se torna gris y es capaz de escuchar sus pensamientos, aquellos que continúan destruyendo lentamente.Pero, lo más bonito de ella, eran sus ojos verdes. En ellos se reflejaba la tristeza de un alma cansada y abatida. Si los mirabas bien podías verla, pero verla de verdad. Podías ignorar su falsa sonrisa, de falsa felicidad y falsa amabilidad. Porque ella era odio en estado puro, ella era depresión, ella era ansiedad, ella era dolor... Pero todos miraban y nadie veía.
Su mirada perdida no estaba ni cerca de encontrarse a si misma en su propio laberinto, donde ella, con sus ojos verde tóxico, como su personalidad, buscaba y buscaba la salida pero no había forma ni manera. Se acostumbró a vivir en soledad , se acostumbró a sufrir, se acostumbro a ser su propia tormenta y tormento.
Así, la chica de cabello violeta y ojos verdes decidió cargar con su dolor, en silencio.