El Fin de la Tierra

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Esto es una continuación alternativa para el relato de René Sepúlveda.

La Tierra era un infierno, estábamos frente al acto final de la destrucción. Era la guerra nuclear. Las armas ya habían salido de los arsenales en que estuvieron guardadas por siglos, porque el hombre decidió destruir a su enemigo aunque esto fuera un acto suicida. Ya no quedaban lugares libres de radiación.

John condujo a su familia a la nave que había ocultado, previendo lo que iba a ocurrir. Rogaba a Dios que esta funcionara, pues era un modelo muy antiguo y temía que no despegara. Logró despegar y dirigirla al espacio, sin saber a dónde ir. En sus ojos había lágrimas, se transformaban en vagabundos del cosmos, mas no había otra opción.

Todo ocurrió demasiado rápido. No bien hubieron traspuesto el campo gravitacional, la nave se estremeció violentamente: volvieron la vista hacia el que fue su hogar y solo vieron una bola de fuego. Había ocurrido, la Tierra ya no existía. Era el 13 de agosto de 2146.

Y con esa bola de fuego que alguna vez fue su hogar, su refugio ante las inclemencias del espacio, las últimas esperanzas de recuperar lo que alguna vez fue se desvanecieron como leña para aquella enorme hoguera.

Los niños observaban el desolador espectáculo con los ojos desorbitados y el cuerpo tembloroso. La mujer fue más allá y se sumió en un llanto silencioso. Pero en medio de la desesperanza, John secó sus lágrimas y trazó una ruta. Si la humanidad había llegado tan lejos antes de desaparecer, era por su increíble tenacidad que siempre la caracterizó, y la capacidad de utilizar el miedo propio como motivación.

Recordó entonces lo que había oído "por casualidad" entre unos jóvenes. Le resultó tremendamente irónico, e incluso un cruel designio de quien sabe qué, que Europa, el satélite, resultara ser su salvación.

Algunas cosas no cambian. Supongo que ya sé el verdadero motivo de que se llame así.

Se sabía ya hace siglos que Europa reunía las condiciones para albergar vida humana.

Sus fuerzas renacieron.

No todo estaba perdido, de hecho, tenían muchísima esperanza. Llegarían a Europa y se salvarían.

No obstante, la vida es realmente cruel y no muestra clemencia ante los que comenten tan graves errores como el que John cometió.

Pronto se daría cuenta de lo estúpido que había sido al no realizarle un debido mantenimiento a la nave cuando aún podía hacerlo. En el momento de mayor emoción, la nave, entre fuertes turbulencias, cedió y empezó a precipitarse mucho antes de lo previsto. Se había rendido ante el gigante del Sistema Solar, quién ahora los atraía directo a sus monstruosas fauces.

John no alcanzó a pensar en nada más. Todo ocurrió demasiado rápido como para siquiera asustarse. Cerró los ojos y, abrazando a su esposa e hijos con todas sus fuerzas, esperó por su último aliento de vida. Vio toda su vida pasar ante él en el lapso de un parpadeo, y se maldijo. Se maldijo por no haber fijado rumbo a Marte, un destino un tanto incierto pero más cercano que Europa. Se maldijo por no haberse preocupado más de la nave. Y se maldijo en nombre de toda su maldita especie, porque si le hubieran dado a elegir a qué raza pertenecer, habría preferido ser un jodido perro antes que un humano.

Rogó a Dios por su familia una última vez. Su maravillosa esposa, sus bellísimos hijos, él mismo, un hombre de bien; todos pagarían el "justo" precio de morir solos por la estupidez de algunos.

No tenía miedo. Estaba furioso. Sufrirían un destino ciertamente horrendo, pero todo acabaría tan rápido que no habría tiempo para el dolor.

Mi familia no se lo merece...

John parpadeó rápidamente. Alzó la vista hacia la escotilla. ¿Por qué había tenido tiempo para reflexionar en tantas cosas? Notó que había podido reflexionar sobre lo que pudo haber hecho, lo que los malditos políticos y su maldita guerra les obligaron a hacer, e incluso lamentarse por su destino y rogarle a Dios que si iban a morir, que fuese rápido.

Pero ahí estaban, adentrándose a Júpiter, plenamente conscientes. John sintió miedo entonces. Su muerte tardaba demasiado en llegar, tanto que no pudo evitar temer lo peor. Imaginó los escenarios más bizarros que podía, preguntándose por qué demonios la "atmósfera" de Júpiter no los había pulverizado.

De pronto, todo se oscureció. John y su familia apenas alcanzaron a soltar un sollozo antes de caer inconscientes.

Cuando abrieron los ojos, fueron testigos de lo más increíble que se pudieran imaginar. Ante ellos se alzaba una inmensa ciudad, completamente funcional y ruidosa, tal como debe ser.

Oh, el ruido, el bendito ruido...

Tan inherente a una urbe, tan inherente al ser humano.

Aquellos pensamientos le hicieron temblar cual hoja al viento. ¿Habrían personas allí? ¿O se encontrarían con una despiadada especie que les haría sufrir los peores tormentos?

Oyó voces afuera. Se levantó y colocó a su familia atrás de él. Podía no servir de nada, pero quería que al menos vieran que no estaban dispuestos a morir sin antes pelear.

La escotilla empezó a ser forzada. La mujer y sus hijos se estremecieron. John reafirmó su lugar, cubriendo a su esposa con su propio cuerpo.

Entonces, la escotilla salió por completo de su lugar. Voló tan lejos, que el corazón de John se contrajo de terror puro. Las voces se oían más claras ahora, y al prestar algo de atención, los ojos de todos los tripulantes se abrieron como platos.

—¿Hay alguien herido? —Preguntó un ser con rostro pálido y ojos marrones, embuido en un traje de una pieza que cubría todo su cuerpo con lo que parecía un trozo de metal— Oh, vamos ¿Pueden entenderme? Tú, el viejo —señaló a John—, parpadea una vez si me entiendes.

John lo hizo, y el castaño vestido en la tela "metálica" esbozó una sonrisa de medio lado. Toda la familia cayó de bruces al piso de la nave, soltando en forma de suspiros toda la angustia que habían sentido desde que abordaron. La mujer fue más allá y se atrevió a reír nerviosamente. El castaño entonces, se encargó de que, lo que había empezado como una tímida risa, se convirtiera en las carcajadas más amenas y estruendosas que habían oído jamás. John podía jurar que jamás olvidaría esa risa.

—Vamos, salgan de ahí. No son los primeros en venir desde la Tierra, pero son la primera familia. Vengan —le extendió la mano a John, quién dudó un instante antes de sujetarla con fuerza, con ambas manos—, que esto será un notición. Nuestros nombres pasarán a la historia.

Notas.

Hola, si has llegado hasta aquí, muchas gracias, espero de todo corazón que te haya gustado. Si tienes alguna crítica o alguna mención a cierto punto de este relato, te pido que no dudes en compartirlo, todas las impresiones son importantes para una novata.

Saludos desde mi celular, te deseo paz 🐼

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⏰ Última actualización: Mar 26, 2018 ⏰

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