1.- La apuesta

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Elizabeth

― Es un Fa sostenido y Sol natural al mismo tiempo― dice Franco. Ese es el nombre de mi profesor de música, en los dos últimos años he estado pagándole para que me enseñé a tocar violín. Él tiene un carácter bastante fuerte, es muy enojón, culpo a su edad de eso; sus cincuenta y cinco años. No muy alto, mide apenas un metro y cuarenta centímetros; pelo canoso y de piel pálida. ― Hazlo, y recuerda que es en escala de Sol mayor.

Hice lo que se me indicó, pero creo que excedí en cuanto a los tiempos marcados. Eso hizo enojar mucho a Franco y era fácil saber cuándo se enojaba, se ponía rojo como un tomate.

― Espera, lo intentaré otra vez. ― dije y volví a repetir. Pasé el arco del violín en la tercera y cuarta cuerda del instrumento. Respeté los tiempos que valía cada nota y está vez lo hice bien.

― Así, ahora vamos a intentar nuevamente con la demás parte de la canción― agregó.

Estuve así durante las cinco horas que duraba mi ensayo sabatino. Repitiendo siempre la misma partitura, a mí me gustaba el ritmo, así que la disfrutaba. Franco me encargo que buscara alguna que me gustara, me daría la oportunidad de tocar lo que yo quisiera. Me había felicitado porque para el tiempo que llevo aprendiendo, tocaba ya mucho mejor.

― Adiós Franc, nos vemos hasta la próxima sesión. Cuídate y recuerda saludarme a tu esposa. ― dije cuando tuve guardado mi instrumento en su estuche.

― Cuídate hija, sigue practicando. A este paso podré presentarte en tu primer show.

Me despedí agitando la mano y salí del salón donde tomo clases. Franco me cobra mitad de lo que en realidad debería ser, porque vengo hasta su casa a tomar las clases, a mi eso me pareció bien porque si él fuera hasta Juriquilla, que es donde vivo con mi familia, no me alcanzaría para pagar. Mis padres querían pagarlas, pero decidí que esto me tenía que costar y debido a eso aprovecharía al máximo mis clases. Estaba dando resultados excelentes.

Desde mi infancia, siempre había querido aprender a tocar el instrumento, pero no fue hasta que cumplí mi décimo séptimo año, cuando pude entrar a trabajar de mesera en un restaurante, ubicado en una plaza cerca de mi vivienda. Conocí a Franco un día martes: me encontraba en la ciudad, en una tienda de música para ser exactos, estaba decidida a comprar el instrumento que había anhelado desde los siete años.

― Ese no señorita, está defectuoso― dijo cuando cogí un violín color rosa, estaba muy bonito. Me volví hacia a él y agrego: ― ¿No sabe nada de violines verdad?

Lo único que hice fue negar con la cabeza, me dijo que él me ayudaría a comprar uno bueno y así fue; me dijo que él podía enseñarme a tocarlo, le expliqué mi situación y me dio la oferta que hasta hoy en día sigue. Cuando cumplí un año aprendiendo, me recomendó cambiar de violín, había avanzado mucho, en palabras de él era merecedora de un violín gamma media. No tenía dinero para comprar uno de esa gama y tampoco quería pedir a mis padres que me lo compraran. Poco después me lleve una hermosa sorpresa, él me regaló uno.

― Es un hombre grandioso, lo quiero como a un abuelo― dije en voz alta. Estaba sola en la parada de autobuses, se suponía que mi tío vendría a recogerme y se ha demorado mucho. ― Me hace falta un auto.― dije suspirando y anhelando estar ya en casa. De esas veces que deseas saber manejar y tener un auto propio, para ir y venir a cualquier hora. 

― ¿Quieres que te lleve, o prefieres a esperar? ― la interrogativa me sacó de mis pensamientos. Me acerqué un poco al auto para ver de quién se trataba; Eduardo. El vecino de Sofía, aquel chico al que siempre veía a través de la ventana de la habitación.

Hermosa DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora