6.- La cena

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Eduardo.

Tengo que hablar con Elizabeth, pero no puedo dejar así a Sheila, la ha dejado inconsciente. Les pido a todos que habrán el espacio para que me pueda llevar a Sheila a su recamara, la cargo entre los brazos y cuando estoy arriba en su cuarto, abro la puerta y veo a Pablo teniendo relaciones sexuales con una chava.

― ¿Qué mierda Pablo? ― le pregunto, la pobre mujer solo se tapa la cara y los senos. ― váyanse al baño, necesito que la habitación esté libre para dejar a Sheila que está inconsciente, le han puesto una paliza.

―Está bien, deja por ahí en el sofá mejor. ― no pienso discutir con él y le hago caso. Cierro la puerta y regreso a buscar a Elizabeth. Cuando salgo se está riendo a carcajadas, está acompañada de Santiago.

― Elizabeth, necesito hablar contigo― digo y Santiago me saluda aunque lo ignoro. ― A solas.

― Búscame si necesitas algo Lizzy Collins― se despide Santiago.

― ¡¿Y bien que quieres hablar, Eduardo?! ― pregunta con tono lleno de insolencia. ― ¡De que te comportas como un pendejo de la nada! Jamás me imaginé que fueras así, pero todo es más feo de cerca.

― Deja de ser insolente Elizabeth, lo que hiciste está muy mal.

― ¡Y tú quien eres para decidir si está bien o no!, ¡tú eres el menos indicado para decirme, señor mamado de ombligo!― me reprocha y su última expresión me acusa gracia― ¡Usted, que primero viene a decirme que me ama y que después es todo un pendejo mal hecho! Sabes Eduardo yo me largo y anda vete a coger a tu zorrita que ya te debe estar esperando.

―Elizabeth, lo que hiciste sigue estando mal la forma en que tomaste las cosas fue la peor. ¡Nunca creí que fueras a sí tan agresiva!― contraataqué.

― ¡Creí que tú, eras diferente, te veía de forma distinta a todos pero...!― se pasó la mano por el cabello, se veía frustrada― ¡resultaste ser la misma mierda con la que siempre me topo!

No supe que responder, tal vez en eso tenía razón me había portado con ella con un completo pendejo. No sé qué diablos me pasó, por qué reaccioné de esa forma. El aire frío azotaba los árboles, ella temblaba de frío a pesar de llevar encima una chaqueta. Yo no portaba más que mi playera, pero en el auto podría prender la calefacción y estar un poco más cómodos.

― ¡Vamos al auto!― invité.

― ¡No!, iré a buscar a Santiago para que me haga favor de dejarme en casa― responde y cuando pasa a mi lado la tomo entre los brazos y la subo a mi hombro como si fuese un costal. Lucha por librarse golpeándome la espalda, a pesar de comienza a dolerme no la bajo y sigo caminando hasta el auto.

― ¡Tú llegaste conmigo y conmigo te vas a regresar!― le digo y desactivo el seguro de la puerta del copiloto y rodeo el auto hasta llegar a la puerta de ese lado, la abro. La bajo y la meto para acomodarla en el asiento, le pongo el cinturón de seguridad y cierro la puerta con seguro; corro rápidamente para llegar y conducir lo más rápido posible antes de que pueda quitarse el cinturón y salirse en busca de Santiago. Arranqué cuando se había logrado quitar el cinturón. ― ¡Eres muy terca Elizabeth!

― ¡Y tú un estúpido, que solo sabe comportarse como un idiota! ― replica.

― ¡Tú sacaste una faceta nueva en mí, nunca había sido tan amable, ni había rogado tanto a una chica! Nunca me había ofrecido a llevar a una chica a su casa o a casa de su amiga, es la primera vez que trato de darle celos a alguien. ― la miro de reojo y no veo ninguna expresión en su cara. ― ¡Me obligaste a ser un pendejo, literalmente! No sé por qué me rechazaste hace algunas horas cuando te dije lo que siento― confieso.

Hermosa DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora