Prólogo

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La noche se hacía más oscura y fría a medida que se adentraban más en el bosque, la luna llena había perdido su brillo mágico y lo había reemplazado por una sombra fría e intimidante.
Elia corrió de la mano de
su esposo Othar a través del bosque rozando con las ramas bajas de los árboles que en las noches de luna llena se transformaban en cristal, de allí el nombre del bosque (Bosque de cristal).

–No puedo más– lloraba Elia agarrándose el vientre, en cuyo interior esperaba una pequeña niña para nacer– Ya viene.

—Amor debemos cruzar el bosque – le agarró para evitar su caída.

Elia emitió un fuerte grito de dolor, y sin pensarlo ni un minuto más se recostó en el suelo y comenzó a empujar, era hora de que naciera su pequeña.

Mientras Othar sin otra cosa que poder hacer , se arrodilló junto a su amada y le cogió de la mano para darle ánimos y así traer al mundo a su esperada hija.

Se oyó en la lejanía el crujir de las ramas secas, esto puso en alerta a Othar , pues aquellos que les perseguían estaban cerca, y el no estaba dispuesto a poner más en peligro a su esposa ni a su hija. Con un casto beso a su esposa, se puso en pie y comenzó una danza ritual, invocando runas luminosas que se quedaban flotando en el aire. Elia a pesar del dolor constante se fijó en las runas, y pudo reconocerlas. Eran runas antiguas, y los brujos que utilizaban éstas runas eran los brujos grises de Lumaria, pudo reconocer algunas runas y llegó a la conclusión de que estaba haciendo un conjuro de protección y ocultación, que además de efectivo requería una enorme cantidad de poder, del que en estos momentos Othar no tenía y no había de donde sacarlo lo que preocupó mucho a Elia.

Pasaron los segundos, y con estos los minutos que se transformaron en horas, y asi paso el tiempo hasta que gracias a los esfuerzos de Elia por fin vino a la vida su pequeña niña. Había heredado la raza de su madre era una bruja lunar, cuyo llanto resonó en el bosque transformándose en dulce melodía de alegría a los oídos de Othar y Elia.

—¿ Qué nombre vamos a darle?— preguntó Othar acariciando la cabecita de su hija

—Que te parece Aranel.

Othar aguardó unos segundos y le sonrió a su esposa—Aranelia de Cuarzo reina del Gran Reino de Lunaria.

—Dejemos lo en Aranel— sonrió Elia a Othar

—Ahora duerme yo vigilaré— besó a Elia en los labios y a Aranel en la frente.

—Pero...— quiso quejarse Elia

Othar se impidió con otro beso, y avanzó unos metros para luego sentarse sobre una roca.

Elia no estaba muy de acuerdo, estaba preocupada por su esposo puesto que acababa de gastar mucha energía con el conjuro, pero ahora ella misma estaba muy débil para hacer nada . Y con dicha debilidad cerró los ojos Para caer en el más profundo sueño junto a su hija.

Llegó la mañana, y los árboles retornaron su aspecto natural, con tronco y ramas de madera y sus hojas verdes, frágiles y ligeras.

Elia abrió los ojos lentamente, para observar que su pequeña no estaba entre sus manos y tampoco veía a Othar, sus latidos se aceleraron como aquel que es perseguido por una bestia, se puso en pie y buscó , pero cuando estuvo a punto de perder los nervios, escucho una dulce canción, siguió el sonido y halló a Othar sobre un la rama de un árbol, y tenía a la bebé en brazos cantando una dulce canción mientras movía los brazos lentamente de un lado a otro.

Bajó del árbol lentamente Othar gracias a la magia, la recostó en las raices de un árbol. Elia se acercó a el y sus miradas se juntaron y asi sellaron las palabras que querían decir el uno al otro en un tierno y dulce beso.

La corona de cuarzo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora